Edicion noviembre 24, 2024
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Cerrejón… la vaina se oscurece matando el grillo para sacarle el pito

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CERREJÓN… LA VAINA SE OSCURECE MATANDO EL GRILLO PARA SACARLE EL PITO

“Hay cosas que olvidarse no pueden en los aspectos de la amistad pa los hermanos Berardinelli es este verso particular, porque ellos son personas muy buenas, representantes de la región son como Lola la Negra que es un Diamante del Cerrejón.” – Lola La Negra, Carlos Huertas

Columnista - Luis Eduardo Acosta Medina
Columnista – Luis Eduardo Acosta Medina

En un día reciente, vi en el muro de cerramiento de la sede del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en Riohacha un grafiti que, a pesar de haber sido mal hecho, no deja de visibilizar un asunto de gran profundidad. Allí escribieron “NO + CERREJÓN”, lo que me hizo reflexionar sobre los riesgos que entraña el activismo institucional. Aunque es muy aplaudido por la galería, a veces conduce a tragedias de connotaciones irreversibles porque su primera víctima es la objetividad y hace reinar el fanatismo ciego y perturbador.

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En tres eventos públicos sucesivos, he escuchado discursos incendiarios, de esos que agradan a la concurrencia en cualquier gallera pero sin ninguna medida para sus consecuencias y muchas veces sin un análisis socioeconómico que sustente lo que se dice. Coincidieron en sus ruidosas exposiciones sus protagonistas desgalillados en manifestar su interés de que se vayan de la región las empresas que realizan actividades extractivas, todo bajo el silencio complaciente de quienes institucionalmente saben que cerrada la llave, muertos los chivos.

Probado está que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. En la crónica titulada “De la marimba al Cerrejón” en el año 2018, el proyecto minero que hizo posible la explotación de las minas de carbón en el Cerrejón fue la válvula de escape que impidió la implosión de La Guajira en un periodo oscuro cuando la sangre inundaba nuestras calles y caminos y los perros comenzaban a dormir el hambre en los fogones al mediodía en miles de hogares en este departamento. La bonanza marimbera se acabó sin vísperas y desaparecieron de nuestro suelo septentrional los racimos de dólares. De ellos solo quedó el recuerdo y muchísima gente en la carraplana, en la física ruina porque se pensaba que el arroyo de leche y miel sería interminable, los sorprendió la crisis con los calzones abajo.

Es indiscutible que toda explotación minera a cielo abierto tiene unas connotaciones ambientales, de riesgos de afectación de las vías aéreas y la piel de animales y de seres humanos. Pero igual han desarrollado la ciencia y la tecnología así como las autoridades sanitarias – Minsalud y la OMS, entre otros – protocolos, procedimientos, medidas de protección y mecanismos que garanticen el cuidado, promoción y prevención de la salud de sus trabajadores y los habitantes de su entorno. También las autoridades ambientales, en cumplimiento de su deber de proteger el ambiente sano como Derecho Colectivo así tutelado por la Constitución Política y el artículo 4° de la Ley 472 de 1998, han diseñado planes de gestión ambiental que incluyen reforestación y conservación de fuentes hídricas adyacentes a la actividad minera. Esto ha permitido la convivencia y la coexistencia pacífica entre la explotación del mineral, la protección del medio ambiente y las mejores condiciones de vida de las comunidades cercanas, respetando sus derechos, usos y costumbres.

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Es la cruda realidad que poco se puede hacer cuando la gente se vuelve ingrata, para estar a tono con la gritería de quienes hacen oportunismo con temas tan delicados como el calentamiento global y el medio ambiente. Mientras, los culpables del hambre de nuestros hermanos Wayuu, como gitanos afiebrados en noche de luna llena, grisapean a los cuatro vientos diciendo que la culpa es de las empresas mineras, que la pobreza se ha acentuado según el DANE por la presencia de empresas que llegan a la región a producir energías, que hace muchos años no se ejecutan obras grandes para beneficio común porque “las empresas no han dejado nada en La Guajira”. Pero en aras de la verdad, hay que hacer un llamado a la reflexión, y lo hago con toda objetividad. Porque si bien obtuve el Premio Cerrejón de Periodismo en 2018, – porque me lo gané – nunca esa empresa ni sus contratistas me han regalado ni un almanaque. ¿Cómo se puede desconocer que hasta cuando se inició el proyecto del Cerrejón, en aquel tiempo operado por INTERCOR, Calabacito se conocía porque allá estaba San Rafael Arcángel y era un villorrio chiquito pedregoso que tenía una sola calle pavimentada porque Amylkar, mi hermano, lo gestionó?

El hoy municipio de Albania, por la actividad minera, se convirtió en un lugar próspero que tuvo la cereza de su postre en 1995 cuando, por gestiones realizadas por unos Quijotes, entre ellos Aurelio Arregocés, Osvaldo Mejía, Jorge Jiménez, Álvaro Gustavo Rosado, Beto Aragón, Wilfrido Ustate, Adel Gil y Arlides Pinto, Albania, después de muchas peripecias, incluido un referéndum el 19 de marzo del 2000, se aprobó la Ordenanza Número 001 del 27 de marzo de 1995. Esas gestiones para los temas administrativos y judiciales se realizaban desde mi oficina en la Unidad Jurídica del Instituto de Seguros Sociales, con mis opiniones, y mi casa era el Consulado de los albaneses y cuestesiteros que llegaban a Riohacha para analizar documentos, proyectar oficios y diseñar estrategias para lograr el propósito de que “Calabacito” lograra su “independencia” de la ciudad comercial hasta que fue erigido como municipio. Lástima que la memoria es mal agradecida.

Igual, si no hubiera sido por el Cerrejón, Hatonuevo todavía sería corregimiento del municipio de Barrancas. Desde luego, un pueblecito acogedor, de gente buena, buenos amigos, donde muchos de mis familiares sembraron sus raíces, despensa agrícola de la región pero que, teniendo derecho a tanto, no tenía nada. No tenía servicios públicos, el comercio era incipiente y ninguna empresa tenía allí su asentamiento. Por eso no creo que haya un hatonuevero de las viejas ni nuevas generaciones que le hagan coro a quienes irresponsablemente están pidiendo que las mineras se vayan de La Guajira. Eso es como matar el grillo para sacarle el pito. No soy adivino, pero advierto que la inseguridad, el desempleo y la falta de circulante nos devorarán a todos. Eso nos sabrá a jaboncillo.

Lo que uno observa es increíble. Mientras aquí en nuestra tierra se están espantando a las empresas que vienen a invertir, a crear empleos, a pagar regalías que permitan financiar proyectos para mejorar las condiciones de existencia de la gente, el empresariado y la ciudadanía en el departamento del Cesar, a una sola voz, están invitándolos allá para que vayan a invertir y les ofrecen incentivos, atractivos y confianza para que lleguen. Y cuando se vayan de aquí a invertir allá, los mismos de la gritería antiminera oportunista y lambona van a decir después que “los vallenatos todo lo quieren para ellos y todo nos lo han quitado”.

Esta vaina así no va por buen camino. Fui actor de una acción constitucional por la cual dije que las exenciones tributarias concedidas al sector minero son inconstitucionales. El Tribunal me dio la razón, pero el Consejo de Estado revocó la decisión. Pero con la misma contundencia, tengo que decir que no son las empresas que explotan recursos naturales no renovables las culpables de que en La Guajira se haya hecho y se sigan haciendo mal uso de recursos de regalías. Insistir en la satanización de las actividades mineras es propinarse un tiro en el pie. La Guajira no está preparada para la partida del Cerrejón. Albania y Hatonuevo volverán a ser corregimientos

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