Cada vez se normaliza más leer noticias con realidades que superan cualquier ficción, que son realismo puro y no mágico, noticias marcadas por la corrupción, la violencia, la indolencia, la desigualdad, el racismo, la homo, trans o la gordofobia y cualquier otra dimensión perversa de discriminación; a su vez, parece que también nos acostumbramos a que un escándalo sobrepase el anterior, como si se turnaran y a su vez ganaran jerarquía.
Cuando pensábamos que los 70.000 millones del escándalo MINTIC era algo supremo, nos enfrentamos al hiper escándalo de los carrontaques para La Guajira y otros rollos más de corrupción al interior de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) que desbordan en números a esos 70 mil millones que en algún momento nos parecieron el fin del mundo, y claro, todo acto de corrupción, de robo directo al recurso público que se convierte en “privado” y que beneficia a unos cuantos es injusto, escandaloso, penoso y reprochable, no es para menos.
No nos reparamos como sociedad de un tema para afrontar otro, de los penosos actos de corrupción, pasamos a los dolorosos femicidios en espacios públicos con el agravante del trauma social, cada vez los feminicidas escogen espacios altamente transitados o el lugar del trabajo de la víctima, es que no basta con arrebatar la vida de una mujer por el hecho de ser mujer sino que se busca alborotar las emociones colectivas, dañar a más gente, contagiar de su caos a todos, de esto tan desgarrador,pasamos a bloqueos en varias ciudades y vías, a hechos violentos entre la ciudadanía y la Policía, a riñas frente a una clínica donde se debe preservar la vida y resulta que se pone en riesgo y así todo pasa a lo doblemente caótico, parece que el retorno a la tranquilidad no está tan cerca.
No puede ser que nos acostumbremos a que un mal tape otro mal y que ya esperemos lo menos peor y no lo mejor, estamos en tiempos muy complejo; Colombia anda ensismos sociales permanentes y para ser más concreta mi tierra – La Guajira – parece afrontar un estado crítico, ahora aparte de ser llamada por las miradas criticas verticales y lapidantes como la tierra de los niños muertos por desnutrición, a ser la tierra de los bloqueos y de la sed, de la pesadilla de los carrotanques y de la inseguridad; lo que borra los esfuerzos de muchas personas y organizaciones que quieren aportar a un departamento que se integre desde las garantías a su magia natural, porque La Guajira y su biodiversidad, pluriculturalidad y la riqueza histórica, es un destino atractivo por sí solo, lastima que en la era de los escándalos, el miedo y la inseguridad muchos de nuestros territorios se ven condenados al atraso, a la pobreza extrema y al insoportable caos.
Un escándalo tapa otro escándalo, tanto que parece que muchos consideran esa premisa la licencia para embarrarla porque siempre está la opción de que haya una nueva – cagada – más grave que la anterior.
Escribo esta columna, con el sentimiento profundo de dolor ciudadano por mi país, por mi departamento, por mi territorio y la gran pregunta es ¿Qué esperamos para unirnos y salvar este caos? ¿Qué esperamos para despertar y dejar de resignarnos a que pase lo malo como cotidiano?