En los dos años de su mandato, el presidente Petro, ha nombrado tres ministras de Agricultura. En promedio, cada 8 meses hay una nueva jefe de la cartera del agro.
Estos cambios continuos le hacen mucho daño al sector agropecuario, pues crean inestabilidad en las políticas sectoriales e incertidumbre en los negocios e inversiones del sector. Cada vez que se remueve una ministra de Agricultura, se pierden alrededor de seis meses en conformación de equipos de trabajo, redirección de presupuestos y conocimiento sobre el sector. Lo anterior, sin contar el tiempo que malgastan en redes sociales, foros, reuniones con políticos, burócratas del agro y organizaciones campesinas. Todos llegan a pedir puestos y plata.
En este gobierno ha sucedido algo curioso. A pesar de que la política agraria del Presidente Petro está enfocada en la reforma agraria, las tres ministras que han pasado por la cartera del agro, Cecilia López, Jenifer Mojica y la recién nombrada, Marta Carvajalino, tienen grandes diferencias en la forma de concebir e implementar dicha reforma. Por ello, se han visto frustrados los programas de compra y adjudicación de predios rurales y de fomento a la agricultura campesina familiar.
Muchos productores del campo guardaban las esperanzas de que, en el gobierno Petro, las cosas en el campo iban a mejorar. Si bien es cierto, que han logrado reducir la corrupción y la politiquería, han cometido muchas equivocaciones en el enfoque de política de fomento agrícola y rural. La ministra Jhenifer Mojica, concentró todos sus esfuerzos y recursos en los programas de ayudas, incentivos y subsidios a la agricultura campesina familiar, comunidades rurales y grupos étnicos, sin antes capacitarlos y formarlos en buenas prácticas agrícolas y emprendimiento rural. Dos años después, solo logró confundir a los productores y perpetuar los problemas del campo. Además, cometió el error de ignorar y maltratar a los empresarios y a la agroindustria del país, que al final del día, son los que mueven el desarrollo del campo, el empleo y la riqueza en las regiones. Se va del ministerio con un balance de gestión más agrio que dulce.
La ministra entrante, Marta Carvajalino, a quien no conozco, tiene varios desafíos por delante. Si estuviera en su lugar, me concentraría en compararle los predios a los miles de pequeños productores que producen alimentos y materias primas en tierras arrendadas, y comprar grandes extensiones de tierras en la altillanura para adjudicarlas a asociaciones de productores bajo la figura de común y proindiviso. Paso seguido, integraría esos productores a los núcleos agroindustriales, para garantizar proyectos agrícolas rentables y la compra anticipada de sus cosechas.
Claramente, para obtener estas victorias tempranas se requiere armar dos grupos de trabajo. El de la avanzada, que son los que aportan la tierra y los recursos de para estructurar y desarrollar los proyectos productivos (Agencia Nacional de Tierras, Agencia de Desarrollo Rural, Finagro y Banco Agrario) y los que proveen la biotecnología (ICA, AGROSAVIA y VECOL). La Bolsa Mercantil de Colombia, que se encargue de notarizar los contratos forward y las coberturas de riesgos con el sector privado. Cuando las cosas no están saliendo bien hay que cambiar de estrategia.