Edicion octubre 28, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA

Salir de la mediocridad: un acto de conciencia

Salir de la mediocridad: un acto de conciencia
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Columnista - Gonzalo Raúl Gómez Soto
Columnista – Gonzalo Raúl Gómez Soto

Vivimos inmersos en un tiempo donde todo parece ocurrir afuera: la política, los conflictos, los escándalos mediáticos, los discursos que se atropellan en busca de atención. Pero lo esencial no está ahí. Lo más decisivo —aquello que realmente define la existencia— sucede dentro. En el núcleo de la conciencia del sujeto, allí donde se libra la batalla silenciosa entre el conformismo y la voluntad de superación.

En este momento, la intención no es escribir acerca de lo externo. Más bien, se busca hablar del ser humano, de su interioridad, de esa zona que es sagrada donde se configura su forma de estar en el mundo. Dirigirse al lector de una forma similar a como se le hablaría a un hijo propio. O de la misma manera que se haría con un hermano. Porque cada ser humano, incluso dentro de su aparente fragilidad, encierra en su interior una potencia que se encuentra dormida y que está esperando poder ser despertada.

Hay quienes viven condicionados por sus propias limitaciones. Miedos, timidez, inseguridades, rutinas que se repiten sin cuestionamiento. A veces esas limitaciones no son físicas ni materiales: son estructuras mentales que hemos internalizado como verdades. “Yo soy así”, “eso no es para mí”, “ya es tarde”. Pero como bien enseña la filosofía, la identidad no es un punto fijo: somos devenir, posibilidad, proyecto. Es decir, no estamos condenados a ser lo que fuimos, sino llamados a ser lo que aún no somos.

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Recordando la lectura de El hombre mediocre de José Ingenieros, comprendo que la mediocridad no es una carencia de talento, sino de ideal ético. No es un defecto intelectual, sino una renuncia voluntaria al esfuerzo, una decisión inconsciente de no desplegar las propias capacidades. Ingenieros no escribió contra los que fallan, sino contra los que no intentan. Contra quienes eligen la comodidad de la repetición, antes que la dignidad del riesgo.

La mediocridad es una forma de anestesia existencial. Es la zona de confort elevada a modo de vida. Pero toda zona de confort, por más segura que parezca, es una zona estéril: allí no crecen ni los sueños, ni los vínculos auténticos, ni la transformación interior.

Yo mismo he debido confrontar mis propias sombras: la timidez, la duda, la incertidumbre. Pero si algo enseña la vida —y también la filosofía— es que el coraje no es ausencia de miedo, sino la decisión consciente de no vivir sometido a él.

En tiempos donde se sobredimensiona el éxito como espectáculo, lo verdaderamente revolucionario es cultivar una ética del esfuerzo, una voluntad lúcida que no se conforme con ser espectadora de su propia vida. La filosofía nos recuerda que la libertad no es simplemente elegir entre opciones, sino la capacidad de autodeterminarse desde la conciencia.

No estoy hablando aquí de perfección, ni de recetas mágicas. Hablo de algo más profundo: de tener un ideal de vida, una imagen posible de lo que podemos llegar a ser, y asumir el compromiso de caminar hacia ella, paso a paso, caída tras caída, pero con la dignidad de quien no se rinde.

Querido lector, posiblemente esta columna sea también una carta para ti. Tal vez en tu actualidad arrastras dudas, excusas, heridas, e incluso miedos que has convertido en un hábito. Pero permíteme el poder recordarte algo esencial y fundamental: nunca es tarde para iniciar a ser quien verdaderamente eres.

No es justo para ti que pospongas tu vida. Ni tampoco te refugies en lo conocido. Recuerda siempre que la existencia auténtica involucra el tomar riesgos, implica dar un salto hacia lo desconocido, se enreda también en el error, pero sobre todo implica conciencia. Porque vivir no es simplemente dejar que los días pasan: sino asumirlos como escenario para la libertad.

Hoy puede ser el día en que salgas de la mediocridad, no porque hayas resuelto todo, sino porque decidiste dejar de posponer lo importante. Hazlo. Con coraje, con conciencia, con amor propio. La vida te está esperando.

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