Edicion agosto 21, 2025
CUBRIMOS TODA LA GUAJIRA
Pensar la paz, vivir la paz
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Octava y última entrega de la Cátedra de Paz

Columnista - Gonzalo Raúl Gómez Soto
Columnista – Gonzalo Raúl Gómez Soto

Antes de escribir esta Cátedra Abierta de Paz me pregunté si tiene sentido hablar de paz en un país que ha normalizado la guerra y donde solo parecen importar el poder, el dinero o la astucia. Consulté a varios amigos. Uno me dijo: “Eso no sirve para nada”. Otro: “Si escribir te da paz, con eso basta”. Pero también recibí respuestas distintas. Mi hija, que apenas inicia su vida profesional, me dijo que estas columnas le habían servido para pensar, que las compartió con amigas que sintieron lo mismo. Ese gesto me hizo entender que no escribo para transformar el país de un golpe, sino para sembrar preguntas. Y a veces, sembrar una pregunta es más transformador que imponer una respuesta.

Escribí desde el lugar que ocupo: como defensor de derechos humanos, padre, ciudadano y estoico en formación. No fue una cruzada ni un dogma. Fue un acto de conciencia. Estas palabras no nacen de una ideología ni buscan convencer desde una trinchera. Fueron escritas desde la filosofía como ejercicio de lucidez, y desde la ética como búsqueda de sentido. Porque si la paz ha de tener futuro, no puede ser rehén de discursos vacíos ni de intereses partidistas, sino un compromiso vital con lo humano, con lo digno y con lo posible.

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Desde esa mirada estoica, creo que la paz comienza en el alma. No se impone desde fuera: es una disposición que, si se cultiva con coherencia, puede irradiarse. Decía Marco Aurelio: “la tranquilidad interior es la única fortaleza inexpugnable”. Nadie puede dar lo que no tiene. Y un país sin paz interior difícilmente podrá construirla afuera. La paz no es ausencia de conflicto, sino presencia de claridad interior.

No fue solo publicar columnas. Fue una invitación a pensar la paz no como una firma, sino como una forma de vivir. Por eso hablé de causas. Sin diagnóstico no hay tratamiento. Y si no nos atrevemos a mirar con honestidad lo que nos duele, lo que nos divide, no podremos curarlo.

Identificamos cinco causas estructurales de la violencia en Colombia: la desigualdad social y territorial, la corrupción estructural, una cultura del atajo que ridiculiza al honesto, el narcotráfico como economía de muerte, y la debilidad de una autoridad legítima que proteja sin abusar. Estas causas no son nuevas, pero siguen activas, como heridas abiertas que no hemos querido sanar.

Si no enfrentamos estas causas, ninguna firma bastará. Porque la paz verdadera no se decreta: se construye desde las raíces. Y eso exige carácter, ética pública y ciudadanía despierta. Requiere, además, una nueva sensibilidad que valore la vida por encima del éxito inmediato o del interés privado.

Juicio común y sensus communis: claves para una ética compartida

Hablar de paz no basta: necesitamos un suelo ético común. Por eso esta Cátedra también quiso insinuar un horizonte: construir un juicio compartido y recuperar el sensus communis.

Un juicio común no es una opinión cualquiera. Es discernimiento ético que se aleja del odio fácil y del cálculo partidista. No se rinde ante la posverdad ni se deja arrastrar por la euforia digital. Es juicio que piensa cuando todo invita a reaccionar. Y ese pensamiento reflexivo es, en sí mismo, una forma de resistencia frente a la banalización del mal.

Pensar la paz, vivir la paz

El sensus communis, como lo entendieron los clásicos, Kant y Arendt, no es la suma de opiniones, sino la facultad de pensar con otros y desde otros. Salir de uno mismo para ensayar el punto de vista del otro. Sin ese ejercicio, solo queda el monólogo. Y sin diálogo, no hay comunidad posible.

La democracia necesita ese sentido común: no como consenso forzado, sino como acuerdo mínimo sobre lo inaceptable —el hambre, el abuso— y lo necesario —la dignidad, el cuidado mutuo—. Sin esto, la paz se vuelve retórica hueca. Y el desencanto ciudadano se convierte en terreno fértil para la violencia.

La paz comienza en lo invisible

No escribí buscando aplausos ni creyendo que una opinión cambie un país. Pero creo que una palabra puede encender una conciencia. Y que el pensamiento —cuando nace del cuidado y la verdad— también es resistencia.

Vivimos en un mundo donde se valora más la apariencia que la ética. Pero no todo lo valioso se ve. La paz, como la raíz de un árbol, crece en lo invisible: en cómo tratamos al otro, en decisiones que tomamos cuando nadie nos ve.

La paz verdadera no se impone ni se negocia: se cultiva. Está en cómo hablamos, en si cumplimos la palabra, en cómo educamos y servimos. Y sobre todo, en cómo decidimos vivir: si sumamos al conflicto o si nos atrevemos a interrumpirlo. La paz está en los detalles cotidianos, en la honestidad callada, en el respeto cuando nadie aplaude.

Por eso creo en la paz. No como ingenuidad, sino como postura. Porque incluso si no cambia el mundo, transforma lo inmediato: mi casa, mi calle. Y eso ya es empezar.

Como alguna vez leí: no se trata de tener razón, sino de tener paz.

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