Edicion septiembre 20, 2024
Columnista - Marga Palacio Brugés

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El congresito

Columnista – Marga Palacio Brugés

Yo no sé cómo sea en otros lugares, pero por estos lares la sabiduría de mis mayores es peste.

Créanme que no necesitan de títulos y cartones y mucho menos de credenciales para parir las ideas más brillantes, capaces de solucionar los problemas de mi tierra y, ¿por qué no?, del país, el continente y toda la bolita del mundo.

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De hecho, espontáneamente, para defenderse del calor, se reúnen en la plaza un selecto grupo de paisanos, ilustres hasta el último pelo, de racamandaca en sus convicciones y amantes incondicionales de la tierra que los parió.

Ellos integran “El congrecito” y ahí, con el nordeste pegándoles en el pecho, bajo la mirada cómplice del Almirante Padilla, encarapitado en su pedestal, nacen las mejores soluciones que, si alguien se tomara la molestia de plasmarlas en papel y lápiz, bien podrían erigirse como proyectos de ley, dignos de un honorable congreso o en esos proyectos viables de presentar en las entidades pertinente, para arañar recursos de lo que naturalmente nos pertenece: las regalías.

La gente del congrecito discute, se embolata y hacen pase con respeto y, obviamente, como “a lo tuyo tú, con razón o sin ella”, defienden nuestros intereses a capa y espada, atacan la corrupción y lo mal hecho y proponen nombres de posibles salvadores para arreglar esta vaina.

En el congrecito nacen las cábalas políticas de ternas y candidatos y siempre hay alguno que le suena la flauta y acierta en sus suposiciones y, a la fija, apenas se confirman sus predicciones, no verá la hora de encontrarse con su combo y pavonearse por la certeza de sus palabras, sintiéndose saber más que tío conejo y porque así mismito es, sabihondo y certero en sus predicciones, un visionario.

De hecho, este órgano de opinión se constituye en una fuente informativa atendible para muchos periodistas; solo les basta afirmar “lo escuché en el congrecito” para respaldar una noticia que se riega como la verdolaga y se acepta como un dogma de fe.

Cada vez que el acontecer político se revoluciona con drásticos e imprevistos sucesos, se escucha discutir con vehemencia y fervor a los miembros de este espontáneo cuerpo colegiado, con los argumentos en pro y en contra del fulano caído en desgracia con una destitución o captura, o cualquier sanción disciplinaria, fiscal o penal.

Se defiende lo bueno, se condena lo mal hecho, se solidariza con la víctima o se le condena con un “pa’ que sepa lo duro que muerde el maco” y se continúa a soñar con un futuro mejor, recordando a aquellos contados líderes que ya no están y que supieron hacer las cosas bien y le dejaron cualquier cosa buena al pueblo.

Para mi gusto, deberíamos elegirlos con un cuerpo consultor del gobierno local, con voz para decir la suya, que en las más de las veces coinciden con el sentir de la gente y “como la voz del pueblo es la voz de Dios”, ya veremos si al Mesías también se pasarán por el forro… ¡ambúa!

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