Los oleajes del mar de la inconformidad danzan al vaivén de las circunstancias, tanto sociales y personales, le dan, el carácter apacible, y a veces tormentoso, al comportamiento humano. La conformidad está definida en función de muchos factores: la valoración de los estándares de calidad, las expectativas, el frenesí y nivel de logro de los propósitos y objetivos. En esa medida, cualquier desvío, retraso o abandono en el abordaje del satisfactor se traduce en desilusión, desesperanza, desconfianza y frustración en el individuo y en los colectivos sociales.
En ese sentido, es relevante recordar que, ante el espejo del fracaso, Kundera nos enseña que no es posible subvertir el mundo, ni amoldarlo al antojo de la razón, ni mucho menos detener su escape hacia un adelante con apariencia de retroceso. Una apariencia que en la modernidad yace desdibujada por la inmediatez, el alardeo del triunfo aparente y la banalidad de la felicitad temporal para enaltecer la existencia. De una existencia que navega en el tiempo en clara dependencia de la complacencia de los demás, tal cual el fulgor hedonista de la eterna juventud y los filtros aparentes de la belleza sonriente de las redes sociales. Si, de un escenario ideal, donde la utopía se vanagloria de la complacencia sin contar que es el brillo de un oropel de valor y gracia efímera, cuyo regocijo es perdurable solamente en lo fugaz de las pretensiones de quien aspira a alcanzar la plenitud de la aceptación y su algarabía ensoñadora.
En el mar de la inconformidad se encuentran dos corrientes que, procedentes de los mares del sur, atormentan a los navegantes: la insatisfacción y la infelicidad. Y aunque ambas suelen andar juntas, su impacto en nuestro interior se magnifican cuando vienen acompañadas por las tormentas y los huracanes de las revelaciones de las verdades expresivas y sinceras. De la travesía por ese mar y el empape de las lluvias de la realidad recién conocida se nutren la impotencia y la frustración, que no son más que la manifestación del espíritu resquebrajado por la escenografía del dolor. Si, de la constipación del Yo que rendida ante la musicalidad de la nada suspira ante la desazón por el anhelo no alcanzado. Y por esa conjunción de fenómenos, en el mar de la inconformidad muchos de los navegantes terminan embriagados por la resignación y olvidados por quienes esperaban ver en puertos seguros y que, después del naufragio de las naves, se comportan al compás danzante de la desolación y la ceguera malqueriente de la tranquilidad y el desinterés.
Para no convertir se náufragos del destino, cada individuo y, por ende, cada sociedad, deben revisar constantemente las expectativas y el rumbo de las aguas de sus sueños, para evitar los padecimientos de la sobrecarga aspiracional y no verse sorprendido por los vientos del norte que, plagados de sorpresas, penumbras y engaños, desmantelan las velas de las fantasías y nos aferran al carajo de las ilusiones perdidas.