Visibilizar la experticia en la gestión pública es uno de los mayores retos de los candidatos revestidos con los deseos de volver a gobernar un pueblo. Generar confianza, cercanía y garantía de buen retorno es la base para seducir a un incrédulo elector y para despojarlo de toda preocupación e incredulidad. Para ello, a quien aspira a ser alcalde, no le son suficientes contar con los atributos clásicos de la política. La modernidad democrática amerita de otras valencias: la escucha genuina de los clamores ciudadanos; la empatía al interactuar personal y virtualmente; el empoderamiento y la comprensión de los problemas neurálgicos del pueblo; la formalidad y credibilidad de los planteamientos y, la seriedad y el compromiso, esos últimos, baluartes fundamentales para conquistar el respaldo popular. Precisamente, esos atributos, son los agentes catalizadores del progreso y la esperanza que anhelan los habitantes del desierto de las ilusiones, de aquellos desilusionados por un gobierno tildado de “unión y transformación” y que ahora, en sus postrimerías, posa de estar “juntos por un progreso”.
Un territorio tan extenso y basto como Uribia, único y especial en sus condicionantes, requiere el ejercicio de un gobierno serio, donde la formalidad sea el sello de cada actuación y donde la palabra sea la manifestación previa del actuar y no simplemente el gesto folclórico de las promesas infinitas. La construcción de un estilo de gobierno exige el diseño de un modelo de gestión y de un actuar acorde con el clamor ciudadano, no basta únicamente con administrar con el esplendor juvenil y el prurito del afán.
La experticia, a gracia de buen observador, se ha convertido en estos tiempos de crisis en el nuevo simbolismo de credibilidad. En el caso particular de Uribia, cambiar por lo conocido y validado con éxito no es retroceder, significa fidelizar los buenos resultados en respuesta a un presente sin impacto en el bienestar de los gobernados. Corregir para avanzar es retomar el rumbo de nuevos y mejores tiempos. Además, recordemos que los actos de contrición política son necesarios para enmendar y restaurar. Por ello, hoy, en la capital indígena de Colombia, la antítesis a la inacción, al mutismo, a la desilusión y a la falta de eficiencia tienen nombre propio: Cielo Redondo. Y lo digo, no por un capricho de columnista o de un preciado amigo oportunista. Lo afirmo en mi rol de testigo coequipero de la gestión de Cielo en su segundo gobierno, donde desde la autoridad ambiental coadyuvamos por el desarrollo de obras y programas en materia de protección de ecosistemas secos y costeros, la ejecución de planes de manejo de especies en las áreas protegidas, la implementación de soluciones integrales de agua para las comunidades indígenas y un despliegue participativo en educación ambiental, arborización urbana y formación de veedores ambientales.
Cielo, es una señora curtida por la gesta de servicios y la vocación de atender la demanda ciudadana. Es una lideresa afro que goza de la adopción tutelar de los hermanos wayúu, alguien que incorporó como modo de vida el arte de servir a los habitantes de una tierra bañada por el sol, que abrazados por el mar son transeúntes de la arena de los tiempos. Su vitalidad denota la vigencia de su legado, la consolidación de la narrativa de la escucha y del diálogo genuino como sello distintivo de actuación, la posicionan como la mejor opción para devolverle la credibilidad al gobierno local y reenfocar la gestión en favor de todos sus paisanos. Una “alcaldesa”, como todos la llaman, que no se ufana de su palmarés ni mucho menos se vanagloria de las manifestaciones de agradecimiento por un favor del ayer; es, esencia, la voluntad de servicio vestida con la manta del don de gentes que todo mandatario anhela.
Dado el momentum histórico que vivimos, el municipio Uribia enfrenta grandes retos de transformación, a saber: (i) Despliegue del modelo de transición energética y las inversiones en proyectos de energías alternativas; (ii) reto de soberanía alimentaria y nutrición a población étnica (primera infancia); (iii) vulnerabilidad frente a fenómenos de variabilidad climática y desarrollo de mecanismos de adaptación al cambio climático; (iv) potencia turística del Caribe (naturaleza, cultural, aventura, ecoturismo); (v) Proyectos viales para afianzar la soberanía en la frontera y la integración regional; (vi) Construcción del acueducto regional del norte de La Guajira a partir del embalse de El Cercado; (vi) Construcción del nuevo hospital de Nazareth y del aeródromo de la alta Guajira, serán, entre otros, los desafíos que marcarán un nuevo devenir. Un devenir, para el cual, parafraseando al ensayista francés Gilles Lipovetsky, urge recuperar la autoestima colectiva, abandonar los paliativos a los deseos incumplidos, y olvidarse de las desgracias y frustraciones del presente. Para lograrlo, los uribieros deben apostar por el mejor perfomance de las alternativas electorales, y elegir, a conciencia y de forma ejemplar, a una mujer percibida por los ciudadanos como el aliento redentor que pondrá fin a una época donde el “déjame estar y déjame vivir” fueron los ejes tutelares de la utopía efímera de lo “light”.