
“Te metiste con quien no debías” – Senador Bernie Moreno
Dos presidentes de temperamento fuerte —Gustavo Petro y Donald Trump— han convertido las diferencias políticas en un pulso personal. Petro, con su estilo impulsivo, ha protagonizado varios episodios de fricción: llamó “nazi” a Trump, en Nueva York invitó a los militares estadounidenses a desobedecer a su comandante en jefe y devolvió un avión con inmigrantes colombianos. Trump, fiel a su retórica confrontativa, respondió con descalificaciones aún más duras, tildándolo de narcotraficante, matón y lunático.
En política internacional, las batallas no se ganan con insultos, sino con estrategia y comprensión del equilibrio de poder. El presidente Petro parece convencido de que puede desafiar al gigante de Washington, pero su actitud, más que un gesto de independencia, puede convertirse en una apuesta riesgosa que afecte no solo su gobierno, sino al país entero. Tensar la relación con Estados Unidos es un lujo que Colombia no puede darse, especialmente cuando ese vínculo ha sido pilar de su estabilidad política, económica y de seguridad durante décadas.
En diplomacia, la prudencia suele ser más efectiva que la confrontación. Antes de lanzarse a desafiar a Trump —figura con enorme influencia en la política estadounidense— conviene medir las consecuencias de abrir una batalla tan desigual. Como decía mi abuela, con la sabiduría que dan los años: “pa’ perder, mejor no pelear”. No es realista que Petro pretenda ser David frente a Goliat cuando la relación bilateral es asimétrica en todos los frentes: económico, político y militar.
Hasta hace poco, la disputa era solo verbal, pero Washington ha empezado a dar señales de endurecimiento diplomático, incluyendo sanciones personales y restricciones de visado. Más allá de las motivaciones políticas, el mensaje es claro: Estados Unidos mantiene herramientas de presión que ningún país latinoamericano puede ignorar. Colombia sigue dependiendo del apoyo económico, militar y comercial de su principal aliado.

Petro busca proyectarse como un líder soberano, apelando a la dignidad latinoamericana. Sin embargo, la independencia no se proclama, se construye con estrategia, prudencia y resultados. La historia enseña que los arrebatos emocionales en política exterior suelen pagarse caro.
Colombia no puede permitirse romper puentes con su socio histórico. Más allá de las diferencias políticas, existe una interdependencia innegable: la cooperación estadounidense ha sido determinante en la lucha contra el narcotráfico, el fortalecimiento institucional y la inversión social. Romper ese vínculo por orgullo o cálculo político sería un error de consecuencias imprevisibles.
Las críticas de Petro a Washington y su acercamiento a regímenes autoritarios revelan más un impulso ideológico que una visión estratégica. Actúa como si librara una cruzada moral contra el “imperio”, olvidando que las cruzadas se ganan con aliados, no con discursos.
En política internacional, los gestos pesan tanto como las palabras, y Petro ha acumulado demasiados gestos que inquietan a sus socios tradicionales. Su discurso antiestadounidense y su constante confrontación con organismos internacionales han deteriorado la imagen del país. En el tablero global, eso se traduce en pérdida de confianza, inversión y capacidad de interlocución.
Estados Unidos no necesita recurrir a la fuerza para imponer su voluntad. Su poder blando —económico, diplomático y financiero— le permite influir sin disparar una palabra. Un informe, una sanción o la simple demora en un desembolso bastan para enviar un mensaje contundente. Esa es la asimetría que Petro parece ignorar cuando habla de soberanía con tono desafiante.
La postura del presidente colombiano frente a Trump parece más un error de cálculo que un acto de dignidad. Enfrentar a una potencia sin aliados, sin estrategia y con una economía frágil es apostar a perder. La historia latinoamericana está llena de ejemplos de líderes que confundieron el orgullo con la diplomacia, y todos terminaron aislados.
Colombia necesita una política exterior seria, que defienda su independencia sin poner en riesgo sus intereses. El reto no está en romper con Washington, sino en dialogar con firmeza y respeto, buscando beneficios reales para el país. Para ello se requiere pragmatismo, conocimiento de la geopolítica y, sobre todo, no confundir independencia con aislamiento ni crítica con desafío: la combinación perfecta para el fracaso.
Como dice el refrán popular: “el que tiene rabo de paja, no se acerca a la candela”. Y esta advertencia le cae justo a Petro, quien acaba de ser incluido en la lista Clinton. Haría bien en recordar que los gestos impulsivos, en política exterior, suelen dejar cicatrices profundas. Si tuviera visión de estadista, entendería que, a nueve meses de dejar el poder, lo más sensato es mantener a Colombia en buenos términos con Estados Unidos.






