Edicion octubre 8, 2024

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Columnista – Fabrina Acosta Contreras

Pensar el voto es de los desafíos más grandes de la ciudadanía, no hacerlo visceralmente es casi imposible para muchos, sea por razones de necesidades básicas insatisfechas, por odios, resentimientos, intereses individuales de acumulación de recursos, indiferencia social o simplemente porque normalizan las acciones corruptas por micro o macro que sean, lo sigo diciendo corrupción es corrupción.

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Se habla de que los candidatos y candidatas se “queman o ahogan” cuando no logran la curul a la que aspiran, pero realmente la quemada más grande es la de la ciudadanía que – elige mal, porque se condena a un circulo de involución y a la desesperanza/resignación aprendida, el poder en los territorios se vuelven tiendas de barrio que pertenecen a una sola familia, lo público es administrado por unos cuantos y como se les antoja, mientras el pueblo se hunde.

Votar mal es perderlo todo, pareciera una frase exagerada, pero es cierta, se pierde el respeto como ciudadanía, la gobernabilidad, la dignidad social, se pierde todo. Si la ciudadanía elige a personas que tienen  un pasado sospechoso es natural que las investigaciones no se hagan esperar, la terquedad de llamar a lo malo bueno y elegir personas que tienen un alto riesgo de ser destituidos cuando sean gobernantes, es echar a perder todo.

La ingobernabilidad en los diferentes departamentos de Colombia es clara, la empotrada en el poder de algunos apellidos también y la pobreza extrema inevitable, la equidad e igualdad se vuelven solo retoricas de campañas, pero nada que aparecen en las realidades.

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Por ello, si no se conocen los planes de gobierno, los antecedentes, las visiones de un candidato o candidata y eligen votar por los 50 mil que pagan, por la lámina de zinc, el sancocho comunitario o el concierto con el cantante más bullicioso y pegado del momento, por el cargo prometido en el cual van a poder robar y enriquecerse, seguiremos jodidos como sociedad, sumergidos en inseguridades, violencias, desigualdades, pobrezas extremas y un sinnúmero de problemas que superan toda ficción y nos instalan en el realismo In-mágico.

Cada voto merece dignidad, categoría y determinación, tanto para promover a las buenas opciones que se presentan como para activar el voto de castigo contra los mismos corruptos que hacen de los recursos públicos su chequera privada y que recuerdan al pueblo en la época electoral por intereses promovidos para mantenerse en el poder, pero luego, la gente pobre les huele mal, los niños con mocos le dan asco, las mujeres y la población diversa les parecen muy necios exigiendo la reivindicación de los derechos, cada niño que muere de hambre es solo una estadística y así corruptamente, se les ve mejorar su status financiero (mansiones, carros lujosos, viajes etc.) aunque el status ético tenga olor a fétido y su dignidad sea la de delincuentes de cuello blanco o de guayabera de lino, pero al final delincuentes.

El voto hay que saberlo activar, es hacerlo pensando no en la inmediatez sino en el largo plazo, con prospectiva social y consciencia de que, si la ciudadanía lo hace bien, las mafias temblarían y la realidad inevitablemente cambiaría. No hay candidatos o candidatas indolentes, racistas, homofóbicos o corruptos, jamás van a develar su indiferencia o sus prejuicios, pero la historia lo ha dicho de mil maneras si hay gobernantes excluyentes, insensibles a los que les importa más una obra de infraestructura que deje ganancias que apoyar la cultura y crear espacios para el ejercicio cultural digno, por ejemplo. Es decir, se saben camuflar hasta conquistar y luego destapan su verdad indolente y las acciones de pésima gobernabilidad. Es lamentable que cada cuatro años busquen el poder con promesas absurdas y desbordadas en muchas ocasiones y sigan las dinámicas ciudadanas de elegir a los peores. Si la gente insiste tanto en postular su nombre en la política es porque es un negocio redondo y la forma como se ejecuta les beneficia a ellos y su combo, mientras la verdadera “quemada” es la ciudadanía.

¡Recuerden, votar mal es perderlo todo!

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