Navego en el Cabo de la Vela hasta un lugar misterioso llamado Pülasho’u que significa “ojo sagrado” en la lengua wayuu. Al fondo se ve el perfil gris de la Serranía del Carpintero que le da un soberbio marco terrestre a este lugar lleno de relatos. Los indígenas que habitan el litoral lo ubican a través de coordenadas imaginarias. Esa habilidad es parte de su profundo conocimiento de la fisiografía del paisaje. Pülasho’u es un bajo. Una especie de promontorio arenoso en medio del mar que se encuentra rodeado de aguas más profundas. Mi amigo Aaron Laguna me cuenta que cuando la luna está en creciente en el fondo marino se observan luces que reflejan la silueta de una misteriosa embarcación. Los pescadores indígenas le traen malambo, chirrinchi y tabaco a este sitio en el que navegan y pescan con asombro y respeto.
Antes de llegar a Ojo sagrado habíamos navegado alrededor de Juliluanalü, una especie de mariposa de piedra que emerge de las aguas marinas. En ella Pulowi, un ser hiperfemenino, cura a las tortugas y peces que son parte de sus rebaños y que han sido heridos por los pescadores wayuu. Ella retira de sus cuerpos los restos de arpones, redes y anzuelos.
Estos lugares se encuentran conectados con un conjunto de relatos, protocolos, rituales y creencias acerca de agentes inmateriales y su incidencia en el destino de los seres vivientes. Algunos de esos lugares constituyen una especie de entrada al mundo de los muertos. No se trata simplemente de lugares comunes dentro del paisaje. Son sitios socialmente significativos para un grupo humano, pero no todo lugar socialmente significativo es considerado sagrado. Solo algunos de ellos tienen restricciones en su acceso o requieren de rituales previos para abordarlos sin peligro.
Los lugares considerados sagrados en las sociedades indígenas usualmente poseen un conjunto básico de características naturales que los hacen tener rasgos distintivos. Entre ellos se encuentran cerros, cuevas, ojos de agua, promontorios, afloramientos rocosos, islotes o lugares dentro del mar, entre otros. A diferencia de los camposantos y las iglesias, ellos existen desde tiempos transhistóricos y no necesitan ser declarados por los humanos como sagrados. Los rasgos distintivos están relacionados con su forma, textura, accesibilidad, color, posición aislada o destacada en el paisaje. Algunos pueden tener rasgos morfológicos cambiantes durante el día o en ciertas épocas del año como sucede con los espejismos. Estos sitios son heterogéneos. Los agentes inmateriales que los habitan y su valoración social pueden variar de un sitio a otro.
¿Qué es lo sagrado? En la lengua wayuu pülaa es lo prohibido y lo que puede contaminar. Apülajawaa hace alusión a las restricciones que tienen las personas por medio de la práctica de los rituales: prohibiciones alimenticias, de contacto sexual o aquellas que limitan la movilidad de los humanos. Los lugares sagrados pueden poseer una intensa energía espiritual en un entorno y actuar como cronotopos o lugares densos en donde el espacio y el tiempo se funden.
Centenares de turistas como dóciles e inconscientes rebaños recorren estos lugares sin haber estado realmente en ellos, sin conocerlos y comprenderlos. Las agencias de turismo banalizan el territorio indígena modificando su toponimia. De esta forma, Kamaichi el antiguo, será llamado el Pilón de azúcar, Jepira o la entrada hacia el Mundo-Otro de los wayuu lo bautizaron frívolamente como La cueva del diablo vaciándoles de sentido.
De regreso a la orilla Aaron Laguna está preocupado por la perdurabilidad de esos sitios socialmente significativos. Le preocupan las modificaciones ambientales y físicas que puede traer la transición energética si no se les identifica y protege. Al llegar me dice con profunda tristeza “donde no llegó el ejército español están llegando fácilmente las empresas”