
La muerte no es fin de la espiritualidad humana, es una transición o paso a otro estado físico, dimensionado en más allá, tránsito preestablecido por el ser supremo, para los mortales, despojándose desde su cuerpo, todos bienes materiales y derechos, adquiridos durante el término viviente de cada persona, en el universo terrenal.
Muere un grande de La Guajira, Jairo Alfonso Aguilar Ocando, caracterizado por su sencillez y atención en escuchar, lo que muy pocos hacemos, digno de admirar en quienes naturalmente gozan de tener esa virtud, para corresponder con una respuesta, de acuerdo a lo percibido y al conocimiento informativo que pueda suministrar en condición de consejero o asesor.
Jairo fue un magnífico expositor y conciliador de diferencias y conflictos. Siempre se reflejaba con sonrisa a flor de labio, aun cuando lo atormentaban algunos hechos que nunca faltan, en trajines y vaivén, pero sabía sortearlas y comentarlas entre pocas personas de confianza que lo rodeaban: familiares y amigos. Prefería disipar y meditar antes que chocar. A veces eran notables enojos e incomodidad, por desajustes, incumplimientos y contradicciones, pero prefería la calma antes que perder los estribos, por circunstancias erróneas, adversas y tendencias desalmadas, originadas por motivos de celos, envidias, brollos y rivalidades que flotan en el ambiente.
Conocí a Jairo Aguilar Ocando (q. e. p. d.) en mi infancia, a través de su hermana Ena Aguilar, que estudiaba con mi difunta hermana Eufemia Barros. Una vez la acompañé, porque iba a explicar matemática, en la casa de la señora Elaisa Ocando, madre de los hermanos Aguilar Ocando. Cuando estábamos una tarde estudiando en una mesa, llegó Jairo, no solo nos saludó, sino que se sentó con nosotros, que cursábamos primer año de bachillerato, y nos dio lección de matemáticas.
Cuando estuve estudiando en Medellín, me encontré de nuevo con Jairo Aguilar, que había terminado sus estudios de Economía Agrícola, en la Universidad Nacional de Medellín, pero quedó vinculado en la misma universidad como tutor y catedrático de institución agrícola, laborando durante dos años. Después, retornó a Riohacha, a finales del año 1975.
En Medellín vivía con su hermano Juan de Dios Aguilar y, antes de venirse a Riohacha, me puso a sus órdenes el apartamento, por si seguía estudiando en Medellín, para compartir con Juan de Dios, pero yo me regresé a seguir estudios en Barranquilla.
Al llegar a Riohacha, se vinculó en el movimiento Mayorías Liberal, dirigido por el exsenador Eduardo Abuchaibe Ochoa, ocupando varios cargos de primera: gerente de la Caja Agraria, director del Seguro Social, rector de la Universidad de La Guajira, concejal, gobernador y primer alcalde popular de Riohacha, entre otros. En ese movimiento aprovechó una oportunidad propicia que ofrecía Eduardo Abuchaibe a un selecto grupo de jóvenes profesionales, como Carlos Caicedo, Roberto Gutiérrez, Edgar Ferrucho, Alcides Pimienta, Omar Obando y Jairo Aguilar.

Jairo Aguilar y Amylkar Acosta, exconcejal de Medellín, formaron un movimiento que buscaba coadyuvar de manera independiente con los patrones políticos, iniciando con postulaciones de candidaturas para concejo de Riohacha y asamblea departamental. Participé activamente con esos dos líderes naturales, que contribuían, sin rebelarse, con los mandatarios, buscando abrir nuevos espacios políticos, incentivando a jóvenes profesionales recién egresados. El movimiento sirvió de trampolín para crecer.
Cuando el presidente Virgilio Barco Vargas nombró por decreto a Jairo Aguilar Ocando gobernador de La Guajira, postulado por el senador Miguel Pinedo Barros, en el ejercicio de su mandato, me llamó para informarme que estaba conformando una terna para el nombramiento del director departamental de tránsito, Intradegua, que se efectuaba en el Intra Bogotá, entidad que desapareció con la vigencia de la Constitución de 1991, con la creación del Ministerio de Transporte, asumiendo este las funciones. El gobernador Aguilar me sugirió que hablara con el senador, mi pariente y padrino, Miguel Pinedo Barros, para que avalara la inclusión en la terna, sin mencionar la fuente de quien suministró la información, reservando la insinuación del gobernador. La vuelta resultó positiva y la terna quedó conformada por Misael Olarte, quien la encabezaba, seguido por el suscrito, Martin Barros Choles, y Carlos Bueno Suárez.
Inicialmente nombraron a Misael Olarte, pero este no cumplía los requisitos para ejercer el cargo. Seguidamente me nombraron director de Intradegua, reemplazando a Jaime Dongón, cuando venía pasando por una racha larga de desempleo. En el mes de octubre de 1986, me dieron una orden de servicio en la Asamblea Departamental; después me eligieron Contralor Municipal de Riohacha por un periodo de dos años, impulsado por los concejales Lacides Toro Ávila y José Manuel Abuchaibe. En los primeros días de noviembre me notifican el nombramiento del tránsito, aceptando quedarme en este último.
Se programó la posesión para el día 10 de noviembre, a las 4 p. m., de 1986, día que cumplía años mi señora, Avelina Choles Curiel. Después del correteo durante la mañana del día de la posesión, acumulando requisitos que debía acreditar para asumir el cargo, llegué pasada las 12 del mediodía a entregar los documentos al jefe de personal, Víctor Brito Brujes. Después de revisados los documentos, el jefe de personal me manifiesta que el gobernador Aguilar dijo que fuera al despacho. Enseguida seguí hacia allá. Al entrar me encontré con la secretaria privada, Gloria Iguarán, quien me informó que el gobernador te está esperando. Detrás de mí llegó el jefe de personal con el libro de posesión.
Jairo me recibió. Le comuniqué que estaba sudado de tanto caminar. Me dijo: vamos a posesionarte. Le manifesté: ¿con esta percha? ¿Sin fotos y sin invitados? La posesión está publicitada en noticieros locales para las cuatro de la tarde. Quiero presentarme a mi posesión con vestido entero. Jairo contestó: estrena el vestido y te tomas las fotos en la oficina del tránsito, cuando ocupes la silla de tu cargo. Tengo un deber y compromiso ineludible: asistir a las 5 p. m., en mi condición de gobernador y exrector de Uniguajira, a la conmemoración hoy, donde por primera vez, la universidad entrega título profesional a los dos primeros egresados.
Tengo el honor de entregar dos diplomas, uno de ellos al profesor Rosero, manifestando “cuando salga de la universidad, llego al tránsito”. Así lo hizo, pasada la 6:30 p. m., pero ya los fotógrafos se habían ido y en aquel tiempo no existían teléfonos celulares. Pero se disfrutó mi doble motivo de festejo: posesión y cumpleaños de mi madre. Testigos de mi posesión como director de tránsito fueron Gloria Iguarán Ballestero y Víctor Brito –Vitoto–. Cuando la gente acudía a la gobernación para estar presente en la posesión, yo me presenté antes de las cuatro de la tarde, acompañado de mi mamá, Avelina Choles, mi hermano Alfonso Vieco y mi señora esposa Isa Luz Fernández, quienes no creyeron que yo me había posesionado. También sorprendí a los funcionarios de la institución de tránsito, que no me esperaban a la hora que llegué. Fui recibido por la secretaria privada Alexi Aguilar Cortez, que era la única informada de la posesión anticipada.
Para el finado Jairo Aguilar, su felicidad era estar rodeado de su familia y sus hogares, conyugal y materno. Disfrutaba del amor y apoyo de su señora esposa, Martha Deluque, sus preciosas hijas, su consentido varón Jairito Aguilar, gobernador de La Guajira, de un hogar y familia estable. También compartía con sus hermanas y hermanos, quienes lo consideraban como un padre, al asumir las riendas de su hogar materno, conjuntamente con su señora madre, Elaisa Ocando, por ser el hijo mayor, direccionando, orientando y guiando con sus consejos a sus hermanos, en el transcurso educativo, conservando la unidad y el amor familiar, reuniéndose cotidianamente en su cantón habitual, donde se criaron, ubicado en la calle ancha, carrera 3.ª esquina, que sigue perdurando como una reliquia o museo, no obstante la independencia de quienes la habitaron y lo conservan. En sus labores siempre estuvo acompañado de su hermano Saúl Aguilar Cortez, “el Curro”.
De Jairo Aguilar es mucho lo que hay para comentar, como lo expresaron en las distintas formas de disertaciones e intervenciones, que tuvieron lugar en la alcaldía, gobernación, universidad y Catedral Nuestra Señora de los Remedios, reflejando su vivencia remembrada, de un personaje ilustrado, servicial, amigo y un gran servidor público, reconocido por quienes valoran la calidad intelectual personal. Era uno de mis seguidores en mis columnas periodísticas. Algunas veces me hacía sugerencias, gustándole mi estilo directo y franco, que empatizaba con él, expresando: “Hay que decir las cosas de manera objetiva, tal cual como son, sin tapujos”. Estuvimos sintonizados e identificados en temas y asuntos comunes, brindándome apoyo en mis luchas, que aprecié con cariño y gratitud. Jairo Aguilar deja un legado ejemplar para honrar su memoria e imitar sus buenos ejemplos.