Edicion enero 22, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
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Foto tomada en el Parque Padilla durante carnavales

 

Columnista – María Isabel Cabarcas

Cuando era pequeña, constantemente mi mamá me decía: “Ay hija, pa´ que no crecieras nunca” y a mi pregunta de: ¿Por qué mami? Su respuesta franca y contundente era: ¡Es que la inocencia es lo más bello! Cuando crecí, presencié no en pocas ocasiones, su disposición a contar historias sobre anécdotas mías siendo una infanta, y reírse a carcajadas sobre la forma como pronunciaba las palabras de manera equívoca o las expresiones de adultos que usaba por haberlas oído de mis papás. Su reacción siempre fue la misma. Reírse y celebrarlo. Atesorar todo en su privilegiada memoria, aunque luego lamentablemente se desvanecería lentamente con los años, y contarlo más adelante a otras personas para significar, el valor de su recurrente afirmación sobre la belleza de la inocencia. Mi madre fue una gran contadora de historias, y quizás por esa misma forma en que permeó mi existencia, me dispongo a escribir esta columna tocada por la melancolía recurrente ante su ausencia física, y por la forma como su ser de madre impregnó amorosamente el mío para fortuna de ambas.

Desde que me convertí en mamá he utilizado las letras para perpetuar lo que sucede entre mi hijo y yo. Escribo con más asiduidad desde el 2018, guiada por mi instinto de madre pues esta ha sido y será, la experiencia más trascendental de lo que soy como mujer. Todo lo que a él concierne es mi primer asunto por atender, lo más importante por saber y hacer, y lo que más disfruto de la obra de arte que es mi proyecto de vida pues mi hijo con su majestuosa llegada resignificó y transformó mi vida.

Celebrando el primer anÞo de Manuel Antonio de Jesuìs en 2019.

Manuel Antonio de Jesús es un niño feliz pues esta es su emoción prevalente. Es curioso, comunicativo, afectuoso y determinado. Sabe lo que quiere y lo que le gusta, dónde, cómo y con quien, se siente cómodo, libre y amado. Expresa sus sentimientos y sus temores también, al tiempo que con sus ocurrencias me inspira cada día, me reta con su forma asombrosa de ver el mundo, su amor por los animales y la naturaleza y su espontaneidad sin medida. Mi hijo me conmueve, acaricia mi vida continuamente con su ternura, vivificando mi existencia. Con sus ocurrencias me compromete con los continuos aprendizajes que probablemente Dios considera que requiero para ser y hacer mejor cada día, respecto de él como mi hijo y respecto de mí misma como ser humano, mujer y madre, y por ello entrego la debida atención a todo lo que dice y hace como quien observa un paisaje espléndido por vez primera, abriendo todos los sentidos con generosidad y negándose a dejar de contemplarlo por su inmarcesible belleza.

Además de enseñarle el valor de lo que llamamos en nuestro hogar “Las palabras mágicas” (por favor, gracias, lo siento, permiso, entre otras) he sido firme en algo: el uso responsable de las pantallas. Mi hijo no tiene Tablet y tiene claro que mi dispositivo móvil no es un juguete para él, y que es primordial que juegue, o que juguemos. Vemos televisión juntos, especialmente películas y series divertidas como Paw Patrol, Bleepe, La Arañita Lucas, muchísimas opciones divertidas en Disney, y algunos muy puntuales en You Tube, siempre en la pantalla de los televisores que tenemos en algunos espacios en casa.

En esa plataforma digital, su preferido es Sammy El Slime. Un muñeco parlanchín y muy creativo cuya coequipera Susy es su cómplice en la elaboración de manualidades. Ese era justamente su actividad preferida durante nuestra estancia en Buenos Aires, hacer manualidades. La ubicación estratégica de nuestro apartamento sobre la Avenida Córdoba al lado de una librería y al frente de una miscelánea, facilitó que cada tarea se cumpliera para su satisfacción. Aunque sin duda, ir a los muchos parques, museos, plazas y ferias de esa bella ciudad, fue de lejos, su mejor plan, y el mío por supuesto.

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Un diìa de playa en 2019.

Una de nuestras tardes juntos me abordó con una pregunta: ¿Mamá, a ti te gustaba Sammy El Slime cuando eras niña? Hijo, en mi época no existía Sammy, le respondí. Y entonces, me contra preguntó extrañado, ¿qué veías en You Tube? Mi estridente carcajada sonó como las de mi mamá ante mis ocurrencias. Procedí a explicarle que internet no existía y que sólo veía algunos programas de televisión en una oferta muy pequeña de canales.

Entre los más osados cuestionamientos que me ha hecho están: Mamá, ¿cómo hace la abuela cuando le da hambre en el cielo? o, en la Eucaristía: Mamá ¿por qué Jesús está en un pedacito de pan? Uno de los que me ha dejado sin respuesta: Mamá, ¿tú por qué no tienes pareja? así como: ¿por qué los wayuu son indígenas? ¿por qué el universo es infinito? ¿de dónde sale el agua de lluvia? y bueno, la que esperamos todas las madres en algún momento, aunque en mi caso no tan temprano: Mamá, ¿cómo llegué a tu barriga? y ante mi respuesta a esa granada – interrogante, la portentosa: ¿Por qué no fueron dos semillitas para que yo tuviera una hermanita?

Y así, seguirán llegando las preguntas pues constantemente le pido que me hable, me comparta sus sentimientos, me cuente lo que le sucede y me siga preguntando, aunque de repente emerjan los “no lo sé” de mi parte, o, mi réplica a veces (para motivar su curiosidad), sea: ¿tú por qué lo crees hijo? y de esta forma sigamos conversando tal como lo aconsejó muy querida amiga chilena y colega del Doctorado en Derecho de la UBA, Natalia Moreno. Se seguirán escribiendo los relatos de la inocencia pues como bien lo expresó mi sabia y amorosa madre durante toda su vida: La inocencia es lo más bello, y en este presente bonito que vivo como madre, la abrazo, la pechicho, la disfruto y la agradezco a cada instante, gracias al regalo más bello que Dios me dio: mi unigénito.

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