Edicion septiembre 20, 2024

Sin políticos… y con hambre

Columnista - Nelson R. Amaya

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Sin políticos… y con hambre

Columnista – Nelson R. Amaya

“La guerra es un asunto demasiado serio para dejárselo a los militares”, expresó hace un siglo Georges Clemenceau, a propósito del primer enfrentamiento global.
Frente a las circunstancias actuales, lo están  parafraseando en otra materia: La política es algo demasiado serio como para dejarla en manos de los políticos. El Tigre francés se alzaría con sentidos aplausos en varios sectores de opinión que quieren gobernarnos. Toca hablar de opinión, porque si se dice ideológicos, los devolveríamos a la política que tanto dicen detestar, al mismo tiempo que la practican.
Todo esto tiene de largo y de ancho. Se ha vuelto indispensable para algunos aspirar al  respaldo ciudadano independiente autocalificándose como ausentes de la política. El desprestigio creciente de los partidos tradicionales, aunado a su  falta evidente de compromiso con las reformas indispensables que requiere el país en materias claves como la justicia, la política misma, la distribución equitativa de los recursos públicos, entre otras, nos vuelven cada vez más alejados de sus filas, más desconfiados de sus propuestas y menos estimulados a acudir a las urnas. Aún para miembros tradicionales de los partidos ídem, la caminada a votar nos parece como una ida al dentista: sabemos que hay que acudir, pero detestamos esa incómoda visita. Peor aún, lo hacemos a sabiendas de que tenemos que volver pronto porque nunca se terminarán de mejorar las muelas.
Detrás de esas posturas radicales y dogmáticas, se esconden varios arrugados actores de la política tradicional, apretados en unas fotos de grupo que los hacen aparecer como renovadores, sin exhibir sus largas hojas de vida de fracasos estruendosos por hacer de Colombia un mejor vividero, luego de permanecer sentados en un escritorio del estado por décadas. Y sin hacer ningún acto de contrición ¿Nuevas caras? ¡Hombre, sean serios!
Iguales deslices observamos en todos los sectores. -No somos políticos-, dicen, en abierta contradicción con  sus antecedentes, -no queremos que nos respalden esos políticos-, cacarean varios. Y acuden a la descalificación a todo aquello que se aparte de su manera de ver el mundo. “No me gusta la forma de hacer política de Uribe”, dijo alguien de la Esperanza, convencido que por solo decirlo adquiere un carácter de dogma que las masas deben adoptar como fórmula sacramental de  vida. No se quiere tomar la molestia de convencerlos de porqué, dado que su jerarquía se vería deslucida al entrar en esa trivial discusión. Olvida que en esta materia lo indispensable es hacer propuestas y convencer a los ciudadanos de ellas. Y que eso que plantea tampoco es lo que está en las prioridades de los colombianos, faltaba más. Otro de sus compañeros de grupo decide impulsar su aspiración compartiendo listas musicales, como si estuviera en un chat de compañeros de colegio. Vivir para ver.
Nos han montado en un tinglado electoral endeble, que por eso deja  al establecimiento con un riesgo de caída peligroso, no entendido éste como la tolerancia con la corrupción ni mucho menos la permisividad con las reglas actuales de juego políticas, que apestan. Es todo lo contrario. Hacer la crítica al mal funcionamiento del régimen sin de verdad acompañarla con propuestas creíbles y sólidas es aumentar la sensación que vive el colombiano, que observa que no hay forma de reconstruir ese desconfigurado país.
Las propuestas se diluyen en una lava criticona, un sinnúmero de dardos descalificadores y fundamentalistas. Mientras tanto, el hambre de los colombianos acosa. La inflación no da tregua a los escuálidos habitantes de zonas dejadas de la mano del estado, que se resiste a hacer presencia seria en ellas. Tendrán que verse avocados a votar por quienes les brinden un mendrugo el 13 de marzo. Así ha funcionado por décadas. Y son las reglas de juego imperantes. Es la tristeza de la democracia colombiana, la melancólica bufonada representativa. Si de verdad queremos tener representantes del pueblo, tendríamos  que cambiar la forma de tomar decisiones políticas electorales. Algún día.
De ahí que seguimos tercamente sosteniendo que quien asuma la presidencia en agosto próximo debe con carácter inmediato proponer la convocatoria a una constituyente que abra las compuertas cerradas hasta ahora por todas las ramas del poder público en connivente miopía sobre la situación del país. Debe cortarse ese cordón umbilical con la indolencia y pasar al trámite de una verdadera nueva Colombia.

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