Edicion noviembre 23, 2024
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Caco, el último rebelde que nunca pagó una factura de energía

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Caco, el último rebelde que nunca pagó una factura de energía

Columnista - Arcesio Romero Pérez
Columnista – Arcesio Romero Pérez

En medio de las luces deslumbrantes de Barrancas, había un rincón donde la modernidad no había metido sus narices. Mientras la mayoría de las casas brillaban con luces fluorescentes y bombillos LED, una solitaria vivienda se mantenía en penumbra. No por descuido, no por pobreza, sino por elección. Esa era la casa de Caco, un hombre que decidió no pagar ni un solo peso por electricidad. En pleno centro urbano, el adulto mayor vivía bajo el suave brillo de una lámpara de petróleo, que, colgada de un viejo clavo en el marco de su puerta de madera, yacía de faro de resistencia en un océano de consumismo desenfrenado.

Mientras el resto del pueblo lidiaba mes a mes con el peso de las facturas de luz, Caco vivía en paz, ajeno a la tragedia de los servicios públicos. En Barrancas, donde el servicio de energía es, por decirlo de forma suave, errático, Caco observaba cómo sus vecinos se desvivían y empeñaban sus prendas para pagar por un servicio que fallaba más de lo que funcionaba. Pero él, con su linterna y radio de pilas, permanecía imperturbable, como una especie de monje en una modernidad ensombrecida por el atraso.

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La vida actual nos ha vendido la idea de que la electricidad es indispensable, pero ¿a qué costo? Para muchos en Barrancas y en el resto de La Guajira, pagar las facturas de luz se ha vuelto una especie de castigo mensual, un cólico que lacera los bolsillos de los usuarios. Mientras el pueblo sufría por los cortes de energía que a menudo duraban horas o, incluso, días, Caco no sufría esos padecimientos. Su lámpara, fiel compañera de cada noche, le proporcionaba suficiente luz para vivir, sin tener que depender de la intermitente potencia de una energía menguada por la mala calidad del operador comercial de turno.

Y si piensas que Caco vivía desconectado del mundo, te equivocas. Su radio, un dispositivo tan modesto como eficaz, era su conexión con el resto del planeta. Mientras el resto del pueblo estaba pendiente de cargar sus celulares o esperando que volviera la señal para ver el último capítulo de su serie favorita, el partido de la selección Colombia o el ganador del Desafío XX, Caco simplemente ajustaba el dial y disfrutaba de una variedad infinita de noticias, música y novelas, sin necesidad de Wi-Fi, sin contratos con operadores y, lo más importante, sin pagar un solo peso por electricidad.

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En pleno calor sofocante de La Guajira, mientras sus vecinos luchaban por mantenerse frescos bajo ventiladores que devoraban electricidad, Caco nunca necesitó de esos aparatos ruidosos. A su manera, había aprendido a convivir con el clima árido. Usaba las sombras de los árboles del patio y la brisa que llegaba al atardecer para mantener la temperatura tolerable. ¿Y para el agua fría? En lugar de recurrir a una nevera, usaba una técnica antigua: colocaba su tinaja de barro en un rincón fresco, permitiendo que el agua se mantuviera agradablemente fría durante horas, sin necesidad de comprar hielo, o correr el riego de sobrecargas eléctricas, solo sabiduría artesanal.

Pero no se trataba solo de la luz y el agua. En un clima tan abrasador como el de La Guajira, la nevera es vista como una necesidad. Sin embargo, para Caco, la dependencia de un electrodoméstico caro y hambriento de energía era solo otro ejemplo de cómo nos hemos atado a la comodidad hedonista. Él utilizaba métodos ancestrales para conservar sus alimentos: salaba las carnes y las colgaba en un rincón ventilado de su cocina, mientras los demás veían cómo la carne en sus refrigeradores se echaba a perder durante uno de los apagones frecuentes en la región. El truco de Caco no solo era eficaz, sino que lo mantenía completamente fuera del ciclo vicioso de la dependencia tecnológica.

Según un estudio de 2023, más del 60% de los hogares en la Costa Caribe expresaron insatisfacción con los servicios de energía eléctrica, en especial por los cortes prolongados. Es irónico que, en una región donde el sol brilla casi todo el año, tengamos que pagar tanto por algo tan inconstante. Caco, por su parte, había encontrado una forma de vida que, aunque simple, le ofrecía algo que muchos de nosotros hemos olvidado: libertad.

Mientras nosotros nos desvelamos por facturas infladas y apagones interminables, él dormía bajo la luz parpadeante de su lámpara de petróleo, sabiendo que nunca tendría que preocuparse por pagar una factura. Es curioso cómo la modernidad nos ha hecho dependientes de servicios que, lejos de facilitarnos la vida, nos someten a una esclavitud económica constante. Caco, sin una sola factura de luz en su vida, era un recordatorio viviente de que tal vez no necesitamos todo lo que creemos.

Quizás su casa era el último rincón oscuro de Barrancas, pero su vida brillaba con una independencia que muchos envidiarían. En un pueblo donde las luces pueden apagarse en cualquier momento, el brillo de la libertad de Caco nunca se extinguió. ¿Y nosotros? Seguimos atrapados, pagando mes a mes por una luz que, como la vida moderna, a veces parece más una carga que una solución.

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