Vivió para contarlo
Acaba de fallecer en mi pueblo, el Corregimiento de Monguí, Municipio de Riohacha, Distrito Capital del Departamento de La Guajira, el mismo en el que se celebrará y conmemorarán del 13 al 15 de diciembre los 50 años del Festival del dulce de leche, uno de sus personajes más emblemáticos. Ella respondió en vida al nombre Etelvina, Teve, Aragón Levete, hija de Gaspar e Isabel. Nació el 1 de abril del ya remoto año 1930, esto es a los 94 años cumplidos. Lúcida y dicharachera ella, en sus cabales, tan activa y proactiva, como siempre, la sorprendió la parca, que siempre se lleva a quienes más queremos, cuando menos queremos que se los lleve, cuando acababa de regresar del Municipio de Albania, después de orarle y cumplirle con su manda a San Rafael, el mismo Santo de la devoción de mi padre Evaristo Rafael. Tuvo como compañero de vida y obra a Julio Ramírez, hermano de crianza de papá.
Pero qué tuvo de particular Teve para que llegara a convertirse en un ícono de nuestra música vernácula, más conocida como Vallenato, palabra esta que ya figura en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), al que entró airoso por la puerta grande y reconocida por la UNESCO como Patrimonio cultural e inmaterial de la Humanidad. Nada menos ni nada más que ser la nieta de un personaje singular llamado Francisco Antonio Moscote Guerra, más conocido y reconocido como Francisco El Hombre. Oriundo del caserío El Tablazo, Corregimiento de Galán, Municipio Riohacha, en donde lo trajeron al mundo sus padres José del Carmen y Ana Juliana el 14 de abril de 1849.
Pero quién fue en vida Francisco El Hombre. Heredó de su padre la vena musical, ya que él solía muy a menudo interpretar canciones en flautas, armónicas y años más tarde ejecutaba también el acordeón, instrumentos estos que entraron a la península de La Guajira, esquina oceánica de América, de “contrabando”, en una época en la que lo que se practicaba era el libre comercio con las Antillas Holandesas, enclavadas en el Caribe, que constituían la bisagra entre los dos continentes.
Se reconoce a Francisco El Hombre como el primer juglar de la música Vallenata y saltó a la fama por la alusión a él que hizo nuestro laureado con el premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez en su obra cumbre Cien años de soledad, de la cual dijera él mismo que era un Vallenato de 450 páginas. Ello le valió a Francisco El Hombre ser considerado con alguna ligereza por parte de algunos como un personaje mítico, legendario, imaginado por Gabo, quien le atribuye haber vivido 200 años, muchos más de los que él realmente vivió, que fueron 104 años, que nunca existió, pero la verdad es otra. También, entre sus otros personajes en esta obra, cita al Maestro Rafael Escalona, sin que de ello se pueda inferir que se trata de otro mito.
El propio García Márquez se encargó de poner las cosas en su sitio y de poner en su lugar a quienes a título del realismo mágico que se le atribuye a su obra asumen que esta es todo fábula, imaginación, divorciada de la realidad que lo circundó, cuando afirmó que sus escritos “son una mezcolanza de realidad y de ficción, de memoria e invención, que yo mismo ya no sé dónde termina una cosa y dónde empieza la otra”. Es un hecho que sus escritos se nutrieron en muy buena medida de los relatos y de la tradición oral de la que fueron portadores sus mayores, empezando por su madre Luisa Santiaga Márquez y su abuela Tranquilina Iguarán, ambas de La Guajira, amén de sus vivencias personales, cuyo acerbo sirvieron de materia prima para su magistral destreza y su prodigiosa pluma al escribirlas y describirlas, permeando su monumental obra literaria.
La verdad sea dicha, Francisco El Hombre fue por muchos años el eslabón perdido del origen del Vallenato y hay evidencias documentales y documentadas de su paso, en carne y hueso, por este mundo, hasta su muerte el 19 de noviembre de 1953. A su hallazgo ha contribuido y de qué manera mi hermano Ángel Calixto con sus investigaciones y sus escritos. Pero, indudablemente la prueba reina de su existencia es el vivo testimonio de su nieta Teve. Los estudiosos e investigadores del Vallenato hacían su romería para visitarla y conocer de viva voz de parte de ella la trazabilidad de su ciclo vital. También acudieron a ella, con curiosidad y deseo de conocer más y más de este personaje autores y compositores, descollando entre ellos Rafael Escalona.
En una de sus acostumbradas y excelsas crónicas del brillante periodista Ernesto McCausland obtuvo de labios de la propia nieta de Francisco El Hombre un testimonio tan fehaciente como conmovedor. Ella lo describió como una persona “alta, delgada, moreno claro, de avanzada calvicie y desdentado”. Relata ella que días antes de morir, desde su lecho de enfermo terminal, en medio de sus alucinaciones pidió que le llevaran una tabla, una vez que la recibió la tomó entre sus manos y con ella hizo el gesto de quien ejecuta un acordeón. Y continuó diciendo: “después pidió un machete…luego dijo ´no me acuesten en cama, yo quiero morir en el suelo´. Le extendieron, entonces, una estera. De pronto apareció de la nada una culebra en llamas p´a luego exhalar su último suspiro. Fue su resguardo de él”.
Este episodio, como otros, de la vida de Francisco El Hombre, fueron los que inspiraron a Gabo para evocarlos. En otro aparte de su relato cuenta Teve que cuando a él en medio del camino por donde transitaba “le salió la música y la contestó. Él no veía a la persona que interpretaba el credo al derecho y él le contestó interpretando el credo al revés y él se lo ganó”. También se dice que le interpretó en respuesta a su fantasmagórico rival La magnífica. Termina McCausland su crónica dando cuenta de que su entrevista a Teve tuvo lugar en Monguí, en donde ella vivió para contar la historia de su abuelo, “a menos de un tabaco de donde está su tumba”, en Villa Martín.
Este mismo relato lo escuché de parte de mi abuelo Eduardo Medina, que lo conoció y cómo no recordar la anécdota que me refirió mi padre, Evaristo, quien también lo conoció de vista y de trato, a propósito de su labor proselitista a favor del Partido Conservador, en el que militó hasta sus últimos días. Me contó él que cuando acompañó el día de los comicios a Francisco El Hombre a la mesa en donde debió sufragar, tuvieron dificultad para obtener de él su huella digital, dado que a su avanzada edad sufría de una artritis severa, la cual le imposibilitaba la movilidad de los dedos de sus manos, que los tenía “engarrotados”, que era como se decía para aquel entonces.
En conclusión, Francisco El Hombre no es una personaje mítico, producto de la fábula ni del magín de García Márquez, fue una persona de carne y hueso, que trasegó por los caminos polvorientos de la comarca que lo vio nacer, crecer y morir, admirado y admirable, analfabeta pero con una capacidad y una creatividad que suplían su falta de conocimientos. Ha sido y sigue siendo la piedra angular y el obligado referente de la historia del Vallenato!