Edicion febrero 13, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

¿La Guajira, el corcho en remolino de la Costa?

ACADEMIA DE HISTORIA DE LA GUAJIRA
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Columnista - Luis Eduardo Acosta Medina
Columnista – Luis Eduardo Acosta Medina

“Nos ha servido de perjuicio el mandato de Abadía / han debido seguirle un juicio pa’ castigale su picardía / ya perdimos la cédula electoral y no ha quedado recursos a qué apelar / estamos perdiendo la fuerza en la misma capital.”

El tema que ocupa nuestra atención trajo a mi mente la canción titulada La picardía, de la autoría de Sebastián Guerra, con la cual fustigó al presidente Miguel Abadía Méndez, quien ejerció la presidencia de Colombia en el periodo constitucional 1926-1930. En su gobierno se fijó un costo de veinte pesos para el trámite y expedición de la cédula electoral, documento indispensable para que los mayores de 21 años pudieran ejercer el derecho de votar. Ese cobro fue considerado por los liberales opositores al gobierno conservador de Abadía como un intento marrullero para restringirles la posibilidad de votar en las elecciones. Eso se consideró entonces una gran “picardía” de los godos, prueba inequívoca de lo que ya hemos manifestado: que las mañas en asuntos electorales son tan viejas como la barba de Bristol, el hombre del pelo crespo del almanaque.

Durante la celebración de las fiestas patronales en honor a la Virgen de los Remedios en Riohacha, mientras asistíamos a los actos litúrgicos especialmente celebrados y después cuando asistimos con nuestros compañeros de la Academia de Historia a otros actos y entrevistas radiales, estuvimos reflexionando respecto del inmediato futuro para el departamento, que este año cumple sus primeros 60 años de vida institucional. Muy a pesar de que pensaba con los deseos, la verdad, no encontré razones para el optimismo.

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No hay duda, da tristeza aceptar que definitivamente los proyectos económicos están estrangulando las esperanzas de las nuevas generaciones de encontrar en el porvenir algo mejor de lo que hoy se tiene, porque se imponen en la actualidad esos sobre los proyectos políticos, sacrificando los principios éticos por la codicia y las ambiciones. Siendo las principales víctimas los inermes ciudadanos que esperan piedad y garantías para sus derechos constitucionales fundamentales existenciales. Esto, por la potísima razón de que cuando la política se revuelve con los negocios, el Estado deja de estar al servicio de los intereses generales para colocarse al servicio de intereses individuales y del bolsillo de gente que, sin temor de Dios, engorda su patrimonio, mientras nuestros niños, niñas y la tercera edad enflaquecen y mueren por física indiferencia y falta de asistencia para su mínimo vital.

En esta península todos los días se repite el drama de Penélope en La Odisea, obra cumbre de Homero. La gente honesta, trabajadora, solidaria y de buenas costumbres teje sociopolíticamente durante el día, mientras los negociantes, los aprovechados, los indecorosos, los envidiosos y satisfechos gozadores de la cosa pública destejen todo por las noches. Cada día se encuentra uno con la misma vaina, como si la maldición del padre Espejo fuera cierta y no un invento de quienes propiciaron el 2 de febrero de 1904 el primer fraude electoral de que se tuvo conocimiento en Colombia. Las noticias malas son pan de cada día, el ejercicio arbitrario de las propias razones está pisoteando impunemente los derechos de los ciudadanos. La sociedad guarda silencio, como resignada, mientras inerme asiste a su propio funeral. Los culpables del desastre se dan golpes de pecho como fariseos ante los ojos estremecidos de la Virgen, y los pobres aplauden borrachos a muchos de los culpables de su miseria.

Ahora entiendo mejor lo que dijo el padre Pedro Espejo Daza en su carta de despedida cuando sus coterráneos riohacheros lo indispusieron en Bogotá —como suelen hacerlo ahora también— y lograron su traslado a Ocaña en noviembre de 1905. Dijo esto: “…dedicaos al trabajo honrado, que ennoblece y pone a salvo de las tentaciones; alejaos de la política, que corrompe y es verdadera gangrena de los pueblos.” Por eso preguntamos, ¿qué sucede? ¿Las credenciales, las alcaldías y gobernaciones vuelven a la gente mala, o es que estamos eligiendo a la gente mala?

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A La Guajira le sucede lo mismo que a la mujer del borracho maltratador: todos le dicen que la quieren, pero cada día hacen todo para acabarla. Muchos que aspiran a gobernar desde la Gobernación o desde las alcaldías no estudian ni les interesa saber cuáles serían sus funciones y competencias. Lo único que miran es el presupuesto y, con este en la mano, hacen los acuerdos “políticos”, porque ya los “acuerdos programáticos” dejaron de existir. Así no hay pueblo que salga del hueco porque, para completar, después de posesionados se rodean de un grupito de sacamicas que les organizan el comité de aplausos y los convencen de que no necesitan de nadie. Pero nunca les recuerdan que a todo el que come arepas de queso, su miguita se le cae.

Prueba del desastre es que hay un sector minoritario de bellacos que, cada vez que les da la gana, ordenan la paralización del departamento o parte de él, y quienes les deben salir al paso lo que hacen es mirar para otro lado. Gremios que están condenados a la ruina por esa vaina esperan que sean otros los que saquen la cara por ellos, mientras los bellacos usan las protestas con fines extorsivos, sin tener en cuenta que su derecho de protestar no está por encima del derecho colectivo que tenemos los ciudadanos de transitar por los espacios públicos. Esa vaina se perrateó y ya ha propiciado enfrentamientos con los transeúntes, porque nadie está obligado a asumir las consecuencias de presuntas omisiones ajenas. Si no se toman medidas urgentes, la tragedia está cantada, porque si algún bárbaro llega a un cierre vial y no se lo permiten, puede causar un siniestro sin remedio. Esto no pinta nada bien, mientras los gremios del Cesar y del Atlántico están ofreciéndoles toda clase de garantías a las empresas para que se marchen de aquí, para que lleguen allá a invertir, mientras nuestra tierra rica, habitada por gente en la miseria, está como corcho en remolino.

Mi intuición de analista y casi adivino me hace pensar que en venideras elecciones se producirán agradables sorpresas. No digo más, porque mi abuelo nos enseñó que “callao se cogen las cotorras”, porque quienes piensan, engolosinados con el poder, que los ríos de leche y miel son perennes, recibirán una lección. Se puede engañar a unos pocos todo el tiempo, a todos durante un tiempo, pero a Dios en ningún tiempo. Hay que guindar las hamacas para esperar a más de uno cuando lleguen a dar explicaciones que nadie estará interesado en escuchar.

Como dijo el ciego: “Amanecerá y veremos.”

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