El triunfo de la decadencia
Desde la primera clase de derecho civil personas, impartida por el distinguidísimo profesor Rodolfo Pérez Vásquez, quien me ha honrado con el favor de su amistad y aprecio hasta hoy, expresé mi desacuerdo con la redacción del artículo 90 del Código Civil colombiano. La disconformidad de mi posición que comenzó en el aula, con los años, se extendió a tertulias con amigos y a foros académicos sobre el tema.
Por virtud de la citada norma legal, nos decía el profesor Rodolfo en su característico tono afable, cadencioso y algo dramático, en Colombia, la vida principia al nacer. Todos los efectos legales en materia de derechos, deberes y obligaciones de la persona humana se incorporan una vez hubiese sucedido la separación del cordón umbilical entre la madre y el recién nacido.
En mi mente de simple estudiante emergió con fuerza una inquietud, y como para esos días de impetuosidad juvenil mi cerebro y mi boca estaban un tanto desconectados, al punto la manifesté sin matices, y con un desparpajo que rayaba en la irreverencia: ¿Entonces, mientras la mujer está embarazada, lo que tiene adentro qué es, una cosa, no es una persona, no tiene derechos, qué es? Pregunté insolente.
La respuesta de mi profesor, acerca de las leyes de protección a las mujeres gestantes, no satisfizo mi inconformidad.
En mi código civil seguían inamovibles unos renglones que tajante y fatalmente determinaban que la existencia legal principia al nacer, lo que para mí era poco menos que una impiedad; al no nacido como por misericordia le es aplicable el aforismo romano según el cual “el concebido se tiene por nacido para todo lo que sea favorable” <<Infans conceptus pro nato hebetur, quoties de commodis ejus agitur>>, dice la regla incorporada en el derecho romano.
Nunca acepté tal presupuesto legal. La evidencia científica, así como mis convicciones bíblicas, daban cuenta que en el mismo instante en que el espermatozoide fecundaba el óvulo, se daba inicio al fantástico ciclo de la vida, de una nueva, independiente, con sus propios códigos genéticos y todo.
Desde aquellos días en los albores de la década de los 80 hasta hoy, las leyes, la jurisprudencia y la doctrina han debatido al derecho y al revés el asunto, pero en síntesis el reconocimiento de persona humana con todas las implicaciones que ello conlleva, solo es posible una vez la criatura ha sido separada de la madre, mientras tanto, no.
Tan es así que, por ejemplo, el homicidio de una mujer embarazada es causal de agravación punitiva, no de procesamiento por doble homicidio, como debería ser; toda una vileza.
En Colombia, hemos sido sorprendidos con el reciente fallo de la Corte Constitucional, (debí haber escrito Honorable Corte Constitucional, pero no son dignos de ese merecimiento), en el que se aprueba el aborto hasta las 24 semanas de gestación; por razones de espacio, no me detendré a hacer un análisis de dicho fallo, eso haremos en próxima oportunidad.
Por inverosímil que parezca, hay fiesta y jolgorio en las calles. Mujeres, hombres y políticos celebrando hasta la histeria, que en Colombia, de un plumazo se ha establecido la pena de muerte a la inocencia, digo a la inocencia, porque en este país de contradicciones que se ufana de una felicidad alimentada por banalidades, carnavales y fútbol, se castiga con la pena capital a un feto indefenso, mientras que a los corruptos, los delincuentes de cuello blanco y a los que han desgraciado a este país, se les llama honorables, están en el congreso o en altos cargos gubernamentales; a algunos, en caso más extremos, les conceden mansión por cárcel.
Me pregunto, ¿qué clase de país somos?, ¿en qué sociedad monstruosa nos hemos convertido? Somos una cloaca en donde las potenciales madres, con la anuencia de un sistema judicial perverso y en ejercicio de una pretendida libertad, están felices por tener autorizado descuartizar a un bebé en el lugar que se supone es el más seguro, el vientre de su progenitora.
¿Cómo hemos llegado a convencernos de que masacrar un bebé es ejercicio de la libertad a disponer del propio cuerpo? Qué manera más absurda de justificar la muerte y despreciar la vida. Produce asco pensar que una mamá pueda llegar a una acción tan irracional, tan brutal.
Soy respetuoso de las libertades individuales y las defiendo, pero es que cuando se asesina a un infante en el vientre de la madre, no estamos ante la disposición del propio cuerpo, eso no es así; es un crimen. ¿Quiere disponer de su propio cuerpo? Arránquese la matriz, use preservativos, o absténgase; después de todo, no es malo llevar una vida digna y ordenada en materia sexual, pero no asesine la vida que crece en sus entrañas.
Somos una sociedad tan absurda que nos rasgamos las vestiduras por los animalitos de la calle, y no digo que no haya que hacerlo, hacemos cruzadas para salvar el medio ambiente, pero despreciamos el bien más grande y sagrado: la vida humana; y no solo eso, como si fuera poco nos hemos ensañado con seres que no tienen la culpa de haber sido concebidos por bestias incapaces de dimensionar el tamaño de esta barbarie.
Con este fallo felónico no han triunfado las libertades, no señor, ha triunfado la decadencia.
¡Qué vaina! En las noches oscuras dicen que la llorona deambula gimiendo por la muerte de sus hijos a quienes busca calle arriba, calle abajo; en mi Colombia, a plena luz del sol danzan de felicidad algunas, celebrando que pueden asesinar a sus hijos.