Edicion septiembre 19, 2024

De campañas políticas y otros demonios

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De campañas políticas y otros demonios

Columnista – Jorge Parodi Quiroga

Como cada cuatro años nos encontramos en temporada electoral. Estamos ad portas de las justas legislativas, para escoger al “honorable” Congreso de la Republica y las presidenciales para elegir al sucesor del Solio de Bolívar, quienes dirigirán (o extraviarán) la suerte de esta nación durante el próximo cuatrienio.

En las esquinas del cuadrilátero están los contendientes, altivos, furibundos, decididos a dar sus más certeros y contundentes golpes para alzarse con la victoria.

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En un extremo se ubican los que detentan el poder, secuaces y sucesores, atentos, increpantes, se sienten dueños del establecimiento, y no lo van a soltar, no sin derramar hasta la última gota de sangre.

En la otra esquina están los oponentes, ávidos de poder, dispuestos a conseguir con palabras (así sean tan falaces como sus posturas democráticas) lo que por las armas no lograron, aunque la vidas que cegaron, el terror que sembraron y la destrucción que dejaron, les haya venido a la medida de trampolín para saltar del monte al capitolio y cambiar el camuflado hediondo a sangre, por finos trajes de diseñador.

Lucen firmes; resoplan y humo sale de sus narices, dicen ser el cambio que Colombia necesita; sin excepción, cada uno afirma tener el programa de gobierno perfecto y funcional para sacar de la miseria al 70% de colombianos que viven en la mismísima mierda; se mueven, viven y actúan en los extremos de la polarización y contagian de sus odios al pueblo descuidado al que jamás voltean a ver, a no ser en tiempos de campaña, siempre para sacar ventaja de la pobreza y corromper su dignidad.

Detrás de ellos en cada esquina, un grupo nutrido, bien escogido, son sus esbirros; ellos creen que son importantes, asesores les llaman, pero no son más que los aguateros, los que cargan las canecas para que aquellos escupan sus esputos con olor a tabaco y wiski, los que les secan el sudor con sus propias toallas y luego respiran profundo mientras la huelen extasiados, están cerca al poder, se sienten afortunados.

En una mesa ubicada a un costado del ring, están sentados los comentaristas con hálito de sabios; hablan y hablan y hablan, no hacen otra cosa, no saben hacer nada más. De vez en cuando inflaman la rueda de las pasiones con sus apuntes ardorosos, en favor o en contra de alguno de los contrincantes, todo depende del valor de la publicidad que los enfrentados estén dispuestos a pagar.

En las graderías el pueblo; bullicioso, excitado como tiburón cuando huele sangre, arengando a su candidato, arropados con el color de la bandera política bajo la cual su pugilista se ha mimetizado para la batalla, dispuestos a morir por los ideales que enarbola su gallardete, así en las siguientes elecciones, por esas cosas del juego político, toque envolverse de un color diferente. Es que como la política es dinámica, el liberal de hoy, mañana puede ser un conservador de azul profundo y viceversa.

De tanto en tanto se suceden enfrentamientos entre el público, y los pugilistas en el ring sonríen diabólicos, han logrado su primer objetivo: enfrentar al pueblo que no entiende una coma de economía política, presupuestos y contratación estatal, pero que aun así los defienden como si fueran sus madres.

Como en todo espectáculo de pugilismo que se respete, en este circo electoral, los colores brillan, las arengas resuenan, abundan los desfiles, se increpan unos a otros, se concita a los seguidores que se agolpan emocionados alrededor de su candidato, el cual se deja ver solo en esta época, porque después de elecciones no los verán más; es el feliz momento de abrazarlos, de tocarlos, de sentirlos cerca, de tomarse fotos sonrientes (sin tapabocas), qué emoción, este momento idílico no se puede dejar pasar.

Una vez elegidos viajarán en primera clase gracias a los impuestos que pagamos, pasearan en carros de alta gama, que pagamos nosotros, trabajaran arduamente solo tres días a la semana, y al final de las legislaturas, disfrutaran unas muy merecidas vacaciones de cuatro meses, que también se pagan con nuestros impuestos, y mientras el pueblo cómplice que los ayudó a elegir seguirá en el mismo mierdero.

La sonrisa de imbéciles que exhiben durante el tiempo de proselitismo será mudada por una actitud más sofisticada, acorde con su estatus de “honorables”; posarán con ademán elegante, levantarán el mentón, mirarán de soslayo, ya no tomarán sancocho en platos de peltre (como en campaña) y ni por equivocación saludaran de abrazo a los líderes barriales si se los llegan a encontrar, aunque esto es muy improbable, los pobres no entran a clubes sociales y tampoco los dejan.

Esta mañana, apenas eran las seis, el escándalo de un altoparlante que se movía sobre un carro grande, me despertó con una canción de ritmo popular y estribillo cansón que se repetía sin descanso; me invitaba a votar por quien se auto proclama candidato del pueblo el mesías de los jóvenes, los niños y de los viejos como yo, la salvación para el país, la respuesta para el desempleo y la falta de oportunidades.

El escándalo y la estridencia de la propaganda que anunciaba, rebasaba con mucho los decibeles permitidos y la contaminación auditiva era desesperante, pero para ellos no hay ley ni límites; en la esquina se cruzó con el móvil publicitario de algún otro aspirante (también candidato del pueblo y bla, bla, bla) y el ruido se fundió en una mezcla ininteligible, desagradable y grotesca. Fiesta democrática, así le laman, creo que en burla porque no es fiesta, menos democrática, es un negocio.

La esperanza de un futuro mejor, más equitativo y justo, en donde las oportunidades no se queden atascadas en los círculos que han secuestrado la democracia por décadas, y el progreso sea el común denominador de una sociedad igualitaria, próspera y sin luchas de clases, se desvanece cuando veo esta horda de mamarrachos con pinta de playboys, ataviados de pantalones ajustados y zapatos sin medias, para parecerse al pueblo, les falta talla de estadistas, sentido de patria y vocación de servicio.

La mayoría ya ha tenido la oportunidad de volcar sus ojos al campo y al campesino, dignificar al obrero, apoyar el emprendimiento, trabajar para erradicar la miseria que acongoja a todos, y no lo hicieron; nada me permite pensar que si se reeligen lo harán, trabajan solo para sus intereses, para robustecer sus estructuras electoreras que los perpetúe en el poder y enriquecerse.

¿Habrá entre el ramillete de tan distinguidos aspirantes a ser los padres de la patria, alguno o algunos que con sus ejecutorias, más que con palabras, nos pueda convencer que es digo de que depositemos en las urnas nuestro voto de confianza por él, alguien que levante la bandera de la justicia social con la frente en alto? Espero que sí.

Falta poco menos de un mes para el día del debate electoral, debemos seguir sufriendo esta locura demoniaca que llaman campaña política, que lo invade todo, ensucia, contagia el ambiente, y exaspera el alma.

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