
15. “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho”.
Génesis 28.
Era común que los viajeros permanecieran en grupos en la antigüedad, esto les daba cierta protección ante accidentes. No obstante, Jacob se va solo y emprende un viaje a Harán (Padan aram) con temor. Toma una piedra para reposar su cabeza y se acuesta. Sueña con una escalera y ángeles de Dios que suben y descienden desde allí.
Dios le promete que le dará a él y a su descendencia la tierra en que está acostado. Como le había prometido a Abraham, declara que todas las familias de la tierra serán benditas en él. La bendición más grande es “yo estoy contigo” (v. 15). Lejos de pedir a Jacob, quien huía de su casa, que respondiera por sus malas acciones, Dios le promete bendición. Dios es justo y amoroso, es aquel que vela por Su pueblo escogido.
Al despertar del sueño, Jacob confiesa estar ante la presencia de Dios: “ciertamente Jehová está en este lugar y yo no lo sabía” (v. 16). Ciertamente significa con certeza, sin lugar a dudas. Jacob alza la piedra que había utilizado de cabecera, y le pone por nombre Bet-el a aquel lugar. Allí, hace voto a Dios diciendo que si vuelve en paz a casa de su padre, primero, Jehová será su Dios; segundo, la piedra que ha puesto por señal será casa de Dios, y tercero, apartará el diezmo para el Señor.

Cuando vuelve a Bet-el, años más tarde, Jacob recuerda este voto que hizo y lo cumple (Gn. 35:6-7). Dios acompaña con Su presencia a Su pueblo escogido, brindando ayuda. Lo único que podemos ofrecer nosotros a cambio, es dar nuestro amor y consagración a Él.
Jacob se convierte en prófugo por haber recibido la primogenitura, engañando a su padre. A pesar de todo, Dios se encuentra con él en Bet-el y le promete que siempre estará a su lado, vaya donde vaya.
Además, Dios nombra a Jacob, antepasado de los israelitas. Esta es la gracia y la decisión soberana del buen Dios. De esta forma, la gracia es un regalo que nos lo da únicamente Dios y no es algo que el hombre pueda conseguir por sus cualidades o esfuerzo. Es decir, que nosotros recibimos la gracia porque viene de Dios. Por lo tanto, debemos recordar esta gracia y ser fieles que levantan un altar de adoración en donde quiera que estemos.
El deber del fiel es vivir confiando en la Palabra de Dios. Dios les guarde.