Edicion octubre 7, 2024

Una adoración seguida de la obediencia a la palabra

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“Mejorad ahora vuestros caminos y vuestras obras, y escuchad la voz de Jehová, vuestro Dios; y se arrepentirá Jehová del mal que ha hablado contra vosotros”.

Jeremías 26:13.

Pastor ICBF Riohacha - Robinson Mejía Iguarán
Pastor ICBF Riohacha – Robinson Mejía Iguarán
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Con gran amor y celo, Dios visita a Su pueblo nuevamente. Vino Palabra de Dios a Jeremías en el principio del reinado de Joacim, hijo de Josías, cerca del año 609 a. C., para llamar al pueblo al arrepentimiento. Lejos de guardar santidad, el templo se convirtió en una cueva de ladrones. Muchos acudían al templo a adorar a Dios, pero su vida estaba teñida de maldad y desobediencia.

Dios les hace una advertencia sobre sus actos, pues causarán que el templo de Jerusalén quede destruido al igual que Silo (Sal. 78:60-61). Pero, si oyen a Dios, se vuelven de su mal camino y obedecen Su Palabra, Dios se arrepentirá y no tendrá que reprenderlos por su injusticia. Un verdadero adorador inclina Su oído a la Palabra de Dios y la obedece, para dar frutos dignos del arrepentimiento.

Ponerse del lado de Dios y proclamar la verdad es un trabajo solitario y sacrificado. Cuando Jeremías termina de entregar el mensaje de Dios, los líderes religiosos y todo el pueblo se levantan contra él y amenazan con quitarle la vida, pues creen que profetizar la destrucción del templo es blasfemia. Silo fue el lugar en donde estuvo el arca de Dios por muchos días y que luego fue destruido y asolado por Filistea hasta los días de Jeremías.

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Entonces, los líderes religiosos y el pueblo acusaron al profeta de pronunciar palabras de traición contra su patria. Aunque corría el riesgo de perder su vida, Jeremías no deja de proclamar con denuedo el mensaje de arrepentimiento y de obediencia. Un profeta genuino anuncia la Palabra de Dios sin quitar ni añadir nada, pese a la persecución.

Si bien el pueblo de Judá tenía interés religioso, no vivían como lo deseaba Dios. No temían a Dios ni obedecían Su Palabra. Una vida de fe que Él no guía es una vida religiosa que perdió la vitalidad. Por eso, lo que Él desea de Su pueblo es que escuchen atentamente Su Palabra y lo honren obedeciéndola.

A veces sufrimos persecución y aflicción intentando llevar una vida así, pero Dios no ignora jamás a quien proclama Su palabra con valentía y sigue la verdad hasta el final, porque fortalece Su reino a través de los obreros de la Palabra que no se dejan doblegar ante ningún hostigamiento.

*El fiel debe aferrarse firmemente a la verdad, sin ceder al mundo*. Dios les guarde.

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