
Hace unos meses, en un paraje entre Maicao y Paraguachón, conocí a Víctor Elías, un wayuu que había convertido su patio en comedor de paso a precio de hambre, viendo tanta gente llegar y daban cualquier cosa, me sorprendí, lo que el notó inmediatamente y me dijo con una sonrisa pícara “Aquí no se pregunta de dónde viene la gente, me dijo mientras servía arroz con pastas, si llegan con hambre, se les da de comer y que me paguen cualquier cosa, después hablamos”; su lógica era simple, pero poderosa, primero la vida, luego la plata. Víctor Elías no sabía que su gesto cotidiano era, en esencia, una política pública de acogida esa que hoy se discute en salones con aire acondicionado, él lo practica desde hace años con una olla pangada y un corazón sin fronteras.
Durante años, La Guajira ha sido testigo silenciosa del éxodo venezolano, del retorno de colombianos desde el norte, y de los desplazamientos internos provocados por el cambio climático; también refugio, paso, y a veces olvido pero hoy, con el Foro Mundial de Migración y Desarrollo, Riohacha se convierte en protagonista, así como toda la península, donde cada calle, cada mercado, cada aula escolar ha sido testigo del tránsito humano que une y transforma, más de 2.8 millones de venezolanos han llegado al país en la última década, y una parte significativa ha cruzado por esta tierra, a eso se suman los colombianos que retornan desde el norte, los desplazados internos por la violencia o desastres naturales, y los pueblos indígenas que migran sin cruzar fronteras, pero sí territorios invisibles de exclusión. Riohacha, Maicao, Uribia no son solo puntos en el mapa, son nodos de humanidad, donde la migración se vive con intensidad, con dolor, pero también con solidaridad.
El FMMD, presidido por Colombia en 2024, eligió Riohacha como sede en 2025, no fue una decisión casual, es un acto simbólico y estratégico, llevar el diálogo global sobre migración a una ciudad que ha vivido sus efectos sin intermediarios; más de 40 países, organismos multilaterales, sociedad civil y sector privado se reúnen para discutir seis ejes temáticos: mujeres migrantes, juventud, cultura, cambio climático, cooperación regional y digitalización.
El foro que hoy se celebra es una oportunidad para que el mundo escuche historias como la de Víctor Elías, así mismo, para que se reconozca el esfuerzo de comunidades que han acogido sin recursos pero con convicción y logren entender que la migración no es una amenaza, sino una posibilidad, por ello el gobierno nacional espera consolidar su liderazgo regional en gobernanza migratoria, promover la migración regular como motor de desarrollo y visibilizar los esfuerzos locales que han sostenido la acogida sin protagonismo.

La Guajira gana mucho con este foro, entre tantos visibilidad, inversión y respeto pero sobre todo reconocimiento porque por primera vez no se le mira como territorio vulnerable, sino como territorio sabio; la cultura Wayuu será protagonista, y eso es vital porque hablar de migración sin hablar de identidad es como navegar sin brújula, la frontera territorial de Colombia y Venezuela para estos no existe y ese ejemplo puede dar clase al mundo al mantener una migración permanente sintiendo al que va o el que viene como propio, donde existe respeto y dignidad.
Mi hijo Matías, viéndome escribir este artículo me pregunto inocentemente Papi de que escribes y le conté, luego concluyo ¿Qué gana la Guajira con eso? Y salió corriendo; le respondo desde aquí que la realización del Foro Mundial de Migración y Desarrollo en Riohacha representa una ganancia significativa para La Guajira, tanto en lo visible como en lo profundo, pues este territorio se proyecta internacionalmente como un referente en gestión migratoria y resiliencia comunitaria, lo que fortalece su imagen ante el mundo; al mismo tiempo, se dinamiza la economía local, hoteles, restaurantes, transporte y comercio reciben un impulso con la llegada de delegaciones de más de 40 países.
Por otro lado, en el plano institucional, el evento exige mejoras logísticas, conectividad aérea, infraestructura y seguridad, dejando capacidades instaladas que perdurarán más allá del foro, además, la presencia internacional genera una presión positiva que puede acelerar el cumplimiento de medidas ordenadas por la Corte Constitucional en favor del pueblo Wayuu, visibilizando sus derechos y necesidades; finalmente, el foro convierte a la cultura local en protagonista, mostrando al mundo la riqueza espiritual, estética y simbólica del Caribe profundo, y reafirmando que La Guajira no solo acoge, sino que enseña.
Hoy, mientras se pronuncian discursos y se firman acuerdos, Víctor Elías sigue sirviendo sus comidas (ojalá y le meta un poco de chivo), tal vez nunca se entere de que su comedor fue inspiración para este artículo, pero su ejemplo vive en cada palabra, como vive La Guajira en cada migrante que encuentra aquí un nuevo comienzo.






