El filósofo italiano Nuccio Ordine en una conferencia en 2019 en Antofagasta (Chile) afirmó que “Dudar de la verdad significa estimular la verdadera verdad”. También afirmó que los políticos son “traficantes de certezas” basan su fuerza en la presunción que poseen la verdad. Recreó a los asistentes con expresiones reflexivas como la siguiente: “quien cree poseer la verdad es enemigo de la duda, del diálogo, de la discusión. No tiene ningún interés en escuchar al otro. Más bien, considera a quien piensa diferente como una oveja extraviada del rebaño del unanimismo”.
Muchos autores han elogiado la duda. Para Montaigne: “el hecho mismo de filosofar se funda en el ejercicio de la duda”. Para el ensayista francés, filosofar es dudar, porque la seguridad y la resolución son cosas de insensatos. Afirma además que “las creencias, los juicios y las opiniones de los hombres están sometidos a las mismas limitaciones que están sujetas las restantes cosas de la naturaleza”. También defendía la tesis que ninguna filosofía jamás podría reivindicar la posesión de una verdad absoluta y válida para todos los seres humanos; porque, según él, creerse poseedor de la única verdad significa sentir el deber de imponerla, incluso por la fuerza en beneficio de la humanidad. Y nos recordó en varios de sus ensayos, que, por esa vía, el dogmatismo produce fanatismo e intolerancia en todas las áreas del saber, en especial en los planos de la ética y de la religión, de la filosofía y de la ciencia, dado que al considerar la propia verdad como la única posible niega toda pesquisa sobre las demás “verdades”.
Giordano Bruno, el filósofo del universo infinito, describió de manera original la importancia de la quest filosófica como el umbral “donde los heroicos furores se apropian de los esquemas clásicos de la lírica del amor para adaptarlos a la búsqueda de la sabiduría caracterizada por el deseo insatisfecho de un amante que intenta abrazar a la amada inalcanzable”. Y así, la relación amorosa se presta para presentar metafóricamente el recorrido del furioso al conocimiento. Animado, pues, por una inagotable pasión, esta milicia filosófica se convierte en expresión de una imposibilidad, de una privación, de una caza marcada por el carácter inalcanzable de la presa. Porque, aunque bien sabido por pocos, el filósofo enamorado de la sabiduría considera que su única vocación será perseguir la verdad. Por demás, Bruno destaca la vital importancia de la duda en la aventura del conocimiento: “hay que dudar de todo y no decidir solo teniendo en cuenta la opinión de la mayoría, o aspectos como la edad, el prestigio, el color de la piel, el pode económico u otras formas”. Sumado a lo anterior, el pensador condena dos posiciones opuestas, pero complementarias, que terminan por negar la búsqueda de la verdad. La primera, “lo sabemos todo” de los aristotélicos que no buscan la verdad porque creen poseerla y la segunda, el “nada sabemos” de los escépticos que no buscan la verdad, porque creen que no existe. Sin embargo, para el gran Giordano, la esencia de la filosofía está en mantener siempre vivo el amor por la sabiduría y no en otros cuestionamientos cargados de vaguedad.
Quien cree estar seguro de poseer la verdad no tiene necesidad de buscarla. No tiene la obligación de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la variedad de lo múltiple. En cambio, quien ama la verdad, siente la necesidad de buscarla continuamente. Por eso, la duda no se opone a la verdad, por el contrario, estimula su búsqueda. Pues, cuando se cree verdaderamente en la verdad, se sabe que la única manera de mantenerla viva es ponerla continuamente en duda.
De otra parte, es bueno tener presente que los miedos suscitados por la duda son humanos y beneficiosos, en tanto que la arrogancia que deriva de la presunta posesión de la certeza genera terribles temores sobre el futuro de la convivencia y la aventura misma del conocimiento. Por esta razón, la pluralidad de opinión, lenguas, religiones, culturas, pueblos, métodos científicos, debe ser considerada como una inmensa riqueza que puede servir para lograr que la humanidad sea más humana.