
Riohacha está de fiesta. Nuestra ciudad celebra 480 años, cargada de historia, tradición y esperanza. Hablar de Riohacha es hablar de un lugar que ha luchado por conservar su esencia, donde la belleza natural se funde con la nobleza de su gente, y donde las costumbres que nos hacen únicos siguen vivas en cada esquina.
Riohacha es fotogénica por naturaleza. Sus playas extensas que encantan a propios y visitantes, el encuentro del Río Ranchería con el Mar Caribe, la brisa del nordeste refrescando los días y esos atardeceres coloridos que parecen pintados a mano, son un bálsamo para el alma. Aquí, mirar el mar no es un lujo, es una bendición cotidiana que nos recuerda lo privilegiados que somos.

Pero más allá de los paisajes, el verdadero tesoro de Riohacha está en su gente: noble, trabajadora, solidaria y pujante, nuestro mayor patrimonio. Todavía se conserva el saludo cariñoso del vecino en la mañana, la invitación a compartir una taza de café, el apoyo sincero en los momentos difíciles y la alegría de encontrarse con quienes conocieron a nuestros abuelos y nos estiman por esa relación heredada. Esa red invisible de afectos hace de Riohacha una ciudad distinta, única y especial, donde el valor de la amistad y el respeto hacia los demás marcan la vida diaria y nos convierten en familia.

Riohacha también es unión familiar y amistad verdadera. Aquí la vida todavía se disfruta en cosas sencillas: en la reunión espontánea con amigos, en vernos por casualidad en las calles y sentirnos cerca unos de otros. Esa cercanía fortalece lazos y alimenta la grandeza de la amistad, que es parte de nuestro capital social más valioso. Me tranquiliza saber que nuestros hijos también tienen la oportunidad de criarse en este entorno, donde tratamos de frenar los excesos de la modernidad para preservar el buen vivir.

Cada barrio cuenta su historia. Yo crecí en el Barrio Arriba, un lugar lleno de tradición. Allí aprendí que la vida se hace más rica cuando se comparte: las anécdotas jocosas, los regalos inesperados, el afecto que llega cuando más se necesita, los sabores autóctonos y únicos que se quedaron grabados para siempre en el paladar.

En este cumpleaños, la invitación es clara: volver a enamorarnos de nuestra ciudad. Cuidarla, respetarla, valorarla, mantenerla limpia y ordenada. Hablar de sus bondades y trabajar en conjunto por sus necesidades. Proteger sus calles, parques, monumentos y cada rincón de este terruño que tanto nos da. Vivir en el civismo es la mejor forma de agradecerle a Riohacha: con responsabilidad, solidaridad y cortesía hacia los demás. Desde los más pequeños, hasta los abuelos, todos estamos invitados a realizar actos de amor por esta tierra y engrandecerla. Porque Riohacha no solo es historia, playas y atardeceres; es esperanza, es corazón, es futuro.
