En materia geológica, los siglos son simples momentos de la vida terrestre. Los años se cuentan por millones, durante los cuales se produjeron cambios trascendentales para la evolución de las especies y para habernos traído hasta este siglo XXI como estamos hoy día, con enormes avances desde el punto de vista de la capacidad del hombre de sobrevivir con comodidad tanto a las desventuras del clima, como a los animales que nos acechaban y se alimentaban con nuestras carnes. Seguimos con la dificultad de sobrevivir al animal más peligroso: El ser humano, enemigo de sí mismo, bestia sin control que hace de sus propios congéneres una presa, no para su supervivencia sino para su deleite y ambición de poder y control de bienes y riquezas.
Estamos viviendo tiempos únicos. Aumentamos la expectativa de vida. La medicina ha mejorado sus procesos de diagnóstico y sus tratamientos a pasos agigantados, con algunas enfermedades que siguen sin solución efectiva. Pero aún mueren gentes por sequías, frío y hambre. Quienes han obtenido los mayores beneficios son aquellos del hemisferio norte, desde cuando las etapas de la industrialización les generaron comodidades tan normales hoy que parece que hubieran existido siempre. Si allá ponían muertos por bajas temperaturas y hambrunas derivadas de ellas, los decesos de las zonas ecuatoriales siguen teniendo los mismos orígenes: El hambre, las pestes, las sequías y las enfermedades propias del trópico hacen gran mella en las posibilidades de supervivencia y distancian la edad promedio de vida de unos y otros. La muerte ronda por entre los fusiles en ambos hemisferios.
Fue la llegada del uso de los combustibles fósiles lo que cambió la vida de muchos seres. Nos calientan, nos refrescan, nos permiten industrializar procesos innumerables sin los cuales no fuéramos lo que hoy somos.
Luego vino la conciencia ambiental; ese afán razonable por evitar que la actividad humana destruya el planeta. Llevamos cuarenta años hablando del cambio climático, con más énfasis del que llevamos hablando de solucionar el hambre en la India. Y sus necesidades, como las de tantos seres que no acceden a los beneficios del mundo cómodo, han quedado expósitas y expuestas a presiones que afortunadamente han sabido sortear.
Desde cuando alguien sostuvo que no por mucho madrugar amanece más temprano, la prisa en cualquier materia no es la mejor consejera y debe dejarle espacio a la constancia. Aplica sin duda para el caso de la transición energética, la forma como vamos a reemplazar los combustibles fósiles por aquellos que nos alivien los impactos negativos de sus emisiones. Vemos despotricar contra ellos a tantos actores que alinear el pensamiento mundial hacia una acera diferente parece un pretendido necio, o en el peor de los casos, condenable a una hoguera peor que aquella en la cual arden los hijos de Eva que no creen en la bondad del señor Petro, presidente de los colombianos.
Entre las lecturas que nos ilustran sobre el tema, vale la pena mirar la forma como Alex Epstein1 nos trae su tesis de que lo que debiera hacer el mundo es luchar por un mayor uso de los combustibles fósiles (CF) HOY, y quemar más petróleo, carbón y gas para nuestro beneficio actual y futuro. Sus estudios le llevaron a concluir que los impactos negativos de los CF son de lejos sobrepasados por sus beneficios únicos en favor del desarrollo de la humanidad, por ser de bajo costo, confiables en su suministro, disponibles según demanda y necesitados con desesperación por 3 mil millones de personas que en el mundo consumen menos energía actualmente que un refrigerador norteamericano; aparte de que dan esa misma carga para el 80% de las necesidades mundiales energéticas. “Para el progreso humano, debemos encaminarnos a evitar el daño climático y no el cambio climático”, sostiene. La corriente predominante se opone a los CF por mirar con miopía los efectos colaterales de su uso sin considerar los beneficios masivos que generan. Nada pudiera estar siendo producido por ningún tipo de industria sin los CF. Ni medicamentos, ni tecnología diagnóstica de salud, ni maquinaria para agricultura eficiente con buenos pesticidas, ni acceso al agua potable, ni disposición de residuales, ni comunicaciones, ni siquiera las estructuras necesarias para producir la energía alternativa limpia que se promueve y se necesita se estuvieran realizando si no fuera por los CF.
La energía solar y la eólica, tan elogiadas y alabadas por los radicales del cambio climático, han estado en el mercado por varias décadas, y a pesar de que continúan su aumento progresivo, no pasan del 3% generado, concentrado éste en electricidad, que a su vez es menos del 20% de la energía que consume el mundo. Es decir, viven a costillas del desprestigio de los CF y de alivios y favorecimientos tributarios, sin que la tecnología que les sustenta -en enorme parte producida con CF- haya logrado un incremento notorio de su contribución a la solución del problema.
A propósito de Colombia y su gobierno, el señor Epstein es filósofo, sí, filósofo, como la ministra de minas y energía; la diferencia es que se encuentra dedicado a estudiar el tema por décadas con rigor científico.
Los cambios en el portafolio energético, necesarios y progresivos, llegarán en décadas no en años. Lo cual, como vimos al inicio, son apenas instantes en la evolución de la tierra. Así que cuando oigan gritar con “energía” que hay que cambiar ya, sepan que ese ya es pausado y por lustros. Evolutivo.