Edicion diciembre 26, 2025
Navidad desde otro lugar
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Columnista - María Isabel Cabarcas Aguilar
Columnista – María Isabel Cabarcas Aguilar

Si existe una época del año en la que todas las emociones llegan para hacer de las suyas es esta: La Navidad. Comienzo a escribir esta columna mientras el día de Pascua transcurre lentamente. Desayunamos en la cama mi hijo y yo agradeciendo a Dios por este momento bonito que compartimos. Él se ha separado brevemente de su nueva tablet y su piano, regalos traídos por el Niño Dios esta madrugada, con la entusiasta colaboración de su famoso ayudante Santa Claus para disfrutar lo que con amor he preparado. Hoy recuerdo la ilusión con que yo también escribía la carta que luego desaparecía mágicamente como sucedió con la de él, que se esfumó de nuestro árbol hace dos días dejando en el ambiente una estela de ilusión y asombro.

Hoy es 25 de diciembre y, mirando hacia atrás, han sido momentos más que retadores en muchos sentidos. Muchas personas en el mundo, por estos días atraviesan la tristeza por situaciones dolorosas como duelos recientes o enfermedades que los mantienen en cama o, en centros hospitalarios. Pienso en ellos y pido consuelo, fortaleza y fe para afrontarlo todo. También, hay una circunstancia que cobra mayor relevancia en esta época y es el lugar en la mesa que ya no es ocupado pero que en el corazón permanecerá sentado para siempre… el vacío que dejan quienes se han ido.

La orfandad es una condición que nos catapulta irremediablemente y de manera abrupta hacia la adultez. Hacia la independencia total, hacia el “hacernos cargo” y, al mismo tiempo, nos genera a quienes la habitamos, una sensación de desolación que cada tanto visita el corazón para recordarnos también, el indiscutible valor de la presencia física de nuestros padres en el camino de la vida.

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Motivados quizás por la inenarrable nostalgia, emprendemos el viaje hacia los bellos recuerdos de navidades felices en familia. Así, entran orondos a nuestro presente, las escenas de ese pasado que colmó de alegría nuestro vivir y que marcó con sello indeleble la memoria. Son tesoros a los que volvemos cada tanto por el deleite de sonreír, culminando quizás aquel momento en lágrimas pues las emociones se topan unas con otras. No compiten, se complementan y se atraviesan pues así debe suceder cuando aparecen.  

Llegan en cascada las memorias de las cenas en familia, las visitas que venían de otras latitudes, las tarjetas navideñas que llegaban por correo, los postres y preparaciones que iban y venían como en un intercambio generoso de sabores y afecto. También las bellas novenas donde los más pequeños vivenciaban con inocencia, cada paso de aquella bendita espera del Niño Dios, rodeando algún hermoso pesebre al que el recién nacido llegaría entre aplausos y oraciones. Las luces, el arbolito, los adornos verdes, rojos y dorados. No podían faltar las figuras de Santa Claus, de duendes y de elfos, los dinámicos ayudantes en la titánica tarea de complacer en sus pedidos a los niños y las niñas del mundo. La ilusión de culminar unidos ese mes hermoso en una noche vieja que fácilmente podría prolongarse hasta la mañana de año nuevo, entre uvas, hayacas, sancocho, pavo, jamón, quesos, champagne, y el anhelo de que los próximos 365 días sean de mayor bendición, paz y amor de la mano de Dios.

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La Navidad trae consigo una nueva oportunidad de vivenciar el presente de una manera diferente. Cada etapa de la vida va marcando la forma como celebramos y poco a poco, aquello que antes parecía esencial se va desvaneciendo para convertirse inexorablemente en un recuerdo vago. Al ser adultos quizás (y en el mejor de los casos) lo de menos es la ropa que ponerse y que esta sea nueva, o darse un regalo material. Adquieren mayor relevancia, la gratitud como principio de vida, y la generosidad del compartir con otros las bendiciones del Creador sean ahora una cita ineludible. En nuestra tierra esto se ha convertido en una acción recurrente y cuánto me alegra que así sea pues siempre habrá alguien que requiera de nuestra bondad.

Al hacernos adultos y convertirnos en madres y padres, pasa a ser crucial crear una experiencia hermosa para los infantes. Cumplir sus bonitos deseos y hacernos cómplices del Niño Dios y de Santa Claus para regalarles alegría y cultivar en ellos su ilusión por el mágico momento en que los regalos aparecen milagrosamente al pie del árbol.  

Así, en los detalles sutiles de la vida como la sonrisa de nuestros pequeños, la esperanza renace. En la luz tierna del nacimiento de Jesús, la vida cobra un nuevo sentido. En la presencia de los mayores se busca abrigo y consuelo, mientras que nos concedemos amorosa y compasivamente el permiso de extrañar más a quienes ya no están. Ahora observamos el momento desde un lugar distinto, con inmensa nostalgia a ratos pero también con más gratitud por lo vivido, con más presencia y consciencia mientras transcurren los días y con más conexión con quienes nos acompañan en este momento a transitar de la mejor manera por el camino de la vida. Feliz Navidad y Felices Pascuas para todos.

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