Edicion noviembre 24, 2024
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

Democracia, sin vestido de gala

Democracia, sin vestido de gala

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Democracia, sin vestido de gala

Columnista - Nelson R. Amaya
Columnista – Nelson R. Amaya

Una democracia que eligió a un populista como Trump y, peor aún, lo añora y lo quiere de regreso. Una democracia que insiste en reelegir a Biden, ya dejado de su claridad mental, que la tuvo, y envuelto en la bruma de la senectud distraída y evidente.

Una democracia, como la británica, que implantó el rechazo a la Unión Europea por una diferencia electoral mínima. ¿Había clara voluntad de salirse, cuando votaron por ella el 51,9% de electores y el 48,1% votó por quedarse? Y, sin embargo, fue festejada como triunfo electoral, no racional, de la democracia en una decisión de tal magnitud que 8 años después aún no logran manejar sus consecuencias.

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Una democracia, como la holandesa, que reaccionó a tiempo contra la inmigración descontrolada y optó por elegir a un Geert Wilders, mandatario con claridad sobre el tema más angustiante para el presente de su sociedad, con obvias consecuencias en el futuro, pero cuya claridad fue disuelta en la imposibilidad de obtener mayorías empoderadoras, con 14 partidos de todas las banderas y tintes.

Una democracia como la francesa, cuyo régimen permite que entre sus 10 partidos puedan cohabitar algunos, aun cuando no se quieran mucho, solo por mantenerse en el poder o por obstaculizar la llegada de otros. Por supuesto, no sorprende que no tengan hoy gobierno, pues eso de mudar a la querida a la casa porque colabora con los gastos no funciona ni en la Francia de la “Liberté”.

Una democracia como la italiana, con 10 partidos, uno de ellos fundado por un comediante (recordemos que Sábados Felices tuvo su senador en este platanal), que se sacude del tema migratorio por primera vez con una mandataria de pantalones a lo María Corina, pero en medio de un estado que algo respeta: la voluntad popular.

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Democracia, sin vestido de gala
Democracia, sin vestido de gala

Para colaborar al desorden europeo, se suma una mal llamada democracia como la rusa, con 6 partidos (¿?) algunos de oposición (¿?), que convocó elecciones con cuatro candidatos en marzo de este año, para que nos sorprendiera una victoria de (¿adivinen quién?) Putin.

Es cierto que todos estos matices de la democracia dejan en harapos lo que en algún momento fue un sistema eficiente para responder a las necesidades de un pueblo apertrechado en un territorio. Pero lo más cierto en la época que vivimos es que no lucen la ropa de gala para vestir esas formas de gobernar unas naciones democráticas por excelencia.

Algunos construyen su desgobierno con tanta fragmentación partidista que no se logra conocer la diferencia entre votar por unos o votar por otros. I.e., Partido de la Libertad (PVV) y el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD). ¿Habrá holandeses que realmente distingan la diferencia entre ellos? ¿Cuál es el trasfondo de que bajo el mote de libertad se atente contra la capacidad del ciudadano básico de hacer una buena elección en su votación? La verdad, el afán de diferenciar una causa que se abandera termina por confundir los principios bajo los cuales se hace política.

Aterricemos en las ecuatoriales e in-“maduras” democracias nuestras.

Si las europeas no son capaces de lucir trajes de gala por el desorden de ofertas que le hacen al ciudadano para que los gobierne, en nuestros lares el vestido ya pasa a ser uno de bufón, de payaso, de arlequín, que no convence a nadie de nada serio, sino que convierte este lado del mundo en un hazmerreír de cualquier sensato y pensante ciudadano, aun confiado de que alguien llegue al poder con verdadera decisión de solucionarle sus problemas cotidianos.

A la semana de celebrarse las elecciones venezolanas, solo el apoyo de la fuerza paramilitar rusa y cubana sostienen al bárbaro de Maduro, quien los gobierna y se niega a salir de su palacio de cristales rotos por los gritos desesperados de una gente explotada hasta sus médulas. No es el respaldo oculto tras la compra de tiempo para alterar resultados, que parece ser lo que quiere la tríada populista latinoamericana que respalda al régimen venezolano. No es el arma de los militares locales, sostenida con cansancio y convencida de que no vale la pena matar o apresar compatriotas para ver a Padrino, Diosdado y adláteres robarse sus ilusiones y los denarios de un otrora rico país.

Es la tiranía internacional que apoya su índole. Es el apego a un poder cada vez más menguado, pero aún con energía para hacer daño, hacer daño.

Nos seguirá dejando postrados a sus vecinos, pues no se sabe ya cuántos venezolanos más cruzaron la frontera esta semana, no solo en busca de oportunidades sino aterrados por la persecución de que son objeto, sin consideración a edad, sexo ni minusvalía. Solo por la bastardía de una cáfila de desgraciados que no merecen sino la cárcel.

En una cárcel los recibiríamos con gusto en Colombia.

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