Edicion diciembre 31, 2025
Olores de 31
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Columnista - Marga Lucena Palacio Brugés
Columnista – Marga Lucena Palacio Brugés

Un 31 de diciembre que se respete va celebrado con bombos y platillos y, como nadie quiere nada con “la pelúa”, hay que atraer la abundancia con abundancia; así que, además de las consabidas lentejas que no faltarán en la mesa, una buena comilona es menester preparar.

Los pasteles de hoja de bijao se compran para el almuerzo del último del año, el sancocho se prepara para el desenguayabe del primero y, como por estos lares el arroz de camarón es más bien un corrientazo que se come cualquier día de la semana de cualquier época del año, hacerlo pa’ el 31 no tiene ni son ni ton.

Un pernil de cerdo es lo indicado para la fecha y, de seguro, la matrona se sabe lucir en las contadas veces que lo prepara. Manjar que, además, es el plato favorito de su nieto favorito, así ella niegue y reniegue la preferencia delante de los demás. Esto es un secreto a voces legitimado por el roce que hace el cariño, al ser ella quien lo criara cuando la hija le salió preñá jovencita de un fulano irresponsable que nunca dio la cara.

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El nieto pechichón vendría de “la fría”, donde adelanta sus estudios universitarios, a pasar el 31 con su adorada abuela, y esta no encontró mejor forma de consentirlo que preparando con esmero el susodicho pernil de cerdo.

Del sostén que sostiene el seno generoso con que amamantó su numerosa prole, sacó un bultico de billetes reservados para la ocasión y en el mercado viejo, cerca a la oficina de Desalud de donde se pensionó dos décadas atrás, encontró la colmena donde comprar el cerdo.

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Regateó y jodió hasta encontrar la pata indicada para rellenar: de buen tamaño y color, ni tan grande que no quepa entera en el horno, ni tan chica que no alcance para todos.

Compró el bastimento y los adobos, sin olvidar los clavitos de olor, y hasta le alcanzó para los ingredientes de un pudín de ciruela y piña y los limones que necesitaría para lidiar los guayabos de las peas fijas de los bebedores de su numerosa familia.

Con el canasto lleno regresó a casa en un colectivo que a todo timbal sonaba un éxito de Diomedes que por esos días retumbaba en todas las emisoras y a toda hora: “Mensaje de Navidad“. Ella lo tarareaba con una sonrisa, recordando a su nieto adorado cuando cada año la sacaba a bailar y la jamaqueaba enchollado, después de los pitos, en la parranda del 31… “les deseo próspero año nuevo y ventura pa los que vienen“, decía oportunamente el coro de la canción.

Llegando a casa se topó con “La Chili“, la diminuta lotera, y le compró un quintico de lotería con la plata que bien hacía rendir, pues nunca se sabe cuándo la fortuna puede besarlo a uno; pero para que eso suceda, al menos se debe comprar el billetico.

La víspera del 31 el pernil estaba aliñado y bien relleno, bañado con una poción mágica cuyos ingredientes ni Mandrake podría adivinar.

Lo metió al horno con bastante anticipación para que cociera despacio y se dorara el apetecido cuero a fuego lento y, mientras ello ocurría, la casa se impregnó de un olor tan delicioso que tenía a todos con la boca hecha agua.

Un taxi frenó en seco en la puerta y se escuchó la voz ronca y potente del Pechichón, quien llenando de aire los pulmones dijo satisfecho: “La hembra me hizo mi pata de pernil“, identificando los olores. Llegó a la cocina, la encontró batiendo el pudín y, cuando la tuvo de frente, la miró a los ojos y agradeció al Creador el milagro de encontrarla aún vivita y coleando.

—Feliz año, abuela de mi querer.

—Bienvenido a casa, mijito mío —le contestó.

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