
En la vida vemos y observamos muchísimas cosas, curiosas y misteriosas, que ignoramos descifrar, por desconocimiento, relativo a novedades y aspectos desconocidos, que nos inhibe opinar. Muchas veces las cosas no son como equivocadamente las creemos, percibimos y concebimos, ni todo lo que brilla es oro. Nunca faltan los equívocos con algunas personas, que las presumimos de una forma, pero son variables en cambios de comportamientos, que transforman de manera negativa, por carencia de originalidad, terminando arrastrados por ínfulas que trastornan, con conductas desagradables.
Son muchas las personas que se irritan, con soberbia y amargura, por estar elevadas de humos y espuma, manifestándose engreídas y orgullosas, rebasadas de vanidad; con posturas arrogantes, pedantes y despectivas; en complejos de superioridad, generadores de egocentrismo y delirio de grandeza, cuando tienen la ocasión u oportunidad de ocupar un cargo de servicios de autoridad pública, incidiendo en desatenciones, morosidad, omisión, abusos, groserías, arbitrariedades y conductas delictivas, que “mellan” la tolerancia, originando despelotes demoledores imprevistos.
Quienes gobiernan en democracia deben deponer los intereses personales por los de interés general, colectivo y común, en circunstancias similares a la de un padre o madre de familia con sus hijos, caracterizándose por la buena atención y soluciones programadas, fundamentadas en el ejercicio de funciones públicas, sobre necesidades y problemas que nos atañen de manera prioritaria, con eficiencia, igualdad y seguridad; en cumplimiento de deberes y obligaciones de servidores públicos.
¿Si los buenos somos más, por qué no se aprovecha esa ventaja? No basta con ser bueno, sino demostrarlo con hechos positivos relevantes, sentido de pertenencia, honestidad, solidaridad contra el mal, conductas intachables, valor y dignidad personal. De nada sirve tener gentes buenas, pero de comportamiento pasivo, negativo, indiferente, indeciso, insolidario, enmudecido, cobarde, miedoso y carente de firmeza e inestables. Otros aparentan ser buenos, manipulando ingenuos, ignorantes e incautos; engañando y difundiendo propaganda, con máscara de buenos, pero en el fondo son hipócritas, corruptos y malhechores, no confiables e inservibles en el ámbito político-social. Lobos disfrazados de ovejas.
¿Cómo se caracteriza una persona para considerarla buena? Por sus actitudes y comportamientos: agradables, sencillos, benévolos, íntegros, compasivos, virtuosos, decentes, educados, disciplinados y cordiales. Muestra empatía, solidaridad, sinceridad, generosidad, optimismo, creatividad, humildad, amabilidad, responsabilidad, prudencia, lealtad, resiliencia. Son justos, confiables y respetuosos con sus semejantes. Comprenden y reflexionan, con paciencia, para manifestarse con intenciones participativas y contributivas, en atenciones y soluciones oportunas, en términos sociales y comunitarios, deseando lo mejor para los demás, actuando en consecuencia y con amor con quienes se convive, rodean y comparten, de manera familiar, vecinal, amistosa y en compañerismo.

Al parecer todos nacemos buenos, inocentes e ignorantes del mundo exterior que nos rodea, pero la sociedad en que vivimos nos separa y corrompe. De ahí que podremos dudar que los buenos superen a los malos. Algunos pocos supermalos se aprovechan de medios y circunstancias ocasionales que puedan explotar con interés particular personal, por sus habilidades de inteligencia, estrategias y conocimiento, para utilización y engaños, logrando ventajas y beneficios, manipulando maniobras en personas débiles y necesitadas de solvencia. También se han destacado las prácticas habituadas de corrupción, que constituyen una desgracia y aberración social.
No pueden catalogarse como buenas personas quienes no cumplan por lo menos 10 formas que los caractericen, identifiquen y distingan. Tampoco son buenos aquellos que no son ni sal ni agua, o están con Dios y el diablo, ni mucho menos el que juega en doble moral, sin crédito de confiar. La envidia, el egoísmo, esclavismo, ultrajes, torturas, avaricias, codicias, embrollo, lujuria, injurias, arrogancia, ofensas, pedantería, grosería, blasfemia, calumnias y muchas más, que son comunes en el trajinar cotidiano, descalifican la condición de bueno.
Los criminales implícitos en constantes hechos y conductas delictivas, de manera directa o supeditada a órdenes de dependencia y encargos específicos, no serán los únicos malos del paseo. No se descartan los abusos y arbitrariedades de autoridades competentes en ejercicio de sus funciones, destacándose gobiernos, no solo dictatoriales, sino también de democracia disfrazada, como actualmente se patentiza en presidencias ejecutivas de mando en muchas naciones, países, repúblicas o estados de la bola del mundo. Analizando gobernantes de más de 100 países, con más de cinco millones de habitantes, gobernados por más malos que buenos. Ejemplo: EE. UU., Corea del Norte, Israel, Rusia, Venezuela, Cuba y otros más en África.
La educación es el medio predilecto para la formación y conocimiento de una sociedad o comunidad digna, trazando lineamientos con directrices aprobadas en democracia, diferentes a las impuestas por criterios personales, religiosos o políticos; como se ha venido acostumbrando para dominar, someter y colonizar. Si los buenos fueran más que los malos, por lo menos en Colombia no viviéramos en precariedad y violencia como vivimos, donde supuestas personas buenas se silencian frente a acciones perversas que nos afectan de manera moral colectiva, justificando cuidado en su integridad personal y familiar. Más bien es miedo y culillo de rendimiento.
El perdón y cambios de comportamientos en personas es una fórmula para pasar del mal al bien. No estamos exentos del mal, ni nada es eterno en la vida. Procuremos vivir en unidad familiar, barrial, gremial, estudiantil, laboral y otras; compartiendo y apoyando solidaridad; disfrutando de confraternidad, amor, seguridad, recreación y eventos; entre convivencias cordiales, armónicas y respetuosas, que nos fortalecen el bienestar emocional y nos pacifican espíritus irregulares y traviesos en el entorno social, para gozar de paz.
Si sumamos, restamos y dividimos, las personas buenas, medio buenas o regulares, malas y remalas, arroja un resultado donde los malos superan a los buenos, en consideración de que los medio buenos, que son mayorías, son inestables y terminan en instrumentos negociables, fácilmente absorbidos y atraídos por los malos, de acuerdo a debilidades e intereses personales, rayando con la dignidad y confianza, desmoronando la presunción de que los buenos somos más.