En estos días de la proclamada Semana Mayor según la religión católica, reflexiono respecto a la costumbre de “santurrones” que tenemos como sociedad, históricamente se ha castigado más la verdad que la “doble moral”, la corrupción ejecutada en nombre de Dios, las violaciones a niños y niñas ejecutadas en nombre del espíritu santo y la mentira, infidelidad y cualquier tipo de atropello en nombre del “peco, rezo y empato”.
Habitamos un país “santurrón” de mentiras “legitimadas” donde lo mal hecho se ve como correcto, el pez grande se come al chico, el violento mata, golpea, viola y se ampara en que fue provocado, pasa de ser victimario a víctima, es decir, peca, reza y empata.
En estos días “santos” incrementan las cifras violentas, los accidentes y esas noticias trágicas producto del afán de la gente de convertir días de descanso, recogimiento y compartir familiar o con amigos en “parranda santa” de excesos de consumo de alcohol o sustancias psicoativas.
El país santurrón se preocupa por guardar las apariencias y amparar cualquier conducta en la fe, en nombre de Dios, del señor de los milagros o del divino niño se cometen cualquier tipo de cosas, pero se acude a una narrativa de “asolapados”.
El país merece ser un territorio de transparencia, de no aplaudir lo mal hecho y de asumir responsabilidades sin jugar a limpiar culpas propias acusando a terceros, basta de posar como impolutos para juzgar a terceros, una sociedad santurrona necesita urgente evolucionar a la visión de bien común y abandonar el egoísmo absurdo que pisotea los derechos de terceros.
Que esta semana mayor sirva para reflexionar y encontrarnos con nosotros mismos, viajar al ser, hacer consciente la importancia del bien común y dejar de pecar, rezar y empatar, como aquellos que siendo corruptos dan entrevistas lamentando que la infancia guajira siga muriendo de hambre o quienes violan niños y violentan a las mujeres y se suben a los pulpitos a predicar sobre el amor y el respeto, un país santurrón está condenado a la postverdad, a una mentira que no le sirve a nadie porque raya entre la indolencia y el descaro, ojalá nuestra bondad siempre esté por encima de toda maldad. Pasemos de un país santurrón a uno transparente y humanizado, va siendo hora.