Hace más de veinte años, disfrutaba una de esas tradicionales fiestas que se acostumbraban a hacer en las terrazas de las casas riohacheras. De repente salió bailando alegremente desde dentro de la casa ubicada en la calle 5, una muchacha joven, alegre y hermosa cuyo magnetismo atraía todas las miradas. Ella bailaba con toda la destreza y el entusiasmo, como si el Caribe entero recorriera su ser desde adentro. Llevaba un conjunto de pantalón azul turquesa y blusa fucsia, o no lo recuerdo con precisión, pero sí recuerdo mi pensamiento en ese momento: me encantaría ser su amiga. Varias veces esa noche, nos invitó a las mujeres a que la acompañáramos a bailar en un tropel exclusivamente femenino de jolgorio que terminó siendo carnavalero, comandado diestramente por ella y donde todas nos dejamos llevar por la avasalladora alegría de la música caribeña.
Aquella fue una celebración memorable, de esas llenas de alegría y risas sin fin, camaradería, música de papayera y maicena hasta el cansancio. La bailadora de esa noche era Carmenza Lucía, la hija de la señora Yiya Chassaigne y del señor Chichimon Ávila (Q.E.P.D.), compadre muy querido de mi mamá, quien fuera la madrina de Moisés, su hijo mayor. Recuerdo las bromas de Tony esa noche carnavalera, y haberme sentido tan feliz y agradecida por haber disfrutado junto a buenos amigos, esas noches que uno anhela inútilmente alargar, por la brevedad de los permisos de la época que podrían darse quizás hasta las dos de la mañana, en el mejor de los casos.
En los años siguientes seguiríamos coincidiendo en reuniones de amigos, en los vericuetos de la vida y en efecto, de la consideración familiar entre nuestros padres y la simpatía mutua surgiría nuestra amistad. Varias veces junto a mi madre con ocasión de viajes por motivos médicos a Barranquilla, la visitaríamos en su casa en esa ciudad, templo del bello hogar conformado con Iván, hijo de la señora Miriam Garrido, (otra querida amiga de mi mamá) y en donde para sus bellos hijos María Beatriz y Juan, han edificado un refugio de amor, protección y educación en valores.
En el 2015 fui invitada por mi amiga Fiorella Pugliese, a presentar un bello evento de Avila S.A.S. en el Hotel Gimaura y posteriormente ese mismo año, a la emotiva celebración de los 30 años de la empresa en la que además de compartir muy cerca de todos ellos la alegría por los merecidos logros de tantos años de esfuerzo, disciplina y trabajo, observé la satisfacción y alegría colectiva de un cohesionado equipo de trabajo que ha ayudado a forjar una empresa familiar guajira de proyección nacional. Como resultado de aquella experiencia, publiqué una emotiva columna que además de ser un reconocimiento personal a sus grandes logros, se convirtió en una manera de unirme a la magna celebración. Debo decir que el jolgorio nos llevó a ver el amanecer en como decíamos “la mesa que más aplauda” en donde con Alex (quien mi mamá dijo siempre que físicamente se parecía mucho a su compadre Chichimon) y su buen sentido del humor, junto a su bella esposa Keyla y varios amigos más, nos resistíamos con sobradas razones perniciosas a que se acabara aquel feliz momento.
Hace unos días llegó a mis manos: “Mi historia detrás de un clan” de la autoría de Carmenza Ávila Chassaigne el cual fue lanzado mientras me encontraba viviendo en Buenos Aires, por lo que lamenté no poder estar presente. Un valioso detalle de su autora que en un solo día devoré ávidamente llevada por el sentimentalismo y la empatía desbordada, pues ese relato humano, escrito en letras y emociones femeninas, cargado de honestidad, gratitud, vulnerabilidad e inquebrantable fe, tocó mis más sensibles fibras de mamá, familiar y amiga de ese inigualable clan que mi madre me enseñó a querer y reconocer como lo que son: seres humanos excepcionales.
Querida Mencha: Gracias por abrir generosamente tu vida a través de recuerdos, anécdotas, reflexiones y aprendizajes en ese libro que es mucho más que un libro. Es la narración honesta de una mujer riohachera valiente, noble, esforzada, espontánea, fuerte, sincera, magnética, profesional disciplinada, inteligente y destacada. Hija ejemplar, esposa consagrada, familiar abnegada y mamá dedicada a su par de tesoros; agradecida con sus padres, orgullosa del hogar que ha forjado y del noble clan que la ha rodeado con amor para afrontar dignamente una de las más duras situaciones que un ser humano puede llegar a vivir. Tú eres mucho más que las circunstancias que vives y sé que eso lo sabes. Tus reflexiones nos invitan a mirar hacia adentro del alma de cada uno de nosotros tus lectores y a aceptar con amor nuestra vulnerabilidad en medio de las dificultades en clave de resiliencia.
Al terminar entre lágrimas la lectura de tu bella obra literaria, quedé con unas ganas infinitas de abrazarte y sé que lo haré pronto. Mientras eso sucede, te hago llegar en estas letras sentidas mi afecto, consideración, amistad y admiración, al encontrarme contigo en ese dedicado y minucioso relato personal y familiar escrito desde el alma, expresándote mi respeto, solidaridad y empatía, por ser como tú, profesional, mujer creyente, devota y por supuesto, madre. Celebro prima que hayas hallado en la escritura, al igual que yo, un ejercicio liberador que sana las más profundas heridas y que indudablemente nos ayuda a perdonar. Te felicito Mencha por hacerlo tan maravillosamente como lo hiciste, con gratitud, pulcritud y valentía, honrando a tus ancestros, agradeciendo la cercana compañía de tus seres queridos en este presente que vives y mirando a la vida de frente con fe, pues el amor de Dios en nuestro corazón nos fortalece y es insustituible.
De manera especial invito a mis lectores a adquirirlo pues con la venta de cada ejemplar, estarán ayudando a la Compañía de Jesús en su obra social.
P.D.: Al término de esta columna llegó la triste noticia del fallecimiento de Álvaro Ávila Durán por lo que le expreso a toda la familia mis sentidas condolencias por tan sensible pérdida.