
7. “Esforzaos y animaos; no temáis ni tengáis miedo del rey de Asiria, ni de toda la multitud que con él viene; porque más hay con nosotros que con él”. 2 Crónicas 32.
Aunque nos encontremos en algunas crisis, si recordamos que Dios está con nosotros, podemos armarnos de valor. Al terminar de ejecutar la reforma con todo su corazón, Asiria los rodea, después de conquistar a Israel (el reino del norte). Con el fin de salvar a Jerusalén, cierra las fuentes fuera de la ciudad, edifica los muros caídos y hace muchas espadas y escudos con la ayuda del pueblo.
Los anima a esforzarse y animarse, y a mirar a Dios. Ningún brazo de carne podrá vencer a Dios, porque todo es parte de su creación. Las palabras de Ezequías infunden esperanza en el pueblo y, a la vez, los insta a rogar a rogar a Dios en oración. Cuanto mayor sea la dificultad que se avecine contra nosotros, más debemos sentirnos alentados con fe y esperanza.

Debemos oír con discernimiento en los momentos cruciales de nuestra vida. El pueblo de Judá se siente desalentado al oír a Senaquerib decir que Dios no los librará de su mano. Seguramente, más de uno pensó que esas palabras contenían la verdad y que efectivamente Ezequías les había engañado. El rey asirio blasfema contra Dios, tratándolo de impotente e incapaz, como si estuviera refiriendo a cualquier Dios gentil. Pecó entonces con su arrogancia y provocó la ira del Soberano. Ezequías ora y clama al Poderoso, y Dios envía ángeles para exterminar a 185000 soldados del ejército asirio en tan solo una noche (2 R. cap. 19). El trágico fin de Asiria nos enseña a quien debemos oír. No nos dejemos engañar por palabras mentirosas. Confiemos en la Palabra de Dios para tomar decisiones sabias.
La invasión de Asiria sucede luego de que Ezequías realizara con devoción la reparación del Templo y la restauración de la adoración. Gracias a esto, logra vencerlos clamando orando y confiando únicamente en Dios, incluso en medio del peligro. De la misma manera, los fieles debemos aferrarnos a la Palabra de la promesa en la aflicción y la adversidad, y contemplar aquellas situaciones con los ojos de Dios. Si oramos teniendo fe en que Él es más grande que cualquier enemigo y circunstancia aterradora, saldremos victoriosos de cualquier batalla espiritual.
La aflicción es una oportunidad para el fiel de disciplinarse y aprender a tener más paciencia, además de conocer el inmenso poder de Dios que no ve a diario. O sea que, el fin de quien confía en Dios y ora es la gloria y la honra.
El secreto del triunfo es orar confiando en Dios, sin frustrarnos ante la adversidad. Triunfamos cuando confiamos en el Señor. Dios les guarde.