Desde la trinchera
La fortaleza del espíritu calienta al pueblo ucraniano. Los hemos visto desfilar, no con la gala de una parada militar, sino con la garra de un cuerpo, un solo cuerpo, que se resiste a ser invadido por una peste vecina, agresiva, gigante, llena de ambición y desmedida en sus alcances. El invierno los desprotege aún más. Las estaciones de los subterráneos se inundan de ánimos y corazones valientes aunque temerosos. Su sangre no derramada por la inclemencia de la fuerza invasora les alimenta su convicción de sostener su independencia, lo que solo se verá con el pasar de los días.
Asombrados, dudamos todos que un entronizado ex espía soviético de la KGB, ese temible centro de las más crudas tácticas para constreñir la libertad y someter a su voluntad las voces disidentes, pudiera dar curso a una invasión a un país en tránsito a destacarse dentro de un concierto europeo con claras e irrevocables tendencias democráticas. Que había disidencias, obvio, propiciadas por las ganas de desestabilizarlos que su vecino ha tenido desde que lo regenta el tirano. Que estaban resolviéndolo, apenas natural. A su manera, como la canción, con la pausa que la democracia exige. Pero el zarpazo sorprendió, más que todo por el sesgo que tenemos a creer que lo que no cabe en nuestro pensamiento no debe hacer presencia en el de otros. Y no es que nuestra visión se haya opacado por la relativamente poca información que trasegáramos sobre esa zona del mundo. Igual descarte hicieron importantes analistas de el Economist, cuando les llegó la noticia de la avenida violenta del nuevo zar sobre Ucrania.
De todos los escenarios pronosticables, los que vaticinan un periodo largo de dominio ruso también reconocen la valentía, que igual sorprendió, del pueblo ucraniano. Y sus consecuencias en resistencia civil para escribir otra página de la historia de las luchas por los derechos fundamentales. Va a ser difícil. Es una prueba más de que las democracias son lentas, pero será por otro lado la demostración de que en el mediano plazo deberán prevalecer esos postulados de libertad y justicia, con todas las cojeras que el sistema tiene, pero con la destacada virtud de reconocer los privilegios del individuo en el entorno político que lo rige.
Nos quejamos todo el día, no sin razón, de falencias en términos de desigualdades crecientes del régimen. Acudimos a veces a soluciones construidas con efectismo, para hacernos mirar en el espejo enrarecido por la poca voluntad de limpiar las malezas que crecen hasta en los campos más productivos. Pero necesariamente reflexionamos en esta hora sobre lo que de verdad está en juego cuando con un desmán totalitario nos borran los escritos derechos humanos que fundamentan la vida en común. En realidad, no los pueden desaparecer. Prevalecen siempre. Son de la esencia del ser humano, actuante y demandante de su acceso a la mayor dignidad posible, la de la vida en libertad.
De las veces que los pronósticos fallan cuando se basan en una errónea creencia sobre la condición humana, es ésta otra de las que se recordarán con los años. Nunca se imaginó ese pequeño demonio innombrable, que un Zelenski, de igual estatura física que él, lo pudiera superar en dimensión de compromiso con su pueblo, en sacrificio por sus libertades y en espíritu de lucha por mantener su nación libre del dominio extranjero. Por muy hermanos de origen que sean rusos y ucranianos, no puede pensarse que las mentes ucranianas se quieran ver sometidas a un autócrata, cuando ya habían probado el sabor de la democracia. Eso los hace reclamar su autonomía y pelear por ella.
La bandera ucraniana es más popular hoy que la rusa. La historia destacará a Volodimir Zelenski y olvidará al tirano que lo invadió.