Existe una avenida en Aracataca, Magdalena, llamada Monseñor Espejo. Esta pasa por la casa de los abuelos de Gabriel García Márquez convertida hoy en museo. Como algunas generaciones caen en la fácil tentación de alterar la toponimia de una población o de una comarca, quiero contar el origen de este nombre que conecta un escandaloso fraude electoral de nuestro país y una de las grandes obras de la literatura universal:
Monseñor Pedro Espejo Daza fue una importante figura religiosa que nació en Riohacha en 1854. Su padre, de ascendencia española, era Fernando Espejo Cominuaga. Su progenitora fue la dama criolla Eulalia Daza. Pedro Espejo se decidió por la vida sacerdotal y para su ceremonia de ordenación se engalanó la Catedral de su ciudad natal con tan bellos ornamentos que no ha tenido comparación en varios siglos. Sin embargo, el irregular desarrollo de unas elecciones presidenciales a principios del siglo XX cambiaría tanto el curso de su vida como su promisoria carrera eclesiástica.
En esa ocasión, dos de febrero de 1904, en la que se enfrentaban el boyacense Rafael Reyes y el cartagenero Joaquín Vélez, se cometió un inocultable fraude electoral que permitió la elección de Reyes como presidente. Este suceso fue conocido como el Registro de Padilla. El Padre Espejo, a la sazón párroco de Riohacha, alegó ante los encargados de investigar los hechos que no se habían realizado elecciones ese día por encontrarse la población en las festividades de Nuestra Señora de los Remedios. Esa declaración le hizo ganar la hostilidad de los partidarios de Reyes quienes no descansaron hasta alejarlo de su ciudad natal. Ante la incesante hostilidad del conservatismo este sacerdote decidió marcharse para siempre a Santa Marta.
Antes de abordar la goleta que lo trasladaría a esa ciudad, el padre Espejo se dirigió a sus coterráneos dando explicación detallada del manejo escrupuloso de las ofrendas dadas por sus feligreses. Estas se destinaron a los nuevos y magníficos altares del templo traídos de Italia, al mercado que construyó a los indígenas guajiros y a otras obras de caridad. Sus palabras finales fueron: “Riohacheros, olvidaos de la política que es vicio y gangrena de los pueblos y dedicaos al trabajo honrado. ¿Nos volveremos a ver? Sí, en el cielo”. Después de esta dramática despedida jamás volvió a pisar su tierra natal.
Muchos años después, cuando ejercía su apostolado en Santa Marta, recorría también los pueblos de la zona bananera como Aracataca y se alojaba en las casas de sus coterráneos riohacheros como el coronel Nicolás Márquez y su esposa Tranquilina Iguarán, los abuelos de Gabo, que lo consideraban una especie de santo. Fue él quien propició el matrimonio entre Gabriel Eligio García y Luisa Santiaga Márquez, padres del escritor, el 11 de junio de 1926 en la catedral de Santa Marta. Lo hizo convencido de que no había poder humano capaz de derrotar aquel amor empedernido. Gabo afirma que “algunos acudían a sus misas solo para comprobar si era cierto que se alzaba varios centímetros sobre el nivel del suelo en el momento de la elevación”. Fue la figura del padre Espejo quien inspiró al escritor el personaje de Nicanor Reyna, el cura que levitaba en Cien años de Soledad después de haberse tomado una taza de chocolate.
Monseñor Pedro Espejo Daza, quien jamás pudo ser obispo, por haberse ganado la animadversión de un partido tradicional colombiano, murió en Santa Marta en 1934. Sus admonitorias palabras de despedida: “olvidaos de la política y dedicaos al trabajo honrado” fueron tergiversadas y presentadas por quienes ejercían el poder como una maldición eterna que cayó sobre la ciudad fe Riohacha y quizás sobre toda La Guajira. La hábil estratagema de los políticos les ha servido hasta hoy para eludir sus responsabilidades en el manejo de los recursos públicos y convencer a los habitantes de ese territorio de que la culpa de todos sus males la tiene un santo.