
Hablar de juventud no es organizar eventos de última hora. No es improvisar tarimas, ni repartir discursos vacíos, ni mucho menos pretender maquillar la ausencia de políticas públicas con una “Semana de la Juventud” realizada a dos días de finalizar el año. Lo que hoy ocurre en el Distrito de Riohacha no es una apuesta por la juventud: es una burla abierta a las y los jóvenes riohacheros.
Resulta ilógico, irresponsable y profundamente desconectado de la realidad que la administración distrital decida “celebrar” la Semana de la Juventud cuando el año ya se acaba, cuando los presupuestos están cerrados, cuando los procesos de participación no existieron y cuando la mayoría de jóvenes están más preocupados por la falta de oportunidades, el desempleo, la educación precaria y la ausencia total de espacios de incidencia real. Este tipo de decisiones no solo evidencian improvisación, sino una preocupante falta de comprensión sobre lo que significa gobernar con enfoque juvenil.
La juventud no es un relleno de agenda institucional. No puede seguir siendo utilizada como excusa simbólica para justificar recursos ejecutados sin planeación ni impacto real. Una Semana de la Juventud debería ser el resultado de meses de trabajo serio, diálogo constante, construcción colectiva, diagnósticos territoriales y planificación estratégica. Lo que hoy se presenta en Riohacha es exactamente lo contrario: improvisación, desorden y oportunismo administrativo disfrazado de celebración.

Durante el año, múltiples procesos juveniles, colectivos culturales, líderes comunitarios y organizaciones estudiantiles insistieron en la necesidad de espacios de participación efectiva. Solicitaron apoyo, presentaron propuestas y exigieron ser escuchados. La respuesta fue el silencio institucional. Hoy, cuando el calendario se agota y el cierre fiscal apremia, se convoca a la juventud como si fuera un elemento decorativo, no como un actor político con voz y propuestas.
Esta práctica no es nueva, pero sí cada vez más evidente. Se convoca a la juventud solo cuando conviene, solo cuando se necesita una fotografía, un titular o una justificación presupuestal. Se les nombra en discursos, pero se les excluye de las decisiones. Se les invita al evento, pero se les niega el poder.
A esta falta de planeación se suma una preocupación que no puede pasar desapercibida: la transparencia y legalización de los recursos públicos destinados a esta actividad. La juventud tiene derecho a saber de dónde provienen los fondos, bajo qué rubros fueron asignados, quiénes los ejecutan y cuáles son los impactos esperados. Exigir claridad no es atacar, es ejercer control ciudadano.
No se puede seguir utilizando el nombre de la juventud para legitimar gastos sin control social ni resultados estructurales. La inversión pública debe responder a una visión de largo plazo, no a eventos fugaces que desaparecen con el desmontaje de una tarima.
La juventud de Riohacha no necesita actos protocolarios ni discursos reciclados. Necesita políticas públicas reales, empleo digno, educación con enfoque territorial, acompañamiento al emprendimiento, fortalecimiento de liderazgos y participación efectiva en la toma de decisiones. Necesita una institucionalidad que deje de verla como problema o adorno y la reconozca como sujeto político.
Si la administración distrital realmente quiere trabajar por la juventud, debe empezar por respetarla. Respetarla implica escucharla, planificar con ella, invertir con transparencia y entender que la juventud no vive una semana al año. Vive todos los días las consecuencias del abandono institucional.
Lo demás, aunque se disfrace de celebración, seguirá siendo improvisación. Y la juventud de Riohacha ya no está dispuesta a seguir aplaudiendo simulacros.






