Edicion octubre 20, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

Un nuevo amanecer o una tregua más

Un nuevo amanecer o una tregua más
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Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)
Columnista- Fabio Olea Massa (Negrindio)

Han pasado dos años desde aquella madrugada del 7 de octubre de 2023, cuando milicianos de Hamás cruzaron la frontera desde Gaza y lanzaron un ataque contra Israel. Desde ese momento, la región volvió a sumirse en un ciclo de violencia y horror que muchos creían parte del pasado.

La respuesta de Israel fue inmediata y descomunal: una ofensiva militar de dimensiones históricas. Bombardeos masivos, incursiones terrestres y el corte deliberado de agua, electricidad y alimentos transformaron a Gaza en una de las zonas más castigadas del planeta. Los muertos se cuentan por decenas de miles, la mayoría civiles. Escuelas, hospitales y barrios enteros quedaron reducidos a escombros.

Hoy, el mundo celebra con alivio el acuerdo de paz alcanzado gracias a la mediación del presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Sin embargo, persisten las dudas y los temores. Analistas y líderes internacionales se preguntan si este pacto representa el inicio de una paz duradera o si se trata, una vez más, de una tregua temporal antes del próximo estallido.

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Durante el conflicto, la ONU aprobó resoluciones, pidió un alto el fuego, denunció los ataques contra la población civil y exigió respeto al Derecho Internacional Humanitario. Pero, como en tantas otras tragedias contemporáneas, su poder fue más simbólico que efectivo. Los vetos en el Consejo de Seguridad y las divisiones políticas entre las grandes potencias terminaron por vaciar de contenido sus llamados.

En medio del caos, la labor humanitaria de la ONU —a través de agencias como la UNRWA y la OCHA— fue crucial. Sin su presencia, miles de palestinos simplemente no habrían sobrevivido. Pero la ayuda humanitaria, aunque indispensable, no termina la guerra. Los alimentos no reemplazan la esperanza, y las tiendas de campaña no curan las heridas del desarraigo. Ninguna firma borra el dolor; ninguna fotografía oficial restituye la dignidad perdida. La verdadera reconstrucción —la del alma de estos pueblos— no comienza en las mesas de negociación, sino en la voluntad real de sus lideres de no repetir la tragedia vivida.

Ahora viene lo más difícil: cumplir lo acordado. El pacto contempla compromisos ambiciosos —el cese inmediato de hostilidades y el retiro gradual de las tropas israelíes; la liberación de todos los rehenes israelíes en manos de Hamás; la excarcelación de prisioneros palestinos; la apertura del paso de Rafah para permitir el ingreso de ayuda humanitaria, y la presencia de una supervisión internacional destinada a garantizar que cada punto se cumpla.

El acuerdo de paz despertó una oleada de optimismo. Las imágenes de abrazos, banderas y discursos parecen anunciar el fin de una era de violencia interminable. Pero la historia enseña prudencia: los acuerdos de Oslo, Camp David o El Cairo también comenzaron con sonrisas, promesas y apretones de manos ante las cámaras. Luego vinieron la desconfianza, los incumplimientos y la política del miedo.

La paz, lo sabemos, no se firma: se construye. Y su construcción exige algo más que gestos diplomáticos o mediaciones internacionales. Requiere voluntad real, memoria y un compromiso que trascienda los intereses inmediatos. Porque mientras los papeles se firman en los despachos, en Gaza e Israel todavía hay quienes viven —y mueren— esperando que esta vez, por fin, la palabra paz signifique algo más que una tregua.

Desde luego, la paz no será inmediata ni perfecta. Pero cada cese al fuego que se cumpla, cada vida que se salve, será un ladrillo más en ese muro de esperanza que, algún día, podría sustituir al muro del miedo.

El cumplimiento del acuerdo será supervisado por los países mediadores y por observadores internacionales bajo el paraguas de la ONU. Sin embargo, no existe aún una fuerza de paz formal que imponga las condiciones. En ello radica la mayor debilidad: sin una estructura firme de verificación, cualquier provocación o incumplimiento podría hacer que el frágil pacto se derrumbe.

La reconstrucción de Gaza exigirá miles de millones de dólares, infraestructura nueva y voluntad política. Pero más allá del cemento y los escombros, lo que realmente necesita esta región es confianza. Israel debe reconocer que la seguridad no puede basarse únicamente en el control militar; Palestina debe demostrar que la resistencia no puede sustentarse en el terror. Y el mundo —nosotros, los observadores— debemos exigir coherencia y humanidad.

El reto para israelíes y palestinos será justamente ese: no conformarse con el papel firmado, sino lograr que la convivencia deje de ser una utopía. Si esta vez ambas partes deciden cumplir, puede que el 2025 sea recordado no como el año del cese al fuego, sino como el año en que la historia cambió de rumbo.

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