Edicion febrero 15, 2025
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La chispa es la obra maestra

Columnista - Hernán Baquero Bracho
Columnista – Hernán Baquero Bracho

El gran regalo del amor cuando Dios nos creó, es la “chispa”, es la llave maestra que abre todos sus mensajes. Dios nos imagina, desciende sobre nosotros, nos habita, nos regala un alma inmortal, y nos lanza a la más prodigiosa de las aventuras: buscadlo ¿y cómo lo encuentras? A través de la oración, a través de los preceptos del amor, a través de la espiritualidad, a través de la compasión y de la misericordia que anidas en tu corazón.

La chispa de Dios es una criatura que contagia por naturaleza. ¿Y que trasmite el amor? Todo, menos miedo. Por eso, el miedo solo es viable en aquellos que todavía no han descubierto la chispa de Dios. Para el que sabe que está ahí en tu interior, o, sencillamente, la intuye, la bondad es lógica, la acción es continua, la serenidad es irremediable, la misericordia es el paisaje, y la inteligencia es el principio, la chispa de Dios lo contagia todo. Es su característica. Él es así. Y no hay antídoto. La inmortalidad no tiene retroceso, ni funciona con condiciones. Eres o no eres.

La chispa de Dios o vibración del padre, es una jugada maestra. El desciende, y controla. Él vive porque tú vives. El recibe y emite, del padre y hacia el padre. El conoce cada milímetro de tu recorrido, porque así lo imaginó, y porque lo hace contigo. Él sabe del número total de tus parpadeos porque los cuenta. Él sabe cómo te llamas, aunque nunca te reclamará.  Eres tú quien debe descubrirlo.  Será el hallazgo de los hallazgos. Entonces comprenderás todos los “Por qué”. El solo lleva las cuentas de tus dudas, y cada una lo considera un éxito. Si el deseara la certeza en tu corazón, no habría permitido que te asomaras al tiempo y el espacio.  Él es el misterio, desgranado.

La chispa de Dios es el piloto del alma inmortal.  Ella gobierna en el silencio, y en la profundidad de las emociones.  Ella es la fuente de los sentimientos. Ella es la que susurra la piedad, y la que inspira la confianza. Ella es la intuición, la mirada del padre. Ella es el cristal que te permite distinguir la belleza. Ella es el espíritu que te mueve hacia los territorios de la generosidad. Ella es la voz que confundimos con la conciencia. ¿Desde cuándo la mente tiene voz? Ella mantiene el rumbo de tu destino, aunque no lo comprendas, ni lo aceptes.  Ella, finalmente, te dejará el timón cuando la descubras, cuando comprendas.

La chispa de Dios es tu mar interior. En todos los seres humanos es diferente. En algunos serena.  En otros, bravía.  Puedes manejarla, buscarla y, sobre todo, disfrutarla. Si la dejas hablar serás un sabio. Por eso, al descubrirla, los hombres enmudecen. Y el silencio es la mejor de las respuestas.  Ella es otro mundo (el verdadero), sin salir del tuyo.  Ella es el reino de los cielos, del que tanto habló nuestro señor Jesucristo, y que muy pocos comprendieron.  La chispa no depende de tu voluntad.  Ella desciende, sin más. Eso es un Dios de lujo.  No hay trueque.  Las condiciones las pone el hombre y, obviamente, se equivoca. El padre no requiere, no necesita, no exige, ni tampoco espera. La chispa es suya, y a El retornará cuando concluya la gran aventura del tiempo y del espacio.

Es la chispa la que te hace fuerte, inexplicablemente.  Es de ahí de donde bebes, y del que consigues la fuerza de voluntad, incluso cuando caminas detrás de ti mismo. Es ella el tronco del que florece la intuición. Cuanto antes la descubras, más y mejor disfrutarás de la característica humana por excelencia. Cuando más próximo a la chispa, más intuitivo. Cuanto más intuitivo, más certero. Cuanto más certero, menos necesitado de la razón. Cuanto más lejos de la razón, más al sur de la mediocridad.

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La chispa de Dios, además entrega la imaginación. Ninguna otra criatura mortal está capacitada para soñar despierta. Es otra de las distancias siderales que nos separan del mundo animal.  Ellos, los brutos, jamás podrán crear, o prosperar, porque no disponen de la chispa en el interior. Ellos, los animales, carecen, por tanto, del alma que elabora el “yo”, ellos no saben quiénes son, ni lo sabrán jamás. Ellos no hacen preguntas, ni buscan a Dios.  No es su cometido.  Su única inmortalidad está en nuestra materia.  Al practicar la imaginación, la chispa entreabre la puerta del futuro, y muestra como seremos. Es la chispa la que desnuda la belleza, y hace concebir la poesía.  Es ella la que ordena los sonidos y los silencios, y dibuja la música.  Es la chispa la que golpea la piedra y deja escapar el arte. Es ella la que provoca los sueños y los archiva.  Es ella, con la imaginación de la mano, la que enuncia el “reino” del que procede y al que, necesariamente, volverás.  Ella es el genio que no descansa, y que bombea ideas. No importa sexo, raza o condición. Es ella la que nos hace espiritualmente iguales.  La chispa es la clave. El padre, sencillamente, es, todas las chispas son El, y todas descienden de Él, aunque Él es mucho más…  Es ella, en definitiva, la que nos hace buenos.  Es la chispa la que nos diferencia del resto de la creación.

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