Edicion octubre 7, 2024

Entre la luz de la Democracia y la Sombra de la Retórica

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Columnista- Abel Francisco Manjarres

 

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En el intrincado ejercicio de la política, se tejen un sinfín de herramientas orientadas hacia la consecución de los objetivos electorales, allí la astucia se convierte en la premisa relevante para el desarrollo de las acciones de campaña. Así, vemos con frecuencia como en el transcurrir de esta época electoral, en nuestra península existen actores políticos quedisfrazan con retórica muchas buenas intenciones que son inexistentes y, que, los conceptos que emiten en los discursos muchas veces no se corresponden con la realidad probada de sus acciones.

Bien es sabido que, por la idiosincrasia nuestra, es común conocernos entre sí en las distintas facetas de nuestra vida, máxime cuando se trata de personas con trayectoria pública por lo que es muy fácil identificar entre tal o cual persona la ficción de la realidad. En ese sentido, hemos visto llamamientos a debates partiendo de la premisa -verdadera por cierto-  de que estos se erigen como faros en la oscuridad de la cultura democrática, sin embargo, los llamamientos a estos escenarios es común observarlos con aires caudillistas, de petulancia y de desafío al oponente y no con el ánimo genuino de convencer al electorado con las ideas y, como un inmemorial eco, surge entonces la pregunta: ¿son estos debates un tributo a la confrontación de ideas o un terreno donde se libra una batalla de egos e intelectos?

Por suerte, es una discusión agotada desde los filósofos griegos, pues ellos en su infinita sabiduría, nos legaron el concepto mismo de democracia y con él, los debates como foros de expresión de ideas divergentes y de esa manera, como ejemplo aplicable a lo que hoy sucede, se suscitaban encuentros entre sofistas y socráticos, dos estirpes de pensadores que, desde sus opuestas perspectivas, delineaban el camino de la retórica.

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Así, los sofistas, no eran más que hábiles manipuladores del discurso, eran los embajadores de la palabra encantadora, que seducían a las audiencias con argumentos persuasivos, a menudo desprovistos de sensatez. Eran maestros de la manipulación verbal, amparados en la creencia de que la verdad era maleable como la cera en manos del orfebre. Su intención primordial era el triunfo a cualquier precio, la supremacía intelectual sobre el adversario, sin importar el contenido de sus alegatos. Por otro lado, los socráticos, capitaneados por el ilustre Sócrates, abogaban por la búsqueda incesante de la verdad a través del diálogo. Su enfoque trascendía el mero ejercicio retórico; perseguían el entendimiento, el conocimiento compartido antes que el reconocimiento individual. Los debates socráticos eran un proceso de autoexamen y autodescubrimiento, en el que la humildad intelectual se imponía sobre la megalomanía.

En nuestros días, el espíritu de estos debates ancestrales perdura, aunque se haya extraviado en el torbellino de la política moderna. Por su parte, el ánimo sofista sigue intacto con las convocatorias a debates que, en ocasiones, se tiñen con ínfulas de supremacía intelectual, donde el propósito primordial es aplastar al candidato rival a través de artificios retóricos y estratagemas manipuladoras. En este escenario, la finalidad democrática se desvirtúa, los debates se convierten en un espectáculo, en un duelo de verborrea, donde la astucia del retórico prevalece sobre la solidez de la realidad. La democracia, que debería ser un crisol de pensamientos y visiones diversas, se ve amenazada por el afán de aplastar al oponente.

En este periodo electoral, es vital recordar la lección de los socráticos pues los debates cuando se conducen con humildad intelectual y un genuino deseo de búsqueda de la verdad, pueden iluminar el camino hacia una sociedad más justa, equitativa y al desarrollo de los pueblos. Es hora de dejar de lado el caudillismo, las ínfulas de la intelectualidad y abrazar la esencia misma de la democracia: el diálogo respetuoso y la confrontación de ideas a efectos de procurar un bienestar común. Solo así podremos redescubrir la esencia de los debates, perdida en el torbellino de la retórica, y recuperar el auténtico espíritu de la democracia.

 

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