Edicion octubre 5, 2024
Pastor ICBF Riohacha - Robinson Mejía Iguarán

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“Entonces vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios”.

Jeremías 30:22.

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El pecado trae como consecuencia la reprensión de Dios. El pueblo de Judá fue castigado por el Juez Justo, debido a sus muchos pecados y a la magnitud de su iniquidad. Al ser atacado por sus adversarios crueles, incurable fue su quebrantamiento y dolorosa su llaga. Jeremías describe la verdad de su situación diciendo que no hay quien los pueda ayudar, ni medicamentos para sanar sus heridas.

Judá fue olvidado por sus aliados, desechado por sus amigos, se convirtió en objeto de burla y fue despreciado por las naciones. No obstante, Dios anuncia el tiempo de Su misericordia. El permitió que Judá fuera herido, para sanar sus heridas y vengarse de sus adversarios, quienes no tuvieron piedad al despojarlos.

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Dios conoce el quebrantamiento y las heridas de Su pueblo. Cuando Él sane sus heridas, Judá será restaurado por completo.

El castigo es una señal de la ira de Dios, la cual no se calma hasta que haya hecho y cumplido los pensamientos de Su corazón. Pero después del castigo, Jeremías anuncia la promesa de la gloriosa restauración, basada en la misericordia y en el amor divino.

Dios hará retornar al pueblo de Judá a la Tierra Prometida; por Su misericordia, el pueblo escogido edificará la ciudad sobre su colina, y cantará con regocijo y gratitud. Sus hijos se multiplicarán; no serán menoscabados y de ellos saldrá un soberano que cumplirá la ley de Dios. El pacto será restaurado y Dios será su rey. Este es el nuevo pacto eterno que será escrito en el corazón del pueblo escogido (Jer. 31:33).

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Al pecado le sigue la reprensión y el juicio de Dios. Sin embargo, Él lo hace para purificar y restaurar a Su pueblo, en vez de condenarlos y destruirlos. Por eso, el fiel debe arrepentirse minuciosamente de sus pecados cuando esté sufriendo a causa de la disciplina, ya que no existe restauración sin un arrepentimiento completo.

Así, si confesamos humildemente nuestros pecados, alejándonos del camino del mal, Dios nos perdonará y restaurará nuestros corazones llenándonos de gratitud y gozo. También se restaurará la relación de pacto entre Dios y Su pueblo. Por lo tanto, aunque la disciplina sea dolorosa y sintamos que no la podremos resistir, el fiel que confía y espera en el Dios sanador experimentará Su increíble gracia restauradora. El amor incesante de Dios guía al fiel hacia el arrrepentimiento y la restauración. Él sanará tus heridas. Dios les guarde.

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