Edicion febrero 7, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

Tejer y vender: el rostro sabio para la supervivencia de Sara Jusayu Bonivento, en medio de un desierto

Tejer y vender: el rostro sabio para la supervivencia de Sara Jusayu Bonivento, en medio de un desierto
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Columnista - Delia Bolaño Ipuana
Columnista – Delia Bolaño Ipuana

La pluma dorada plasma en la página en blanco con la tinta fina de su pensamiento, inspirada en una de las muchas historias que el tiempo narra en el rostro sabio de las abuelas, maestras de la cultura wayuu, de cada una de las comunidades que conforman los centros poblados del Cabo de la Vela, Carrizal, El Cardón, Huatpana, Lechimana, Majayütpana (Jonjocito), Media Luna, Nazareth, Nortechón, Paraíso, Parajimaruhu, Puerto Estrella, Puerto Nuevo, Punta Espada, Santa Ana, Santa Fe de Siapana, Taguaira, Villa Fátima, Warpana, Warrutamana, Wimpeshi, Wososopo y Yorijarú; centros poblados que integran la tierra del sol, Ichitki, fundada el 1 de marzo de 1935 por el general Eduardo Londoño Villegas y a la que llamó Uribia, La Guajira, capital indígena de Colombia.

La protagonista de esta página nació en el año 1957 en Ichitki, en el centro poblado de Wimpeshi, comunidad de Napaipa Rafael de la Calle, al sur de Uribia, antiguo camino que comunicaba al municipio con Maicao. Su nombre es Sara Jusayu Bonivento, quien, desde la tradición oral y su lengua materna, el wayuunaiki, describe la historia de sus 68 años, de los cuales 40 los ha dedicado a la venta de sus hermosos tejidos wayuu, como la mochila, el chinchorro, las manillas, la ekiala (pañoleta), las waireñas. En sus inicios lo hacía recorriendo las calles del municipio de Uribia y terminaba en Cuatro Vías, donde esperaba a los distintos turistas que llegaban al territorio. Con su gran esfuerzo y juventud lograba venderles a los visitantes sus hermosos y coloridos tejidos, inspirados, cuenta la artesana Sara, en la belleza y grandeza de La Guajira, en el inmenso sol que resistía cada día y que combatía con achepa (protector solar natural a base de hongos).

Tejer y vender: el rostro sabio para la supervivencia de Sara Jusayu Bonivento, en medio de un desierto

Inspirada en el largo camino arenoso que en verano o invierno debía transitar durante aproximadamente dos horas, encontraba a su paso verdes cardones, que no perdían su color ni su fuerza en ninguna época. También los trupillos, que le servían para arroparse cuando era alcanzada por los rayos del sol.

Para Sara Jusayu, vender sus artesanías era la recompensa a una actividad que amaba hacer y, más aún, porque la colocaba frente a sus hijos, nietos y familiares como una mujer wayuu productiva, capaz de llevar el sustento y aportar a la economía de su comunidad. A las 5:00 a. m. salía todos los días, sin importar si era domingo o festivo, con la süsuu (mochila de carga) llena de sueños y esperanza. Con las ganancias de su jornada de trabajo, hacía compras en el mercadito guajiro, que describe como el primer depósito del municipio de Uribia. Al regresar a casa, a eso de las 2:00 p. m., llenaba su süsuu con alimentos propios de su cultura, como maíz, azúcar, café, arroz, espaguetis, aceite, y a sus hijos pequeños les llevaba panela como dulce. Amaba hacer esto, pues era feliz verlos esperarla cada tarde.

El tiempo pasó. Cuando llegó a los 58 años, Sara enfrentó más dificultades para moverse por las calles del municipio, que se habían multiplicado. En Cuatro Vías ya no estaba sola, había otras artesanas jóvenes con la misma energía que ella tuvo, pero que el tiempo le fue consumiendo. Caminar desde su comunidad hasta Uribia se volvió más lento. Lo que antes eran dos horas ahora eran tres, o incluso más. Cansada y con dolores, olvidaba el esfuerzo al tejer y enseñarles a sus 15 nietas el arte del tejido. Para Sara, era importante que ellas entendieran que su camino no sería igual al de hace 40 años, pero que el amor por la cultura y la sabiduría wayuu debía mantenerse intacto.

Actualmente, con 68 años, Sara Jusayu Bonivento y muchas artesanas cuentan con un espacio junto al Obelisco, en la plaza Colombia de Uribia, donde pueden dignificar su actividad productiva como tejedoras de sueños. Este espacio les permite evitar los riesgos del tráfico y la aglomeración de Cuatro Vías, aunque el transporte diario sigue siendo un reto económico para Sara, ya que debe invertir entre 20.000 y 30.000 pesos diarios en moto.

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Por las tardes, al llegar a su comunidad, Sara orienta y enseña a tejer a sus nietas, exhortándolas a que comprendan que los retos de hoy son más complejos, pero que su amor por el tejido, la valentía y la creatividad deben maximizarse en cada obra.

Sara sueña con que las autoridades locales, departamentales y nacionales reconozcan y dignifiquen el trabajo de ella y de todas las artesanas que dan vida y color a la plaza Colombia. En medio de las dificultades, Sara Jusayu Bonivento sigue siendo un símbolo de resistencia y amor por la cultura wayuu.

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