Crónica en homenaje al Día del Psicólogo.

En la penumbra suave de la mañana bolivarense, cuando las estaciones policiales apenas despiertan y el sonido del radio corta el silencio como un gallo metálico, aparece él: el subintendente Jorge Luis Cumplido Mendoza, nacido en Magangué, criado en Valledupar y dueño de una serenidad que se nota incluso antes de verlo hablar. No tiene prisa. Parece caminar con la cadencia de quien ha aprendido que la vida se escucha mejor cuando se anda despacio.
Jorge Luis carga dos uniformes: el azul que le entrega la Policía Nacional de los colombianos, donde suma 14 años de servicio, y otro invisible, hecho de paciencia y palabras, que obtuvo en 2018 al graduarse como psicólogo. Hoy, con una especialización en Infancia y Juventudes y otra en Psicología Clínica en curso, trabaja en la Unidad Policial para la Edificación de la Paz. Y allí, entre la cultura de la construcción de paz, radios y botas polvorientas, también patrulla emociones.

Dice que su vocación empezó mucho antes del uniforme. “Entre más pueda uno servir, más sentido tiene la vida”, repite como si fuera una herencia familiar. Y tal vez por eso, aun siendo policía, sintió que faltaba algo: una forma más humana de ayudar. Lo descubrió cuando vio a personas cercanas desmoronarse emocionalmente sin encontrar alivio. Porque para el dolor físico hay pomadas; para el dolor del alma, solo escucha.

Estudiar Psicología no fue un camino recto. Tres universidades, pausas obligadas, tropiezos, mudanzas. Pero él siguió. “Nací para esto”, dice sin soberbia, sino con la certeza del que ha encontrado su sitio. Y al final, terminó donde quería: con un pie en la calle y otro en la mente humana, entendiendo que hay batallas que no se ven, pero pesan.

Su labor comienza desde que entra al servicio y no termina ni cuando se quita las botas. Porque, como él mismo explica, cada compañero carga una lucha interna que rara vez confiesa. En la Policía casi nadie quiere mostrar vulnerabilidad. Allí es donde él entra, no con diagnósticos fríos, sino con esa escucha que a veces basta para que alguien respire de nuevo.

En la calle, la gente llega con todo tipo de equipajes: discusiones familiares, problemas cotidianos que parecen enormes, delitos en ciernes y miedos profundos. Y aunque muchos no lo saben, lo que buscan no es un patrullero, sino orientación. A veces —dice él— una conversación de tres minutos evita un conflicto de tres horas. A veces, un “lo escucho” es más poderoso que una patrulla completa.

Habla con especial peso del estallido social en Cali, que lo marcó. No por la violencia, que nadie pretende negar, sino por lo que vio escondido debajo: una comunidad entera movida por sentimientos acumulados, por una inconformidad que se transformó en fuerza. La emoción, dice él, puede levantar ciudades o fracturarlas.

Al final de cada jornada, Jorge Luis hace un ritual íntimo: repasa si hizo al menos una buena acción. Si no, siente que el día estuvo perdido. Por eso se repite un consejo emocional propio: “Nada es personal. Cada quien actúa según las herramientas que tiene.” Lo motiva el amor por la institución y por su profesión. Y lo resume con una frase que lo define de pies a cabeza: “El que no nace para servir, no sirve para vivir.”






