Las marchantes y el poeta Philip Larkin
¿Qué es una marchanta? Es una vendedora que en la plaza de mercado o en la calle tiene una clientela habitual. Algunas personas utilizan el término marchanta con un tono despectivo desconociendo su ilustre parentesco con los distinguidos marchantes o personas especializadas en el comercio de las obras de arte. El horizonte de las marchantas se extiende desde África a América Latina y en el Caribe de República Dominicana a México y Panamá. En Santiago de los Caballeros tienen incluso su propia plaza y monumento. Los habitantes de la Bogotá colonial y republicana las consideraban iconos de la ciudad. En Riohacha las marchantas wayuu están ligadas indisolublemente a las mañanas.
Durante siglos las marchantas indígenas han llegado con la puntualidad del sol a los hogares criollos proveyéndoles de alimentos y calor humano. Las marchantas evocan nuestra infancia. Los ojos de un niño que se extasían viendo la minuciosa ritualidad con que la parda cuchara de calabazo corta con maestría una geométrica porción de leche cuajada o sirve un pocillo lleno de frutas silvestres. Cada una de estas mujeres itinerantes parece tener un circuito propio en la ciudad, un contrato intercultural tácito que une a su ranchería con ciertas calles y hogares. Las hay también sedentarias que ocupan por años un puesto en el viejo o en el nuevo mercado. Un puesto es solo un lugar en la calle bajo un árbol o un techo en donde escasamente caben sus posaderas y el recipiente en donde nunca faltan los impávidos conejos o los coloridos pescados.
Quizás, sus inicios se dieron a principios del siglo XVII con la expansión del ganado entre la población indígena y la carencia de una base agrícola que abasteciese a Riohacha. Aun en medio de las cruentas guerras hispano-guajiras esta dependencia mutua les hacía retornar a la paz. En una ciudad que no tiene fincas y campesinos en sus cercanías las marchantas que vienen de las zonas de pastoreo proveen de carnes, frutas, quesos, leche y granos a la ciudad; Las marchantas del litoral llevan camarones, pescados frescos y secos, así como bivalvos marinos. Otras, cuyo número disminuye, venden carbón o petróleo. Un día, casi de manera imperceptible, la mujer madura que por décadas ha aprovisionado nuestro hogar ya no regresa y es sustituida por su hija o su sobrina. Una generación reemplaza a otra en ciclos implacables y silenciosos.
Hace mucho tiempo presencié una conversación entre la dueña de un hogar y su marchanta que descubre un aire de preocupación en su cliente y le aconseja con la solidaridad de quien no padece la presión occidental del tiempo: “No te preocupes, los días, solo son días, ellos simplemente van y vienen, uno tras otro” La llana filosofía de una mujer sencilla trae consuelo a quien la escucha. Años después llegó a mis manos un libro del poeta inglés Philip Larkin (1922-1985) que contenía un poema titulado Días. “¿Para qué son los días? Los días son el lugar/ donde vivimos./Se acercan, nos despiertan una y otra vez/. Los días son para ser felices/¿Dónde vivir sino en los días?
Larkin es considerado un poeta magistral y su obra, ampliamente popular, supo sintetizar los aportes de la mejor tradición de la poesía inglesa con los descubrimientos y magias de la vanguardia. Las marchantas no conocen su obra y Larkin acaso jamás oyó mencionar el territorio guajiro. Sin embargo, ambos construyeron sus respectivos universos estéticos y laborales basados en una valoración de la cotidianidad.
Si tuviese que pensar en el tipo de funcionarios que desearía para mi país me inspiraría en las marchantas indígenas: una comunidad modesta, experimentada y laboriosa de individuos que sirven puntualmente a las demás personas de manera eficiente e impersonal. El poeta inglés gozó de un reconocimiento universal, en contraste, las marchantas wayuu aun no son visibles para los habitantes de mi ciudad. Para muchos ciudadanos ellas no hacen nada importante, para quien esto escribe ellas son las que mantienen funcionando el mundo.