Edicion noviembre 22, 2024
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Desde hace veintidós años El Cerro de Hatonuevo es un resguardo constituido. Fue un 24 de septiembre de 2001 cuando Faustino Gouriyu, junto a otras autoridades, fecharon este resguardo ante el ministerio étnico y, desde entonces, la tarea de crecer y educarse no termina.

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En las 183 hectáreas que conforman El Cerro de Hatonuevo viven 220 familias divididas en tres comunidades: Yotojoromana, Ekirajule y El Cerro. Y, como todo colectivo, las diferentes familias se dedican a actividades varias como el trabajo en fincas y veredas; otros son maestros de obra y trabajan en la construcción, en la albañilería. Pero la actividad más fuerte y que asegura Orangel Sapuana Gouriyu, representante del resguardo, los caracteriza, es la artesanía y el pastoreo.

En El Cerro su gente se define así: “Somos luchadores incansables, personas muy trabajadoras, amables, recibimos a todos los que vienen a visitarnos. Y nos diferencia el tema organizativo porque siempre hemos enfocado a la comunidad bajo el principio de la unidad, la sana convivencia, aceptarnos a nosotros, querernos como comunidad, como familia. Mantenemos la unidad que es el principio de la organización, del territorio”, asegura el representante.

Orangel piensa en el futuro y vienen a su cabeza muchas ideas, pero todas llevan a un solo camino: la educación. “A veces me pongo a pensar cómo seremos en 10 años, en 20 años, y hay un factor que desde la educación tratamos de que se mantenga: la identidad. No es fácil porque se han introducido muchas culturas diferentes a la nuestra, pero somos uno solo, el territorio es uno solo y no cerramos el camino a nuevas formas. Lo que sí hacemos es tratar de aprovecharlas positivamente sin dejar a un lado lo que somos como wayuu, mantener la lengua materna y algunas prácticas culturales que se implementan y practican desde la educación. El sueño de nosotros es mantenernos como wayuu de esta comunidad, de esta tierra que nosotros amamos y queremos porque aquí hemos nacido, aquí hemos crecido y aquí nos vamos a quedar”.

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La tarea encomendada la lleva a sus espaldas Faustino Gouriyu, autoridad de Yotojoromana. Nos recibe en su territorio y se ubica con un fondo que nos transporta en el tiempo, una casa de barro: “Manejamos el resguardo unidamente con los compañeros, uno es veedor en su comunidad y nos preocupamos por ella. Es lo que hace el buen líder, para eso lo eligen. Yo hablo con mis nietos, sobrinos, hermanos, es bonito darle ejemplo a la familia para que manejen las cosas como debe ser”.

Faustino confirma lo que Orangel ha dicho, el camino es la educación, y su mensaje va más allá: La mejor herencia que uno le deja a los hijos es la educación para que ellos se defiendan más tarde. Que tengan lo que uno no vio. Nosotros buscamos, tocamos puertas para que salgan las cosas. Damos buen uso a los colegios, procuramos siempre mantenerlos porque de eso dependemos, de una buena enseñanza para que no olviden nuestra lengua, el wayuunaiki. Recordando que hay que enseñar desde la casa, que la tarea comienza desde los viejos con su mochilita, sus waireñas, su sombrerito”.

El Cerro de Hatonuevo está a una distancia corta del casco urbano del municipio al que pertenecen. En la salida vía Valledupar hay un desvío a mano derecha y un aviso que dice ‘Bienvenidos al resguardo El Cerro de Hatonuevo’. Con esta comunidad de artesanas, Cerrejón ha trabajado en fortalecimiento artesanal y en extensión de su territorio con la donación de un predio, para que, como sueña Faustino, sigan creciendo porque aquí la tarea no termina.

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