
“Colombia vuelve a Estados Unidos en circunstancias muy diferentes, sin llegar con esa etiqueta de favoritos ni con los reflectores del mundo apuntando hacia nosotros”
Se acabaron las eliminatorias para clasificar al mundial de fútbol 2026 y Colombia quedó ubicada en el tercer puesto, luego de tener una segunda vuelta bastante floja, a pesar que los últimos dos partidos volvieron a ilusionarnos. No es fácil escribir sobre fútbol, por las pasiones que este deporte despierta sin embargo, viene a mi mente con tan sólo 14 años lo sucedido en el verano de 1994, el cual como colombianos nos dejó múltiples enseñanzas y testimonios de vida.
Veamos. La clasificación de Colombia al Mundial de Estados Unidos, México y Canadá 2026 es mucho más que una noticia deportiva, es un regreso cargado de simbolismos, recuerdos y lecciones históricas.
Treinta y dos años después, la sele volverá al mismo escenario donde vivió uno de sus capítulos más recordados -y también más dolorosos- en el Mundial de 1994. La diferencia es que esta vez llegamos con otra mentalidad y otra generación, pero con la misma ilusión intacta, la de soñar en grande.
Para muchos colombianos, mencionar “Estados Unidos 94” es traer a la memoria un cúmulo de emociones encontradas. En aquel entonces, Colombia era vista como una de las selecciones más prometedoras del planeta fútbol tras su triunfo histórico 5-0 precisamente un mes de septiembre sobre la Argentina de Alfio “el coco” Basile en Buenos Aires, con goles inolvidables de Freddy Rincón (QEPD), Faustino Asprilla y Adolfo Valencia, el cual alimentó el mito que teníamos todo para ser campeones, la prensa internacional nos llenó de elogios y la FIFA nos ubicaba como un equipo para temer.
Empero, la realidad en el campo fue otra. El exceso de confianza, la presión mediática y la falta de serenidad nos pasaron factura que a la postre nos llevó a una eliminación prematura en primera ronda, tras las derrotas contra Rumania y Estados Unidos, dejándonos a los amantes e hinchas del fútbol un golpe devastador por contar con una generación de quiebre de nuestro balompié. Con la eliminación, posteriormente en la ciudad de Medellín el asesinato del central Andrés Escobar.
Dicho de otra manera, aquel mundial nos enseñó que el fútbol no puede cargar con todas las expectativas de un país, y que la gloria no se logra con discursos ni favoritismos, sino con trabajo silencioso y equilibrio.

Hoy, para 2026, Colombia vuelve a Estados Unidos en circunstancias muy diferentes, sin llegar con esa etiqueta de favoritos ni con los reflectores del mundo apuntando hacia nosotros, pero sí con un proceso consolidado y con jugadores que saben que el talento por sí solo no alcanza.
Jugadores como Luis Díaz representan la alegría y la explosividad de nuestra nueva generación; James Rodríguez y David Ospina con su experiencia, son el puente con los recuerdos de Brasil 2014, otro mundial que si nos marcó de forma positiva; y que decir de nombres como Jefferson Lerma, Luís Suarez, Daniel Muñoz, Richard Ríos, Jhon Arias, Johan Mojica y los nuevos talentos que se han abierto paso en Europa muestran que hay una base sólida, con una mezcla entre juventud y veteranía.
La gran diferencia frente a 1994 es la serenidad que a estos jóvenes se les nota, ya que no vamos al mundial con la obligación de ser campeones -a pesar que el capitán tiene ese sueño-, sino con la misión de competir y demostrar que podemos llegar aún más lejos que lo sucedido en 2014.
Volver a los Estados Unidos no es solo regresar a un escenario deportivo, es reencontrarnos con nuestra propia historia. Si algo nos dejó 1994 fue la certeza que el fútbol puede unir o dividir, dependiendo de cómo lo vivamos. Aquella vez, la pasión se desbordó y terminó convertida en presión, miedo y tragedia.
Ahora bien, nuestro contexto no es muy distinto al que vivíamos en 1994, en donde Colombia atravesaba uno de los momentos más difíciles de su historia, marcado por el narcotráfico, la violencia, desigualdad, inseguridad pero el ambiente alrededor de la selección en estos momentos es más sano.
El fútbol ya no está contaminado de las mismas presiones extradeportivas de aquel entonces, lo que nos permite vivir este retorno mundialista con un espíritu con la conciencia que el deporte no resuelve todos nuestros problemas, pero sí puede regalarnos momentos de felicidad compartida a pesar de apasionarnos con él.
Volver a Estados Unidos no debe ser visto como una repetición del pasado, sino como un acto de reconciliación con nuestra propia historia al regresar al país donde sufrimos una de nuestras mayores decepciones futbolísticas, pero lo hacemos con la ilusión que esta vez será diferente.
En suma, tenemos la oportunidad de mostrar un fútbol competitivo, de jugarle de tu a tu a cualquier selección, de soñar en grande sin caer en la trampa de la soberbia, y demostrar que somos un país que aprende de sus heridas. El Mundial 2026 no será solo un torneo, será una cita con la memoria, con la resiliencia y con la esperanza.
Volvemos a creer en nosotros mismos.