Edicion octubre 6, 2024
Columnista - Nelson R. Amaya

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¡Qué piedra!

Columnista – Nelson R. Amaya

Elemento útil para el hombre la piedra.

Siempre la tuvo a la mano; cuando frotó una con la otra, aprendió a controlar el fuego. Bien para darle en la cabeza a los animales y alimentarse o defenderse, o bien para darle en la cabeza a los otros hombres y dominarlos, alejarlos o apropiarse de sus bienes y sus mujeres. Usos tanto prácticos como bélicos caracterizan la relación duradera entre el humano y ese mineral compacto, indispensable en el desarrollo de todas las civilizaciones. Barata, inagotable, disponible para ser labrada, se ha convertido en murallas, castillos, edificios, en fin, nos hace lo que somos.

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Vale la pena destacar su participación en dos instantes de la vida política colombiana: Aquella vivida durante la estrategia de internacionalización del comunismo, cuando el ascenso de la revolución cubana puso una bandera de la hoz y el martillo en Latinoamérica, y facilitó las filtraciones de los mitos del socialismo soviético en las mentes ansiosas de cambios dramáticos de muchos jóvenes del continente. Llegaba dinero y filosofía a las universidades públicas colombianas desde la isla y directamente desde el Kremlin. Y los convertían en piedras arrojadas a diestra y siniestra contra todo lo que tuviera un viso de “establecimiento represor y frustrante de las reivindicaciones marxistas”. La década de los sesenta, nos recuerda la historia, brilló por esa incesante actitud de los comunistas de ir a tirar piedra a la embajada de los Estados Unidos por cualquier cosa que pasara en el mundo. Los soviéticos llevaron a la Universidad Patricio Lumumba de Moscú a muchos estudiantes para adoctrinarlos y devolverlos a la lucha clandestina. Lograron elegir a un comunista, Salvador Allende en Chile, derrocado por un golpe de estado luego de casi tres años de mandato en 1973. Pero la estrategia falló radicalmente en nuestro país. Y las razones son de variado tinte. La primera de ellas, el hecho de que los regímenes comunistas eran totalitarios, sanguinarios y en extremo represivos de las libertades individuales, base fundamental de la coexistencia social. No puede atentarse contra ellas so pretexto de mejorar las condiciones de distribución de la riqueza y su desconocimiento laceraba las esperanzas de vivir sin angustias. De esta deviene la segunda causa y es que el control estatal de los medios de producción no demostró que las condiciones de vida de los miembros de estos países se pusieran en sintonía con aquellas del mundo libre y a esto se sumó el atraso en productividad, la parsimonia y pereza en generar bienes y servicios adecuados producto del hecho del trabajo para propiedades colectivizadas. La piedra pasó a un segundo plano. La Unión Soviética dejó de financiar la revuelta social durante la guerra fría y el fracaso de la implantación de sistemas espejo de los suyos en nuestro medio les hizo entender que por ahí no era la cosa. Vino luego a la caída del muro de Berlín en 1989, levantado a piedra para separar a la fuerza a una sociedad. El martillo de la bandera soviética se usó entonces para destruir los límites físicos pretendidamente impuestos a las mentes alemanas.

Sin la fortaleza pétrea de la Unión Soviética la vida de ese sector del mundo floreció. Los países de Europa del este recobraron sus democracias, algunas de ellas aún en construcción. Pero la Federación Rusa no logró seguir el camino que el hábil político Gorbachov impulsó en ella al cerrar la URSS. Han podido más las veleidades de poderes absolutos en un país que nunca en su vida ha probado los agridulces del voto popular y libre. Con Putin, un hombre fuerte educado en las artimañas de la KGB y ansioso por recuperar terrenos perdidos en zonas estratégicamente claves para cualquier ambicioso, el mundo volvió a la edad de piedra. Y nosotros a la edad de la piedra financiada, como lo vemos en las rocas que usan los de la primera línea para destruir todo lo que esté a su alcance, con la financiación rusa que recientemente denunció un importante medio de comunicación. La roca no va ya a la embajada norteamericana. Va directo al bienestar comunitario, cuando atentan contra el transporte público y contra bienes de beneficio colectivo.

No pretendo desconocer las responsabilidades de quienes no han logrado plasmar desde el régimen colombiano la tan ansiada justicia social. No los exculpo de los derroches, corrupción y tolerancia con las prácticas torcidas que se han vuelto comunes en muchos sectores del régimen, tanto en gobierno como en congreso y rama judicial. Eso también saca la piedra. Pero es otro capítulo por desarrollar.

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