Edicion noviembre 27, 2024
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

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Columnista – Jorge Parodi Quiroga

La existencia es una sucesión infinita de ciclos. El universo todo se rige por etapas, cada una de las cuales tiene un preciso momento de ocurrencia, una razón inamovible de pervivencia y, desde luego, unas características propias que las definen y las diferencian.

El día se divide en dos períodos precisos e inamovibles, uno en el que reina la luz y otro gobernado por la oscuridad.

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En algunas partes del mundo se dan cuatro estaciones, en otras solo dos temporadas, pero cada una es determinante en la subsistencia de la otra y el desarrollo de la aventura que llamamos vida.

La comprensión de estos ciclos, ha sido una de los más grandes logros de la humanidad.

Segmentar cada período del día en horas, las horas en segundos y luego conjugarlos en bloques perfectos para determinar las semanas, los meses y los años, es sencillamente brillante. Qué sería de la humanidad si no pudiéramos establecer con precisión los tiempos, las épocas, las temporadas.

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Precisamente, estamos ad portas de concluir una etapa y asistir al inicio de otra; se manifiestan las emociones revueltas entre añoranzas, tristezas, alegrías, incertidumbres y las nuevas esperanzas que llegan como refrigerio al alma, y, al filo de las doce de la noche del último día del calendario, cuando “entre pitos y matracas” el reloj anuncie que ha llegado un años más, una nuevo ciclo ha de comenzar.

Toda mi vida he sido un fanático de la planeación, y cada final de año, desde que tengo memoria, es mi tiempo de proyectar las actividades del siguiente. Soy meticuloso al hacerlo: comienzo con un balance del año que termina (casi siempre salgo quebrado), sigo con una relación de las metas no alcanzadas, las tareas por hacer, y a todo le establezco un tiempo estimado de ejecución.

En honor a la verdad, casi nunca he podido alcanzar siquiera el cincuenta por ciento de las metas que trazo para cada año, pero eso ya no me frustra, a esta altura de mi vida he dejado de ser menos exigente conmigo mismo y me permito el muy humano derecho a fallar; claro, no por eso dejo de hacer juicioso mi rigurosa planificación anual.

Estaba en esa tarea por estos días cuando comprendí que tal vez era hora de dejar sentada en mi agenda para el año entrante metas que estuvieran más relacionadas con el ser, que con el hacer; me explico, casi todas las metas que establezco están enfocadas en logros académicos, comerciales o profesionales, es decir, cosas meramente materiales, y no es que sean necesariamente malas, pero su aporte a quien yo soy, no es el más relevante que digamos.

Me había planteado un reto sin proponérmelo, el de ser mejor persona, y para ello debía tener claro las áreas sobre la cuales enfocar los esfuerzos; me apesadumbraba un poco la consciencia de mi materialismo rampante y dialéctico, entonces, me propuse reemplazar las metas, muchas de las cuales no dependen exclusivamente de mí, por propósitos que se convirtieran en proyectos de vida, que me definieran como persona y que me brindaran tantas razones para vivir, como para morir.

Fue un ejercicio de mayéutica introspectiva entre los dos hemisferios de mi cerebro, una danza de cuestionamientos en busca afanosa por encontrar algún motivo que le diera más sentido a la agenda del próximo año.

No sé si es porque me estoy volviendo viejo, pero estoy comenzando a pensar en legados, herencias y esas cosas que cobran vigencia después de partir de este mundo y quisiera dejar a los míos (eso incluye a mis amigos) no solo bienes materiales, también deseo dejar un buen nombre y mientras caminar con la satisfacción de llevar una vida digna y contribuir, así sea un poco, a hacer de este mundo un sitio mejor.

Mi búsqueda de propósitos correctos y más elevados dio su fruto, hoy mi planeador anual no está lleno de actividades de corto, mediano y largo plazo, de metas que se agotan con el tiempo sea que se alcancen o no; estoy enfocado en principios, no en proyectos, en construcción del ser, no en la realización del ego.

Estoy plenamente convencido de que la vida es compensativa, y en tanto eso sea verdad, los resultados que se reciban estarán íntimamente ligados a lo que uno es, al fin de cuentas cada actividad nuestra es un reflejo de lo que somos por dentro.

Hay cuatro principios nada desconocidos, al menos semánticamente, en los que pienso ocupar buena parte de mis esfuerzos en el futuro inmediato y con su permiso, quisiera compartirlos con ustedes. Son revolucionarios, más en estos tiempos en los que no es tan común encontrarlos.

INTEGRIDAD

La nuestra es una sociedad carcomida por la corrupción, la deshonestidad y la mentira; sin darnos cuenta, aprendimos a celebrar lo malo y reprochar lo bueno, al punto que se tiene por mojigatería anacrónica la decencia, mientras que se estima como “modernidad” la depravación y la ordinariez; eso abarca todas las esferas, desde la política, pasando por la religión hasta llegar a la educación.

En un mundo consagrado a la hipocresía, que tiene apariencia de piedad, donde se privilegia lo oculto y lo torcido, ser íntegro, en la extensión máxima de la palabra, hará la diferencia.

GENEROSIDAD

La vida no consiste en la cantidad de riquezas materiales que se atesoren; no es malo tener bienes, lo malo es cuando los bienes nos tienen a nosotros. En algún punto indeterminado de nuestra historia, las cosas se hicieron más importantes e imprescindibles que las personas.

Creo que debemos aprender a ser generosos con nuestro tiempo, siempre habrá alguien más cerca de nosotros de lo que imaginamos, en espera de un poco de atención, ansioso de ser escuchado, abrazado o aconsejado.

Hay que ser generosos con nuestros sentimientos; quién no necesita una palabra de apoyo, de estímulo, una frase que le recuerde que es amado e importante; no deberíamos olvidar que el amor no es evidente, hay que expresarlo con palabras, demostrarlo con gestos y ofrecerlo con generosidad.

Es menester mostrar generosidad con nuestros recursos, y me refiero a recursos financieros. En este mundo hay mucho padecimiento, demasiada necesidad; agradezco el pan que llevo a mi boca, pero no puedo dejar de pensar en tantos que irán a la cama esta noche sin probar bocado y angustiados por el siguiente día.

Es mejor dar que recibir, sin duda.

CONFIANZA

Hoy, la ansiedad nos ha cercado. Estamos sitiados por preocupaciones y temores; junto a todo el avance en materia de ciencia y tecnología que hemos experimentado en los últimos treinta años, también ha crecido el desasosiego, la incertidumbre y el estrés.

Estamos en un punto ciego de la historia. El futuro nunca ha sido tan contingente como hoy. No hay certeza de nada, solo una esperanza, que por momentos se disipa, de que las cosas mejoren. La preocupación es patrimonio de la humanidad.

En medio de un panorama tan sombrío, conviene poner los ojos en la Fuente de toda confianza; la ayuda y el solaz, créame, no proviene del plano horizontal, hay que elevar los ojos por encima de las nubes.

Resulta benéfico tener un buen concepto de uno mismo, no más alto del que se debe tener, solo que hay que pensar de uno con cordura, pues hasta donde sé no existen los superhombres, la autosuficiencia es una mentira y la confianza en las propias fuerzas es una trampa mortal.

EXPECTACION

Sea que lo crea o no, todo lo que el hombre teme, eso le sobreviene. Si sus expectativas son derrotistas, no espere buenos resultados; inconscientemente estará trabajando para fracasar.

Hay que buscar en el corazón cuáles son las expectativas reales de la vida, lo que esperamos suceda. Con frecuencia encontraremos que, afectados por la desconfianza, la visión del futuro es generalmente negativa, puesto que nuestro nivel de confianza determina el mayor o menor grado positivo de nuestras expectativas, dicho esto, es válido preguntarse en qué está usted basando su confianza.

Es cuestión de horas para que finalice este año, se vale establecer metas, eso es orden, hoy además lo invito a que incorpore propósitos, suenan parecido pero son diferentes.

Deseo para usted, que me está leyendo, paz y felicidad. Prometo, no importa el lugar del mundo en donde esté, que cuando las campanas sentencien el comienzo del nuevo ciclo, mi oración estará con usted y brindaré por su salud.

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