Edicion octubre 9, 2024

Uribia y Monguí, hermandad heredada, indisoluble y sublime

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Columnista – Luis Eduardo Acosta Medina

“Se oye un grito en el desierto, se oye una voz apagada, se nota un destino incierto, en el indio que trabaja, en su piel está el desnudo, enmarcada su existencia, desapercibido y nulo, de su triste consecuencia”.

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Preliminarmente hemos transcrito un aparte de la canción ‘Grito en La Guajira’, de la autoría de ‘Beto’ Murgas. Fue grabada por Juan Piña y ‘Juancho’ Rois. Este en el LP ‘El fuete’, que salió en 1977. Es una obra musical premonitoria. Su autor describió con ingenio, rima y melodía el drama que hoy, 46 años después, viven nuestros hermanos wayuú, víctimas de una sucesión de infortunios que van desde mal entendidos sus usos y costumbres, hasta la peligrosa penetración de la corrupción en algunas comunidades propiciando enriquecimientos injustificados sobre la impiedad y la insolidaridad de quienes teniendo derecho a tanto, no reciben nada.

Mientras escuchaba con detenimiento y nostalgia la excelente transmisión que realizó Cardenal Stereo con Ismael, Betty, ‘Pipe’ y sus demás muchachos, desde Uribia con motivo de la celebración de los primeros 88 años de su fundación, vinieron a mi mente un caudal de recuerdos gratos de ese pueblo y de su gente, porque desde que abrí mis ojos pude conocer la relación de hermandad que ha existido históricamente entre ese lugar bendito enclavado en el desierto y mi familia, y el pueblo donde enterraron mi ombligo.

Todo comenzó en aquel tiempo ya pretérito cuando el doctor Víctor Pacheco Laborde organizó en la ciudad de Riohacha el primer grupo de Boys Scauts del cual tuvo conocimiento La Guajira, del cual hicieron parte entre otros Evaristo, mi padre, y Gabriel Pinedo, cuyo  lema era y sigue siendo “Siempre Listo”, y su  promesa es  guiar toda su vida conforme al irrenunciable que pone de presente que: “Vosotros estaréis siempre preparados, tanto mental como corporalmente para cumplir vuestro deber”. Por eso el cumplimiento de sus deberes fue la carta de navegación que condujo a mi padre.

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Aquel grupo de inexpertos soñadores que apenas deshojaban la plenitud de sus primera primavera, que atendieron el llamado del visionario líder de nobles causas, fueron llevados por él a Uribia para apoyar en las labores de desmonte y limpieza del lugar escogido para la fundación de lo que hoy es nuestra Capital Indígena de Colombia, el municipio de Uribia.

Nos contaba papá que era maravilloso ver el entusiasmo, la alegría con que todos colaboraban sin que se lo pidieran para hacer posible la existencia de ese pueblo, que había personal del Ejército, Policía, indígenas wayuú, y llego gente de todas las rancherías cercanas para aportar en lo que había que hacer, a los Scaut, con otros muchachos, les encomendaban entre otras tareas, estar atentos con un garrotico en la mano para matar las culebras que salían despavoridas cuando encendían las pilas de bruscos, espinos y basuras, las serpientes salían de todas partes, pero que parecía que se asustaban mas ellas que ellos, porque no tuvo conocimiento que mordieran o atacaran a ninguno, ellas salían huyendo.

No fue aquel el único vinculo de los míos con Uribia, porque Mariela, una de mis hermanas, y varias primas cursaron estudios primarios, y algunas de ellas obtuvieron el meritorio título de ‘Normalistas’ y comenzaron en La Escuela Anexa, hija menor de la Escuela Normal Superior, una institución formadora de maestros que articula los niveles educativos preescolar, primaria, secundaria y ciclo complementario para garantizar el derecho a la educación básica y media a las niñas, niños y adolescentes de la región, con  enfoque diferencial, diversidad étnica y cultural, dirigida con esmero por las hermanas Terciaria Capuchinas y otras de sus laterales pertenecientes a la Santa y Madre Iglesia Católica.

Todavía hay más, porque en el camposanto de los uribieros duermen con la esperanza de la resurrección mis tías Carmen y Natividad Medina, quienes dejaron entre los uribieros raizales una huella indeleble como comerciantes honestas y prefectas de disciplina de todas las niñas que de Monguí fueron a estudiar allá y eran sus “recomendadas” para vigilar su comportamiento por los padres de familia. Fue la histórica tienda de la tia Carmen, la despensa de lo que necesitara la gente, con plata o sin ella, y su vertical carácter el referente para el buen comportamiento de tantos nietos, bisnietos y sobrinos como mis primos Fonseca Guerrero, que brillan con luz propia y son botones para mostrar de los buenos uribieros; igual por las venas de todos los Fonseca que allá nacieron corre mi propia sangre, esa no se vuelve agua; y Enrique Cabrales, quien levantó con trabajo y abnegación una gran familia. Allá fue criado por Etelvina Deluque, mi abuela, son detalles que las nuevas generaciones no conocen y por eso las consideraciones se han perdido y su legado les ha quedado grande.

A propósito de la familia, justo destacar el caso de nuestras primas y sobrinas que encontraron en ese pueblo el flechazo del amor. Allí se enamoraron, dieron el sí, y hoy son titulares de hogares que sirven de ejemplo a las nuevas generaciones. Ellas siguieron a su vez el ejemplo de nuestros mayores, porque Josefa Brito, hermana de doña Basílica Brito, madre de los González Brito, fue  compañera de toda la vida de mi tío ‘Chombo’; y mi tía ‘Chuna’, hermana de mi madre, fue hasta su muerte la esposa de Miguel, hermano de Basílica. Javier, vástago de Basílica, a su vez, con mi prima Brígida Lilibeth, conformaron un hogar con muchachas hermosas  como su tío, con vocación de permanencia, donde la felicidad no necesitan gritarla porque la envidia tiene el sueño muy liviano, y la tapa de la cajeta fue que en la Normal conoció mi prima Luisa a Janis, una hermosa chica, su compañera de estudios, la cual me presentó y se robó para siempre mi corazón, ella se ganó el Baloto y yo la Revancha.

Como si lo anterior no fuera suficiente, mi padre amó a ese pueblo entrañablemente y fruto de esa especial circunstancia, está escrito en las paginas gloriosas de su institucionalidad que fue su alcalde municipal, no una, sino dos veces, en aquellos tiempos cuando no se designaba como alcalde a cualquiera. Además de la idoneidad, el conocimiento y la experiencia se exigía habilidad moral. Era entonces la honestidad la conducta social y el buen nombre lo primero que se examinaba para entregar tan honrosa responsabilidad a personas insospechables y de manos limpias. Por eso nunca tuvo en su contra ni una indagación preliminar. No salió rico del cargo, pero sus manos limpias son para nosotros nuestra carta de presentación. Lastima grande que el nombre de mi padre, y otros hombres que ayudaron a construir lo que hoy existe, hayan sido los grandes ausentes en tantas cosas que se destacaron durante la celebración de estas efemérides.

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