Edicion septiembre 20, 2024

Promoción 2001 de la Facultad de Derecho de la Universidad Santo Tomás

Columnista - María Isabel Cabarcas

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Columnista – María Isabel Cabarcas

En los primeros días de diciembre recordé, que hace 20 años volví a mi Riohacha natal, después de haber cursado durante cinco años seguidos, mi primera carrera profesional. La ciudad elegida en diálogo con mis padres por allá en 1996 fue Bucaramanga, y aunque había sido admitida en las dos universidades en las que me presenté, no dudé un instante en que la de mi predilección sería la Universidad Santo Tomás de esa “Ciudad Bonita” como es reconocida nacional e internacionalmente.

Rememoro los detalles de los momentos previos a mi ingreso. Aquella entrevista en la que coincidí con los que pronto se convertirían en mis compañeros de curso, en el grupo que sería, una muestra de la riqueza cultural de las regiones de Colombia, pues tanto del caribe como del oriente, centro y el sur del país, nos mezclamos por diez semestres ininterrumpidos múltiples formas de ser y de ver el mundo con nuestras particularidades y sello de identidad propio, seguros del consenso tácito que habitaba en nuestros corazones en torno al anhelo de lograr, a través de la educación superior en un reconocido centro de formación, el título de Abogados.

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A través de los años algunos se fueron, desistieron de su proceso de formación por múltiples razones y perdimos inevitablemente contacto. Con muchos otros, los que seguimos adelante, se forjaron fuertes lazos de afecto que han permanecido a través de los años, gracias a las infinitas posibilidades que la tecnología nos prodiga. Con la comunicación a través de las redes llegaron también, las tristes noticias de los decesos de algunos de ellos: Olsen Antelíz oriundo de Ocaña, quien terminaría su carrera en otra universidad, Jaime Jovanni Díaz a quien todos llamábamos cariñosamente “El Paisa”, con su marcado acento y especial manera de tratar, y más recientemente Mayerli Díaz Rojas, una alegre mujer barrameja, amante del vallenato y madre de tres hermosos hijos quien pereció en un accidente aéreo en ese nefasto 2020 que muchos queremos olvidar.

Estudiamos desde 1997 hasta el 2001, en la sede antigua de la Universidad Santo Tomás de Aquino, ubicada en la calle 9 con 18. Un hermoso, imponente y antiguo claustro lleno de cómodos salones, terrazas, pasillos y una amplia plazoleta, rodeado de cafeterías y también de tradicionales tiendas santadereanas donde nos reuníamos a desayunar, almorzar compartir y conversar entre clases. Inolvidable la esquina de “Donde Lucho”, o los múltiples locales donde sacábamos fotocopias o transcribíamos trabajos y ensayos. En la parte de atrás estaba ubicado el emblemático Consultorio Jurídico donde bajo la tutela del Doctor Humberto Rueda Silva, su director, gran ser humano y una eminencia de la comunidad académica, realizamos nuestras exigentes prácticas litigando o siendo conciliadores en asuntos menores tanto en noveno como en décimo semestre. También vivimos inolvidables fiestas, integraciones y paseos, como nuestro viaje en segundo semestre al Cabo de la Vela con el profesor Antonio Becerra, en el marco de la asignatura de Economía Política, la serenata a la Universidad el último día de clases, la tradicional despedida que hacen los de noveno a los de décimo semestre y aquel épico viaje de fin de carrera a San Andrés durante cinco días de inenarrable francachela e indescriptible camaradería.

Con gran cariño los recuerdo hoy, ad portas de finalizar el 2021, veinte años después de nuestra despedida: Piedad Rocío, Rosy, Orlando, los dos Juan Carlos Novoa y Zuleta, Vladimir, Guillermo, Luisa Fernanda, Margie, Joannita, Aiceth, Wilson, Álvaro, Angélica, Carmen Elena, Felipe, Mauricio, Gonzalo, Juliana, Sandra, Lina, Edwin, Héctor, Astrid, Carolina, Carmen Cecilia, Aura, Carolina, Mirta Lorena, Catalina y los compañeros del otro salón, Jenny, Jazmin, Sandra, Fabio, Lucy, Jairo, Andrea, Lorena, María Ligia, Bibiana, Carmen Teresa y por supuesto, a Juan Pablo Moncada quien es hoy, con grandes méritos, el Decano de la Facultad de Derecho. Aunque no terminamos juntas, Lised Garavito, eres y serás una hermana que Dios me regaló y tu familia es y será siempre, la mía también.

Anoche me acosté pensando en que quería escribir sobre estos recuerdos, y terminé soñando con quienes hoy son, además, queridos colegas y amigos. Entre los rostros hallé intacta, la figura de estimados y admirados docentes con quienes aún mantengo comunicación y una entrañable amistad que cada tanto se manifiesta a través de mutuos mensajes de afecto. A ellos, excelentes maestros y grandes personas, les debemos en gran medida, lo que somos, pues fueron ellos quienes generosamente con sus invaluables conocimientos y amor por la academia, forjaron nuestro perfil y tal vez se convirtieron en los guías de los distintos senderos que hoy transitamos como profesionales del Derecho por las variadas áreas y disciplinas jurídicas que como en mi caso, se han convertido en una flameante llama desde las cuales nuestras convicciones y compromiso de servicio con la sociedad, se hace presente y fortalece cada día.

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