1. “¡Cómo oscureció el Señor en su ira a la hija de Sión! Derribó del cielo a la tierra la hermosura de Israel; no se acordó del estrado de sus pies en el día de su furor”.
Lamentaciones 2.
El pecado causa enemistad entre Dios y nosotros. El capítulo 2 de Lamentaciones es la segunda lamentación ante la ira de Dios. Jeremías se refiere a ello como una nube que cubre a Sión. Las nubes en los libros proféticos simbolizan al día del juicio. En Su ira, Dios oscurece a Jerusalén y derriba del cielo a la tierra, la hermosura de Israel.
Es más, Dios se ha constituido en enemigo de Israel, destruyendo sus tiendas, fortalezas y el palacio; ha destruido el poderío de la nación y ha puesto a los líderes y gobernantes por oprobio de las naciones. Es decir, que Israel será dispersada y dejará de ser una nación. ¡Cuan terrible es la ira de Dios! Solo le espera destrucción, vergüenza y muerte a los enemigos de Dios.
Nadie puede prevalecer si Dios lo tiene por enemigo. En el ardor de Su ira, Dios destruye el templo, un motivo de jactancia para Israel. En otras palabras, destruye Su santuario como una enramada de huerto; ha hecho olvidar las fiestas solemnes y el día de reposo. El templo está contaminado de pecado e idolatría; y ha perdido su dignidad como casa de Dios.
Además, Dios derriba los muros de Jerusalén, símbolo de fortaleza y poder. Sus puertas son derribadas y quebrantados sus cerrojos. El rey y sus príncipes son avergonzados, llevados cautivos a tierra de gentiles; asimismo, los profetas no reciben visión de Dios. La única manera de terminar con la la enemistad y restaurar su relación con Dios es el arrepentimiento.
En el día de la furia de Dios llegará un juicio sin piedad. Ese día, Dios se acercará en autoridad y destruirá a todo pecador y todo mal. Ni la fortaleza más fuerte ni ninguna formalidad religiosa podrá obstruir el juicio de Dios. La única manera que tenemos de vivir es Jesucristo, quien redimió nuestros pecados; así, es una gracia absoluta que un pecador se sienta justificado a través de la cruz de Jesús.
Debemos recordar esta gracia que Dios nos dio sin pedir nada a cambio y vivir llenos de gratitud y alegría. Esta es la manera correcta de vivir del cristiano y el comienzo de la verdadera adoración. En el día del juicio de Dios, el pecador recibirá un juicio sin piedad. Dios les guarde.