Edicion septiembre 19, 2024

Los pasos simultáneos para sobrevivir

Columnista - Nelson R. Amaya

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Columnista – Nelson R. Amaya

Hemos creado una enorme confusión entre la gente: La de decidir por apersonarnos de los problemas de mañana, al mismo tiempo que miramos con desdén los de hoy. La de llorar por la infelicidad de nuestros nietos en veinte o  treinta años, mientras ocultamos de su vista los sufrimientos de los hijos de los menos favorecidos. La de enfurecernos por la alta contaminación de nuestro planeta en simultánea con la indiferencia con el hambre, sí, el HAMBRE, con mayúsculas, de los miles de millones de seres humanos que no conmueven por estar lejos, en otro barrio del mundo, en otro estrato del vecindario.

Los reclamos energúmenos de voceros de las desgracias futuras no han dejado escuchar los lamentos de quienes recuerdan que habitamos todos este globo, que nos podemos pasar la vida dando explicaciones y estableciendo culpables de las diferencias entre nosotros, pero que, en actitud muy propia de la condición humana, elusiva, miramos el hueco lejano de la vía para caer inexorablemente en el próximo. Estamos en el momento en que, para llegar hasta el siguiente nivel, tenemos que recabar cómo pasamos de éste.

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Las estridencias de quienes desde el privilegio del desarrollo buscan cómo forzar el estancamiento de las economías que pujan por lograr un mejor desempeño, y en consecuencia un mejor nivel de vida de sus conciudadanos, logran la amplificación de los medios de comunicación en general.  Al extremo que, desde editoriales “sesudos y responsables”, pretendieron que la cumbre de Glasgow llegara a conclusiones imposibles para más de la mitad del mundo que debía participar en ella. Fueron decantadas las imposiciones desde la comodidad de los que han  logrado todo, para aterrizarlas en las angustias de quienes aspiran a conseguir algo.

Se destaparon las hipocresías, se develaron las realidades de la tierra de hoy. Así  nos lo menciona Bjorg Lomborg, en su magnífico libro “Alerta”, quien es un verdadero porfiado en el balance exigente entre el hoy y el mañana, cuando trae a colación una encuesta del Washington Post que mostró que, aun cuando a más de las dos terceras partes de los estadinenses les parece crítico el cambio climático, la mayoría no está dispuesta a gastarse US$24 al año para remediarlo.

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Sobre los hombros de los menos favorecidos, hoy esperanzados en cambiar su realidad, ya que hasta los países totalitarios como China encontraron que hay que darle pan a la gente con crecimiento y empleo, no se va a construir un mejor futuro, salvo que se use la estructura de levantar la humanidad del 2050 sobre la equidad, el equilibrio, de todos los ocho mil y tantos millones.

Observamos con tristeza la manera displicente con la que se quiere, desde el privilegio y la comodidad, hacer el rastreo de la contribución de cada persona con el cambio climático, mediante el uso de un sensor personalizado para, minuto a minuto, darle noticia a los congéneres de cuánto pesamos en  la vida futura, con cuánto metano o dióxido de carbono hemos aumentado la imposibilidad que tiene la atmósfera de absorber hoy nuestras irresponsabilidades pasadas. Cómo me gustaría encontrar un rastreador que registrara el grado de desnutrición decreciente de muchas personas, cuyo futuro está maldito desde ese día en que les tocó el infortunio de nacer en medio de unos escenarios de pobreza y hambre. Y llevarlo, como un Óscar, a los escenarios internacionales donde no hay vestidura que no se haya rasgado por los nietos del poder, pero que no han visto ni siquiera alterados los pliegues bien planchados de su asco por los desdichados.

Mucha responsabilidad le cabe a sus propios dirigentes en los desastres sub-saharianos, cierto. Al igual que los desatinos basados en corrupción y desorden de tantos otros países que no salen de su miseria. Pero la realidad innegable es la necesidad de hacer algo que asegure un mejor estar de quienes hoy se hunden en la desesperanza y el abandono global.

El trabajo colectivo mundial debe entonces discurrir en la búsqueda de una vida mejor basada en la atención sincrónica entre los hambrientos de hoy y los sobrevivientes de mañana. Sólo así podrían exculparse los causantes del momento ecológico.

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